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¡NO ES EL MOMENTO! / OPINIÓN

Fatiga pandémico-fallera

Foto: ROBER SOLSONA
25/07/2021 - 

VALÈNCIA. A las puertas del mes de agosto, momento de generalizada pausa estival favorecida por unas temperaturas que dificultan tomarse las cosas demasiado en serio, podemos intentar hacer cierto balance sobre cómo hemos acabado afrontando como sociedad esta penúltima fase de gestión de la pandemia de covid-19. Podríamos decir mucho al respecto, pero quizás la imagen más nítida de dónde estamos nos la da mirar al futuro antes que al pasado: ¡a la vuelta de las vacaciones, en cuanto comience septiembre, vamos a celebrar les Falles de 2021!

Da igual que en esa semana de septiembre podamos tener temperaturas que inviten más a estar a cubierto durante el día que por ahí de actos festivos o visitando los tradicionalmente denominados “monumentos falleros”. No importa que no haya ninguna tradición de celebraciones josefinas estivales, ni particular demanda ciudadana de montar unas fiestas así de repente, ni siquiera demasiada expectativa de ganancia económica (ese tractor que parece mover todo en estos tiempos) a cambio de montar la paraeta y hacer el paripé de que nos tomamos muy en serio unas fiestas así incrustadas en el calendario contra viento y marea… Pero, sobre todo, ¡es totalmente indiferente que podamos seguir teniendo unas cifras de contagio y de transmisión de la COVID-19 sin parangón en Europa y que hayamos descubierto durante los últimos meses que las grandes concentraciones de gente incluso al aire libre son garantía segura de que la enfermedad se siga propagando, por mucho que sea entre poblaciones más jóvenes o ya vacunadas y por ello con menor riesgo de desarrollar patologías graves! The show must go on! Senyor pirotècnic, pot començar la mascletà!

No me voy a poner a enumerar las muy buenas razones que desaconsejan celebrar unas fiestas populares mínimamente reconocibles este verano, porque sinceramente creo que no hace a estas alturas ninguna falta. Basta mirar a nuestro alrededor y constatar que prácticamente ninguna otra va a tener lugar para intuir que estamos ante una anomalía que llevará inevitablemente, si no a la suspensión de los eventos para no hacer un ridículo enorme, sí a una evidente desnaturalización de los mismos. Lo realmente fascinante, y en lo que me quiero detener, es la posición de los distintos actores de esta tragicomedia valenciana, valentina más bien, por lo significativas que son respecto de cómo y dónde estamos casi todos a estas alturas de la película.

En primer lugar, tenemos una corporación municipal, del alcalde al último miembro del equipo de gobierno, que parecen absolutamente obsesionados con celebrar les Falles de 2021, pero sin que nos expliquen demasiado por qué lo ven tan importante. Como no sea para liberar espacio de la Fira de Mostres, quemando de una vez los remates o cadafals  que hay ahí almacenados desde las fiestas que se cancelaron en 2020, la verdad, no se entiende tanta obcecación. Pero hay que presumir que si el problema es el almacenaje de las piezas en cuestión, o que éste no compense, habría otras formas más sencillas de solucionar el problema que montar unas fiestas en septiembre para poder quemarlas. 

De todos modos, y hasta cierto punto, puede incluso entenderse que a quienes mandan les obsesione que haya fiestas para que no parezca que “por su culpa” o “bajo su mandato” han dejado de celebrarse por dos años consecutivos. Del mismo modo que podría ser normal que de entre los falleros más entusiastas y encariñados con la celebración haya una parte que quieran que tengamos a toda cosa algún tipo de actos, por muy remedo de baja categoría o sucedáneo extemporáneo e insustancial que sean. Sin embargo, resulta llamativo que, aunque tampoco es que haya críticas desde los colectivos falleros, más allá de quienes no ocultan su pereza o desapego hacia unas fiestas que no podrán conservar elementos esenciales, el apoyo del entramado asociativo fallero a la celebración en tiempos de vendimia sea más o menos cerrado, pero sin demasiadas alharacas. Es como si fuera un trámite que cumplir, para que parezca que la cosa sigue siendo normal, o que el colectivo sigue siendo importante. Más un acto de autoafirmación psicológica y demostración de presencia que, aun a desgana, habría de cumplimentarse.  Porque no se diga. O para que los vecinos no falleros no se vengan demasiado arriba y puedan incluso llegar a creer que podría haber una ciudad sin Falles sin que el mundo se viniera abajo.

En cambio, totalmente fascinante resulta la actuación de oposición, medios de comunicación, empresariado y otras instituciones representativas que a la mínima se quejan de cualquier cosa… o directamente de la ciudadanía en general. Desde todos estos sectores, ante la obcecación de ayuntamiento y colectivos falleros por sacar adelante estas fiestas en modo abúlico y al tran-tran, la respuesta más común ha sido el silencio o una protocolaria manifestación de apoyo genérico porque “les Falles son muy importantes y muy nuestras” a las que se ha anudado, todo lo más, una crítica a que el ayuntamiento lo esté organizando todo muy mal, aunque sin aclarar qué habría de cambiarse para hacerlo mejor.

Foto: EDUARDO MANZANA

La sensación final que le queda a uno es que a estas alturas del año, del curso, de la pandemia y de todo a prácticamente todo el mundo le da ya todo igual, hemos puesto el piloto automático, decidido que aunque a destiempo y mal hay que hacer como que todo se puede ir haciendo ya con normalidad y que a quien se queje o le parezca mal pues ya le pueden ir ondulando. Eso sí, con desganita, que no estamos tampoco para muchos esfuerzos más ni para ponerle intensidad. 

Personalmente, que haya o no Falles este año, igual que el hecho de que no las hubiera el año pasado, no me parece en sí mismo demasiado relevante, aunque celebrarlas sí sea una pequeña irresponsabilidad totalmente gratuita. Una más, en todo caso. Pero vaya, que no sé yo si son estas fiestas algo tan esencial, la verdad, para la ciudad de València o la sociedad valenciana como para que nos tomemos muy a la tremenda lo que pase con ellas este año. Pero como síntoma de ese cansancio social generalizado que nos va llevando a ser cada vez menos capaces de ser exigentes con nosotros mismos y con nuestros gobernantes, con la manera en que éstos afrontan la situación y van tirando adelante con todo, tenga sentido o no, y sea como sea, sin recibir presión ni crítica solvente de ningún tipo, resulta bastante inquietante. No sé si a la vuelta de agosto, con Falles o sin ellas, volveremos todos con las pilas algo más cargadas. Pero más nos vale. Aunque sólo sea porque vamos a repartir en España unos 100.000 millones de euros en fondos públicos que luego, a la postre, que nadie lo dude, habrá que devolver con impuestos, recortes o cualquier otro tipo de contribución directa o indirecta que recaerá sobre todos nosotros (pero, como siempre, más sobre unos que sobre otros) y convendría no estar tan hartitos de todo como para dejar que, como hasta ahora, no haya regla alguna de reparto mínimamente objetiva ni modelos de control para evitar que el dinero se distribuya a la buena de Dios y del IBEX-35.  No se trata de elegir ninot indultat ni primer premio de categoría especial, pero si hasta para esto tenemos reglas, transparencia y controles, qué menos que exigir lo mismo, al menos, para esto del reparto. Esperemos que la fatiga no se imponga y, tarde o temprano, recuperemos el pulso. Veremos.

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