Afrontamos con la más profunda de las vergüenzas -y también de las decepciones- los disturbios internos que se están producción en el seno del Gobierno progre del Botánico. Sí, lo sé, la izquierda cuando gobierna en coalición está más preocupada en encontrar la zona adecuada para clavar el puñal en la espalda de sus compañeros de coalición que en mirar por el ciudadano, pero desde luego se debería esperar que en plena crisis sanitaria, económica y social ocasionada por el virus chino, en público guardasen las formas y que así fuese, al menos, por guardar un mínimo de respeto a las decenas de miles de fallecidos y a sus familias así como a los millones de españoles que ven peligrar algo tan básico y elemental como la economía de sus hogares.
Contra un Ximo Puig acobardado, acorralado y sobrepasado por la situación y por la trama de corrupción que aflora alrededor de su hermano Francis -escandalosa y abyecta situación que bien podría basar la cuarta entrega de El Padrino-, la vicepresidente Oltra ha afilado su más pronunciado colmillo para abalanzarse sobre el President mostrando una miseria política fuera de lo común. Me explico: si fuese estadounidense sería una reputada miembro del Partido Demócrata. Es decir, el escalón más bajo de clasificación en función del comportamiento de cada uno para con la responsabilidad que nos otorga la representación pública.
En un futuro no muy lejano, lo único que los ciudadanos recordarán de Oltra será, por un lado, el terrible abandono y dejación de funciones ante el asalto del virus a las residencias de ancianos dependientes de su gestión y, por otro, el uso torticero que está haciendo de la pandemia para rascarle unos pocos votos al PSOE. Su inutilidad para gobernar solo es superada por su hipocresía ante el tapón mediático y político frente a los casos de abusos sexuales a menores en centros también dependientes de su Consellería.
Pero más vergonzoso que la vil afrenta de Oltra a los alicantinos, valencianos y castellonenses a los que representa, es la tolerancia del molt honorable. Ximo Puig es incapaz de tomar decisiones y la prueba está en que mantiene en su puesto a la consellera de sanidad Ana Barceló, condenada por un juzgado de lo social de Alicante por poner en riesgo la salud de los sanitarios. Una responsable política que en cualquier país occidental estaría procesada penalmente por la falta de dotación de equipos de protección individual a los profesionales que han mirado a los ojos a la peor crisis sanitaria a la que nos hemos enfrentado en un siglo.. Por su bien y por el bien de todos, Barceló nunca debió ocupar cargo público alguno. Pero ahí la tenemos. Porque Ximo Puig es el Pedro Sánchez de la Comunitat y tiene la misma habilidad para esconder la cabeza en un agujero que él mismo ha cavado. Y Oltra, al parecer, es nuestro Pablo Iglesias. Y si los piolets cotizaran en bolsa estarían en máximos históricos.
La izquierda valenciana vive en una burbuja opaca cuya integridad está garantizada por los medios de comunicación públicos -À punt y RTVE- y todos aquellos medios privados que han recibido su parte del pastel clientelar -en forma de decenas de millones de euros públicos- que se promociona cada vez que el progesismo dirige las instituciones. La Comunidad de Madrid es la presa a batir por la retorcida maquinaria mediática dominante y, sin embargo, la Comunidad Valenciana y su caótica gestión y consecuente situación sanitaria y económica, tangiblemente peor que la de la capital, nunca viene reflejada en los principales informativos del país.
Hace unos días ya preguntó Miquel González, director de Alicante Plaza, si había alguien en el PSPV pero la pregunta es, ¿hay alguien en el Botánico? Yo veo a una Mireia Mollà bailar con su gato, veo a una Barceló y a una Oltra enzarzarse en Twitter por la multitudinaria cabalgata de los Reyes Magos organizada por el separatista Alcalde de Valencia, Joan Ribó y veo a una Rosa Pérez Garijo hacer el ridículo a costa de la feminidad del acrónimo DANA (Depresión Atmosférica aislada en Niveles Altos). Pero, desde luego, no veo gestores. Veo a una suerte de banda organizada para desgobernar la autonomía. Veo la podredumbre política en su máximo esplendor. Veo unos intereses partidistas que están por encima del interés general de garantizar la vida y la estabilidad económica de los ciudadanos. Veo títeres del cortoplacismo político con la vista puesta en las próximas elecciones. Veo, por desgracia, el desasosiego de cientos de miles de familias que no saben qué pasará dentro de una semana.
Vamos camino de cumplir un año desde el inicio -oficial- de la pandemia pero el Consell sigue viendo los toros desde la barrera. El resto, estamos siendo toreados.
Esta es una verdad incómoda, pero alguien tenía que decirlo.