La nueva temporada de The Crown venía a recordarnos cómo, en 1992, Isabel II de Inglaterra –en un discurso con motivo del 40º aniversario de su reinado– dijo que ese había sido para ella un “annus horribilis”. Tras este 2022, ya no la tendremos ni a ella, ni a Benedicto XVI, Pelé o Serrat –según los afectos de cada uno. Más allá del natural desenlace de la vida, este pasado año decenas de miles –según algunas fuentes, cientos de miles– de familias han enterrado a sus seres queridos en Ucrania y Rusia, víctimas y verdugos, pero aun así víctimas, de una guerra injusta que mantiene el agresor de Occidente en el terreno de nuestro continente de paz.
Un diario regional de otra parte de España despedía el “annus horribilis 2020” con un artículo en el que constataba “una sociedad menos saludable, menos sociable, menos próspera y menos practicante”. Vamos de camino a que resulte ser el lema de la década actual, al acumular un annus horribilis tras otro, y cada vez para más gente.
En efecto, creyendo haber superado una pandemia y pasar a preocuparnos más por la amenaza nuclear por parte de Rusia o los nuevos retos para la seguridad internacional que está causando Irán, toca volver a estar alerta por los riesgos biológicos, una vez más con el foco en China. Pero si solo fuera eso...
Este año del 40º aniversario del Estatuto de Autonomía de la Comunitat Valenciana, que en su himno elogia “la voz del agua”, ha pasado sin “cantos de alegría” para agricultores y regantes. También ha sido un año de infortunios, por ejemplo, para los panaderos y pasteleros españoles que han cerrado 600 de sus establecimientos. Como esos otros hornos que es posible no vuelvan a encenderse a todo gas en nuestra industria de la cerámica, que pierde competitividad ante la falta de ayuda pública. Precisamente, cuando al mismo tiempo vislumbramos la inmediata dificultad de sostenimiento del gasto público acumulado.
Situación esta que sería erróneo simplificar con la invasión de Ucrania o el coronavirus como excusas. Tendrá que ver también el desgobierno que produce aquí o allá algún que otro cargo con cartera, o un clima propicio para la plaga de especuladores, o tantas inversiones –especialmente privadas– que desde tiempos pretéritos no suman valor social, sino que muchas veces lo restan.
Entramos además en un año de elecciones generalísimas, en el que las locales y autonómicas informarán a las generales, pero ya de entrada planteándonos que la ingobernabilidad es uno de los posibles resultados. Basta mirar a Estados Unidos, donde por primera vez en cien años el partido con mayoría parlamentaria, por crispaciones en su seno, ha necesitado de numerosos intentos para elegir a su propio candidato a la presidencia del Congreso. La falta de gobiernos estables nos supondría, cuando poco, que los jóvenes caeríamos en más desilusión, que no se daría solución a las listas de espera en Sanidad o que seguirían descuidándose políticas que condenan a las siguientes generaciones de personas mayores a estar sin atención por dependencia.
Todo ello con ruido mediático de fondo que, cuando no suprime al sexo femenino como sujeto político, trivializa el concepto de soberanía nacional en asuntos como el de la independencia del poder judicial, cuando aquella donde realmente se juega –sin que levantemos cabeza– es en nuestra vecindad intralocal y –ojo– la del más inmediato exterior.
Como tantas otras veces, el rescate y guía, moral y material, seguiría viniendo por el lado de Europa. Pero esta ocasión hay dos alertas amarillas.
Primero, que no seamos capaces de aprovechar los fondos europeos para la recuperación Next Generation; es decir, que los 27 países no saquemos provecho de lo que viene siendo un gigantesco endeudamiento colectivo sin precedentes. Uno de los riesgos en casa es que la gobernanza multinivel que nos caracteriza no sea todo lo ágil para sacar convocatorias o diligente en fase de justificación de proyectos.
Por poner un ejemplo: ¿qué podemos esperar de la capacidad de la Administración valenciana que –a diferencia de todas las autonomías del entorno– lleva desde el pasado mes de agosto sin conseguir gestionar algo tan elemental como la llegada de la ayuda social ya consignada por el Gobierno central a los refugiados ucranianos que la necesitan?
Segundo, que, de aquí a las próximas elecciones europeas de 2024, con la Presidencia española del Consejo de la Unión Europea de por medio, de una u otra forma obtengamos resultados que desaceleren o perjudiquen la ilusionante dinámica actual de la europeidad.
Es por ello que, para este 2023, el propósito deseable es acumular a todos los niveles cuantos más y mayores consensos, orientados a solucionar los retos del futuro. En cualquier caso, el europeísmo debe ser una línea roja a cualquier tipo de pacto político.