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VIDAS LOW COST / OPINIÓN

Excusas del mal perdedor

15/09/2018 - 

A Carmen Montón le regalaron un Máster. Por encima del sistema. De manera fraudulenta. Participase o no de algunas o todas las irregularidades que –esa es otra– la institución universitaria se permitió validar. Montón mintió descaradamente, modificando en cuestión de horas un relato que la llevaba de haber iniciado las clases en octubre a noviembre o diciembre, para finalmente admitir a los periodistas de eldiario.es que no empezó a acudir hasta enero. Le dijeron que podía cursarlo online, mientras que sus compañeros de Máster tuvieron que cumplir con el canon Bolonia y asistir a las clases. Nunca nadie les habló de cursarlo online. En una de sus asignaturas, con las actas ya cerradas, cuando figuraba como "no presentada", la Universidad Rey Juan Carlos y el thriller para Netflix que le espera decidieron entrar y modificar la casilla por un "aprobado". 

No solo eso: en 19 de las 52 páginas de su trabajo final hay plagios deliberados. Plagios. No entrecomillados. No contienen citas al pie ni en la bibliografía, como avanzó laSexta. Pero no hacía falta llegar al TFM. Rebobinemos: Montón obtuvo un Máster por ser quien era; diputada durante el Gobierno socialista de Zapatero. Un trato de favor no distinto al que recibieron a todas luces Cristina Cifuentes y Pablo Casado. Le duela a quien le duela y, sí, en el mismo chiringuito de playa al Suroeste de Madrid. Y les hago perder todo el tiempo de estos dos primeros párrafos porque, unos días después de que Montón haya dimitido, el PSOE sigue empeñado en mostrar esa cara ambivalente de sus peores líderes en la que parece venir a dar una lección de moral y, cuando ha dado el paso, se reconviene y decide hacer campaña en contradirección de lo dicho. Donde dicen digo, dicen Diego. Deciden tomar una pose ejemplarizante, pero tras el consejo de ministros del viernes, la vicepresidenta Celaá se suma a las loas y boatos a la exministra de Sanidad.

Este viaje de ida y vuelta socava –si cabe– la imagen política del PSOE en este asunto. Asume con la boca pequeña que por ser uno –una, claro– diputado del PSOE, no en un tiempo pretérito, sino en esta misma década, está sometido a que le ofrezcan regalado un Máster. Y que lo acepte, con actitud despistada, pero con ambición curricular (aunque la también exconsellera diga que no le hacía falta, en un desprecio difícilmente mesurable a todas las personas que por el cuestionable proyecto Bolonia parecen no ser nadie con su Grado si no acceden a esa titulación superior). Pues bien, con todo y con esto, desde el mismo momento de la dimisión, el PSOE ha decidido elevar hasta los cielos a alguien que hizo trampas. Que las hizo y que es sensible por ello de enfrentarse a un proceso penal. Que las hizo y que mintió a los periodistas sin saber hasta dónde habían contrastado un proceso a todas luces adulterado.

Apenas fue a clase, se manipularon sus notas, se le convalidaron asignaturas sin que lo solicitara y plagió su trabajo final. A este último mérito se le otorgó un sobresaliente. Pues bien, esta fue la reacción inmediata del PSOE a la dimisión. Pueden comprobar la hora:

Esa fue el mensaje vía Twitter del PSOE. Sacar pecho. Y sigue haciéndolo. Aquellos que se desvivieron en celebrar su llegada al ministerio, especialmente algunos socialistas valencianos (hubo celebraciones muy distintas con su marcha en ese hogar), también deshechos en loas por su trabajo. Inconscientes de la contradicción en el mensaje enviado a la ciudadanía: haber perdido a una "gran ministra" por algo intolerable. Inaceptable en cualquier otro ciudadano, ¿verdad? En la exigencia de ejemplaridad de un cargo público, indigestible. 

Al respecto he tenido la ocasión de discutir a lo largo de la semana con varios socialistas. Están instalados en el 'y tú más' que tanto critican en cualquier otra bancada. Aseguran que son casos incomparables. Discrepo: misma universidad, mismo fraude en el fondo. En el caso Cifuentes, es cierto, se presupone un mamoneo documental de alcantarilla que echa para atrás. Es otra liga, ¿pero cuál es el fin en ambos supuestos? Incluso, a los puntos, no menos grave: una ministra de Sanidad en activo obtuvo un Máster regalado por una única razón: ser quien era políticamente.

Pero ya les digo: los hay que no lo entienden. Me dicen que no pueden no reaccionar con vehemencia –como la que han mostrado Ábalos o Celaá en los últimos días– ante lo que consideran un agravio comparativo. Que no es lo mismo que Francisco Camps se 'sacrificara' en 2011 por los valencianos que lo que ahora Montón "ha tenido que vivir". Una víctima, vaya. Una realidad paralela en la que el abuso de cargo público por encima del resto es inocuo. Como si no hubieran interpretado que la dimisión era la oportunidad de dar ejemplo. Y han hecho justo lo contrario: un pasito pa'lante (la dimisión), tres pasitos pa'trás (una semana de loas y marketing político defendiendo a la gran ministra a la que le regalaron un Máster mientras era diputada en el Congreso. Tuits, publicaciones en Facebook y conversaciones de bar). 

A muches de elles se les olvida que ante semejante tropelía no solo está la opción binaria: no solo se puede estar a favor públicamente o en contra; por decoro, por respeto a las miles y miles de personas que se sacrifican cada año por obtener un Máster, el silencio es una opción de lo más digna. En el caso Montón, en los días posteriores especialmente, el silencio hubiera servido para entender que el PSOE sí entendía que la dimisión era exigible. Que había que exigir ejemplaridad y que lo ocurrido era intolerable al más alto nivel de Estado. Pero no, porque como tantas otras veces, el PSOE se queda en la ambigüedad torticera. Que dimita, pero qué gran ministra hemos perdido. Como haciéndole responsable a la democracia parcial y el mundo en el que vivimos que nos tengamos que perder a Carmen Montón por poner el listón a la altura de la normalidad moral a la que someten el resto de los contribuyentes. Ok.

Montón se benefició del mamoneo de la URJC. Han sobrevivido a algunos párrafos hasta aquí y quizá ha dado tiempo a que a alguien se le haya olvidado. Es cierto que la sombra que proyectan las figuras de los responsables de aquella casa de los horrores, Enrique Álvarez Conde y Laura Nuño, son bien alargadas. Es cierto que lo que ha sucedido en esa mansión propia de Richard Matheson bien merece una implicación judicial hasta el fondo de las consecuencias. Pero no vale exigir a otros conductas ejemplarizantes como excusa de mal perdedor cuando en casa, lo propio, ha sido en el fondo igual de sucio. El Máster de Montón fue para ella una ilusión paralela a la del resto de alumnas con las que ha detallado aquellos meses eldiario.es. Lo vivido fue un privilegio. Una zona VIP de la sociedad a la que también acudió el PSOE por lo probado y que, a diferencia de lo que muestran encuestas y resultados electorales, sí afecta al pensamiento que sus posibles votantes tienen de ellos. Lo digo porque a otros partidos parece afectarles poco. 

Montón pudo decir no al Máster. No era una persona precisamente nueva en política ni mucho menos inexperta en el subsistema que sigue demostrando existir en las instituciones. No lo era ni de lejos. Pudo rechazar el beneficio y no lo hizo. Por eso, aunque les pese (que da mucho que pensar), el movimiento natural es el que ha sucedido. La aberración de pasarse la semana entre tuits y post de Facebook blandiendo las bondades de la exministra es impropio de alguien con un estándar moral del siglo XXI. Y no se comparen con nadie, háganse el favor. No esperen de otros lo mínimo que se espera de ustedes, porque en la reacción propia van parte de las posibilidades de la izquierda para promover un cambio hacia una sociedad algo más moderna. Por lento que sea, que ya se les adivinan algunas formas. Pero, en fin, en la dirección más o menos adecuada. 

Y si quieren que debatamos de algo, que hablemos de cómo hemos llegado hasta aquí y entendamos porqué nos pasan estas cosas. Si quieren, hablemos de las juventudes en los partidos. No hay solo coincidencias en los másteres que vinculan a Casado y Montón. Hablen en sus cuentas de Twitter y en sus Facebooks de cómo se traza esa carrera política, qué exige y qué otorga. Abundemos en los perfiles que rodean a supuestos tecnócratas que, vaya, se han pasado media vida haciendo partido. Y pensemos entre todos qué es eso de hacer partido, de qué van las familias internas, a cambio de qué se asciende y cómo funcionan los partidos en la sala de máquinas hasta alcanzar la presidencia, la secretaría general o el cetro de turno. Háblenlo. Cuéntennos cómo tras esa carrera de obstáculos opaca a nuestros ojos los supervivientes resultan convertirse en secretarias de Estado, ministros o lo que puede ser peor: presidentes del Gobierno. 

A la espera de ese atrevimiento con sus intimidades, contemplen la opción de guardar un respetuoso silencio sucedido por lo sucedido. Aprovechen para reflexionar a la altura que se les exige desde su todavía amplio nicho de votos. Pero, por favor, elijan mejor el momento en que presumir de su acción de gobierno.

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