Últimamente me viene a la cabeza una frase viral que hace poco leí y me parece reveladora: “Rodéate de lo que potencie tu ternura y no tus instintos de supervivencia”. Un recurrente pensamiento nada extraño en una época en la que presencio diversos y múltiples cumpleaños. A los infantiles me refiero.
Fuera bromas, aunque a intensidad ningún otro evento le gana, son la mejor ocasión para debatir sobre crianza, escuchar algún cotilleo sobre el mundo de la enseñanza y, por supuesto, que el niño extasiado de motivación caiga rendido en la cama tras finalizar la celebración. Sin embargo, el otro día, rodeada de esta atmósfera festiva, fue otro el tema de conversación.
“Pues parece que casi todos nos pusimos de acuerdo en septiembre”, suelta de repente una de las madres. Nos aclara que cuando alguien le dice una fecha de cumpleaños, tiene la costumbre de calcular el mes de concepción de sus progenitores. “Mayo y junio son los meses de las citas en los parques de bolas por excelencia, por lo que la vuelta del verano para procrear sin duda es la preferencia”, sentencia.
En ese momento, visualizo con estupor a los padres del pequeño protagonista que en ese momento se encuentran acompañándole junto a la tarta, en una escena de pasión hace poco más de tres años por el que engendrarían a su cría. Embriagados aún por esa sensación agridulce que deja el paso de unas vacaciones de categoría. Por alargar una cálida y tórrida noche más en donde dar rienda suelta al instinto animal tras una jarra de sangría. Un periodo post estival en el que, visto lo visto, se equilibra el bajo índice de natalidad con el que tan alarmantemente nos machacan en las noticias de actualidad.
“Los segundos, la mayoría de septiembre, por ejemplo son gestados en Navidad”, prosigue con su estudiado análisis de mercado. Según su teoría, la pereza y la ausencia de tiempo por encontrar un hueco para consumar en la rutina marital queda relegada a periodos vacacionales algo más largos que un fin de semana para que se de cierta relajación mental. Tiene sentido pensar que tras varios brindis de Champagne, la última noche del año puede ser la elegida para cumplir el deseo de dar vida. Como si más allá del asunto biológico, la Nochevieja ejerciera un poder sobrenatural en la alcoba de cada pareja.
Esto me hace pensar en los nacidos en enero, quienes merecen una especial mención por su procedencia autóctona ya que tras algún exitoso coqueteo fallero entre verbenas, churros y castillos artificiales dejaron como resultado algún heredero.
El fuego parece también ser cómplice de los que cumplen en abril a propósito de San Juan. Quizás la noche más mágica del año sea en nuestra ciudad testigo oficial del delirio sentimental de aquellos que cumplan expediente en un ambiente en donde todo se siente caliente.
Una de nosotras apuntó otra importante observación. “Por último quedan por incluir los nacidos por la ciencia”. Nos cuenta emocionada que en su caso fueron los médicos quienes decidieron el día y hora de la fecundación. Cediendo el protagonismo del cuándo a los expertos de la reproducción, cuya pulsión para sus pacientes no es otra que la de la creación cuando el deseo no es suficiente ¿O sí?
Pienso entonces en el explosivo vínculo que existe en realidad entre la investigación y la satisfacción. Hasta la evidencia femenina señala que, a veces, lo natural también puede ser producto de una excitación artificial.
Para finalizar quedarían, en mi opinión, los meses que no se pueden clasificar. Porque en toda estadística siempre quedan ecuaciones por resolver. Como esos cumpleaños random de noviembre o febrero, únicos en el año, que por ser los únicos del año al bolsillo no hacen daño.
Mi hipótesis, querido lector, es la siguiente: estas excepciones y raras avis tienen su origen sin duda en los apasionados de la siesta. Aquellos que, si las hacen acompañados sea cuando sea, jamás dicen no a una excitante propuesta. Dicho esto, hagan su propia apuesta. Disfruten San Juan.