5 de octubre de 2023
Palau de la Música de València
Obras de Lamote de Grignon, José Serrano, Bizet y Kodály
Maite Alberola y Sandra Ferrández
Orquestra de València
Álvaro Albiach, director musical
VALÈNCIA. Hacía mucho tiempo, demasiado, que en el encabezamiento de una crítica no escribía como lugar de celebración el Palau de la Música, y su lugar lo había ocupado las que fueron sedes del exilio como el Teatro Principal o el auditorio del Palau de Les Arts.
Un abrupto y casi eterno silencio que nos llegó como un mazazo, y nunca estuvo previsto en la densa y extensa partitura que constituye el relato del gran auditorio de València cuya andadura se inició allá por 1987. Una cesura que no logró que mi cabeza olvidara la sensacional acústica de la sala Iturbi, pero, sin embargo, me viera incapaz de reproducirla mentalmente para recrearme en aquellas tardes gloriosas con tan grandes solistas y orquestas además de nuestra Orquestra de València, cuyos músicos (me consta) han vivido esta jornada con gran emoción. Darle forma al sonido en nuestro cerebro no es como recordar un cuadro, pues el placer acústico es algo mucho más abstracto. Sin embargo, este pasado jueves, en cuando la música se hizo presente, todo se recompuso en cuestión de segundos, a pesar de los titubeantes inicios de la orquesta, quizás presa de los nervios, y aconteció esa sensación del “parece que fue ayer” que pienso que sintieron muchos de los congregados. Una especie de déjà vu comunitario sobrevoló el patio de butacas.
Una materialización que llega, seguro, demasiado tarde, pues siempre es tarde si se trata de volver al lugar del que nunca debimos irnos. Yo sí quisiera acordarme de aquellos que se pusieron al frente de todo un marrón y que hace unos meses dejaron el consistorio. Más allá de una gestión del problema mejor o mejorable, hay que reconocerles que son participes del final feliz que significa lo de ayer, y más teniendo en cuenta que la programación que se inicia en breve corre de su cuenta. Dicho esto, enhorabuena a los nuevos gestores porque tienen por delante un reto apasionante, y pienso que al frente del mismo se ha puesto al frente una persona, Vicente Llimerá, que reúne, a priori, todos los requisitos para que la cosa salga bien.
La música sonó, de nuevo, en un ambiente festivo y cargado de emoción, y el público estuvo bullicioso y expectante como si se tratara de la auténtica inauguración del edificio. Tenemos que ser realistas y en este período de exilio y pandemia se han producido deserciones de abonados, ahora reencuentros, y también, en parte, la llegada de nuevos aficionados. En esa labor de reconstrucción del tejido social con la captación de nuevos abonados debe conllevar también la de educar a quienes no están acostumbrados a lidiar con el imprescindible silencio de este lugar, razón por la que sonaron tantas o más célebres melodías en los teléfonos móviles que las que salieron de los músicos de la orquesta.
Permítanme que, sin que sirva de precedente, no sea esta una crítica musical al uso pues fue una tarde más de intensas emociones que de grandes resultados obtenidos de la música del maestro Serrano propia o reinterpretada por quien fuera fundador de la Orquestra de València, el barcelonés Ricardo Lamote de Grignon. Las canciones de José Serrano, del que se cumple el 150 aniversario de su nacimiento, así como la de Barbieri Niñas que a vender flores estuvieron defendidas con arrojo por la soprano Maite Alberola y la mezzosoprano Sandra Ferrández. Para cerrar esta primera parte se interpretó una recuperación: La Valenciana, una canción que el maestro Serrano dedicó a Chapí y de cuyos arreglos se ha ocupado Ramón Ahulló. Ambas cantantes, que fueron muy aplaudidas, en la segunda parte abordaron cuatro arias de la ópera Carmen de Bizet. Obras donde el nivel interpretativo subió un escalón tanto por parte de ellas como de la orquesta.
La histórica velada se cerró con, quizás lo mejor de la tarde: unas intensas y brillantes Danzas de Galanta de Zoltán Kodály, con una dirección modélica del director de Alvaro Albiach, principal director invitado de la formación, de esta emotiva y rítmica partitura que sirvió para ir asentando, de nuevo, el sonido más sinfónico de la formación. Y dicho todo esto, solo queda que proclamar que viva muchos años más el Palau de la Música de València.