VALÈNCIA. El Museu de Belles Arts de València ha recibido una donación que vale prácticamente un siglo de historia valenciana de la pintura. La familia de Francisco Sebastián Rodríguez han entregado ocho obras de su colección familiar, que abarcan desde 1944 hasta 2006 y que suponen un importante refuerzo a la colección de pintura figurativa del siglo XX en el museo, que tiene un especial arraigo valenciano.
“Hemos gestionado esta donación pensando en el futuro. No estamos dando al patrimonio público cualquier obra, sino una selección significativa de diferentes momentos de las diferentes etapas creativas de Francisco Sebastián. Lo conocemos como paisajista, que es como se le ha difundido más, pero también fue un excelente pintor figurativo, tal y como se puede ver en dos retratos y su autorretrato”, explicaba ayer el director del museo, Pablo González Tornel.
La donación ha sido realizada por los hijos del artista, Mercedes, Francisco y Manuel Sebastián Nicolau, con el fin de completar la colección de obras de arte moderno y contemporáneo del Museo de Bellas Artes de València y en recuerdo de su padre al cumplirse en 2023 el décimo aniversario de su fallecimiento.
Fue Francisco Sebastián (a su vez, conocido artísticamente como Sebastián Nicolau) el que, en una visita del director del museo a su estudio, le ofreció activar la donación. “La idea de la donación empezó con cuatro piezas que eran las que entendíamos que abarcaban la línea temporal del museo. Pero hablando con Pablo [González Tornel] llegamos a la conclusión de que el museo es algo más que el custodio de las obras que forman parte de la colección expuesta. Así que ampliamos a ocho cuadros que abarcan todo el siglo XX”.
En la misma biografía de Francisco Sebastián está contenida la historia de un país. El paisajismo valenciano de las primeras décadas del siglo XX nació casi como una contestación (no hostil) a la alargada sombra de Sorolla, haciendo propuestas diferentes del mismo objeto de estudio. La posguerra arrasa con todo, incluido el imaginario de la pintura, y los artistas buscan alejarse de la luminosidad y la dulcificación de postal.
Por necesidad de subsistir, Francisco Sebastián acaba trabajando como diseñador, decorador o muralista. Es entonces cuando se puede observar que hay un impasse, desde los 50 hasta finales de los 60 que parece un vacío en su obra. “Mi padre nunca dejó de pintar. Pero una cosa es el pintar metodológico y otro el pintar intelectual, que necesita un tiempo que mi padre no tuvo. Pintaba, pero no podía depurar o tener un pensamiento sobre lo que estaba pintando. De alguna manera, también durante ese tiempo pensaría sin aplicar”, relataba ayer Sebastián Nicolau.
¿De qué manera influyó este impasse en su pintura? “La pintura que venía siendo más figurativa empieza a adquirir matices que la desvinculan con lo que había hecho hasta entonces, con el paisajismo valenciano y con sus contemporáneos”, responde su hijo. Y añade: “Mi padre practicaba una abstracción formal sin alejarse del paisajismo. Podían ser abstractas en lo iconográfico, pero la base figurativa nunca la perdió”.
La donación consiste en ocho obras propias y un busto de Carmelo Pastor Pla que representa al pintor. Se trata, en efecto, de una muestra muy representativa de la versatilidad formal y la capacidad de evolución y reinvención que tuvo Francisco Sebastián.
Lo más identificativo, claro, son los paisajes. Dos marítimos valencianos, en los que se puede ver esa apuesta genuina por buscar una nueva manera de representar lo que ya hacía otro buen puñado de artistas. “La relación con otros pintores paisajistas ha sido puramente iconográfica, porque después cada uno lo hizo de una manera muy diferente. En el caso de mi padre, se quiso alejar de lo que se hacía e interesarse especialmente por el cromatismo”, opina su hijo.
A estos dos paisajes le acompaña un dibujo de el Monumento a Joaquín Sorolla de una belleza y precisión más que notables. Tanto que González Tornel y Pilar Tébar, Directora General de Patrimonio Cultura, invitaron al Ayuntamiento de València a que lo tomen como guía en el proceso de búsqueda y reconstrucción que se está llevando a cabo para restaurar el homenaje al pintor devastado por la riuà.
Otros dos paisajes rompen completamente con lo visto anteriormente. Primero, una escena volcánica de Lanzarote en tonos morados, que le permite mirar desde el punto de vista del extraño y tomar distancia con lo que representaba en su València natal. Por otra parte, Nocturnitat Aparent, de 2006, que es una muestra de la evolución hacia la abstracción que adoptó en su última etapa creativa.
Más allá del paisaje, la donación incluye dos retratos y un autorretrato, todos muestran una técnica depurada y reflejan, otra vez, su versatilidad como pintor sin alejarse de las dos grandes tradiciones pictóricas del siglo XX (el paisaje y el retrato), tal y como señaló ayer Tébar. “El autorretrato es una pieza que interesa especialmente al museo porque la figuración de posguerra va a tener mucho que ver con el discurso museográfico que estamos construyendo”, apuntó, por otra parte, González Tornel.
El busto y el autorretrato se recolocarán próximamente en salas y ya tienen su lugar reservado en la colección permanente. Sobre el resto “habrá que decidir conforme siga evolucionando la reordenación de las salas”. En todo caso, González Tornel reiteró que se trata de una apuesta de futuro: “dentro un siglo, el director o directora de este museo agradecerá tener en la colección a uno de los artistas fundamentales de la pintura valenciana del siglo XX”.
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