VALÈNCIA. Hace unos días el Ayuntamiento de Alicante (en el que ya se nota el trabajo de uno de los asesores que ha incorporado el nuevo equipo de gobierno, el urbanista y abogado Pablo Sánchez-Chillón) le lanzaba un guante a su Autoridad Portuaria: la propuesta de reconversión del fracasado centro comercial Panoramis en un hub de innovación. Una idea que el puerto no ha recogido escudándose en la vigencia de la concesión a pesar que la situación actual de subasta permitiría una desestimación de la única oferta presentada y un cambio de rumbo.
El mismo Sánchez-Chillón publicó un valiente artículo calificando al Puerto de Alicante como una república independiente; una especie de gobierno en la sombra, como definieron Rubén Martínez y Mauro Castro a la Autoridad Portuaria de Barcelona en otro artículo. Repúblicas independientes de las decisiones democráticas, del urbanismo a escala ciudad y de la rendición de cuentas. Para Alicante, Sánchez-Chillón proponía un modelo de reconversión similar al proceso de activación productiva y apropiación ciudadana que estamos llevando a cabo en La Marina de València.
El caso de Panoramis no es un fenómeno aislado. Los centros comerciales en los frentes marítimos suelen ser un fracaso. Los Cantones Village en A Coruña era un páramo que se tuvo que reinventar en un hub de discotecas. Ni una tienda aguantó, y el ocio nocturno, buscando huir de los vecinos y su manía de descansar, colonizó el espacio. Ni siquiera el Maremagnum en Barcelona, otrora icono de las transformaciones portuarias, funciona demasiado bien. Los cines Imax, en la misma área, cerraron en 2014.
Los frentes marítimos en el estado representan paradigmas de la urbanalización, la reproducción de un urbanismo banal, calcado de un lugar a otro (el término lo acuñó el geógrafo Francesc Muñoz). Esta urbanalización surgió de la intersección de una tendencia global homogeneizadora de lo urbano, la falta de imaginación de los técnicos urbanistas que lideraron las transformaciones en los años 90 y la actuación de las repúblicas independientes de las Autoridades Portuarias, que no tienen ninguna vocación de hacer ciudad (como dice el presidente de Puertos del Estado, José Llorca) pero es obvio que la hacen (o la deshacen) de manera derivada.
València no permaneció ajena al fenómeno de la urbanalización, y todavía después de la crisis aprobó un plan especial para la Dársena Histórica que convertía todos los edificios históricos en hoteles o centros comerciales.
Pero más allá de las implicaciones negativas que tienen los centros comerciales sobre el comercio de proximidad, un elemento esencial para la vida urbana, o los efectos de distorsión que tienen sobre los sistemas de movilidad, parece que ya no son la mejor respuesta a las demandas individuales. En la meca del mall, en EEUU, los centros comerciales están cerrando en cadena: un cuarto de ellos bajarán la persiana en los próximos cinco años. Los frentes marítimos, los puertos históricos pegados a la trama urbana que quedaron obsoletos para el tráfico marítimo, son lugares demasiado valiosos para dedicarlos a esta actividad en relativa decadencia que en esencia se puede ubicar en cualquier sitio donde haya espacio.
Afortunadamente hay alternativas. Los puertos históricos, y también sus edificios industriales de inmenso valor patrimonial, pueden tener otros usos que añadan más valor y sean económica y socialmente más sostenibles.
El CHQ de Dublín es un almacén portuario, muy parecido a los Tinglados del Puerto de València, que se construyó en 1820 a lo largo del George’s Dock. Fue rehabilitado por la Dublin Docklands Development Authority en 2006 con una inversión 45 millones de euros para convertirlo en un centro comercial de marcas de lujo. En 2013 el 80% de la superficie comercial estaba vacía. Ese mismo año, E. Neville Isdell, ex-presidente de Cocacola, compró el edificio por 10 millones de euros y fue en ese momento cuando empezó su nueva vida.
Hoy en día el edificio acoge a Dogpatch Labs, el centro para start-ups más importante de Irlanda, una galería de arte, el Museo Irlandés de la Emigración y varios espacios gastronómicos muy exitosos. CHQ es un un espacio abierto, permeable y con usos diversos. En el modelo del CHQ actual nos estamos inspirando en La Marina de València para darle uso a los Tinglados 4 y 5 ya libres de las estructuras temporales que sirvieron de boxes para la Fórmula 1.
El caso de CHQ no es una receta única que se pueda aplicar en cualquier lugar pero nos enseña valiosas lecciones: en primer lugar que los espacios rehabilitados o construidos para usos comerciales fracasados pueden reinventarse; en segundo lugar que la actividad innovadora tiene una gran capacidad transformadora; en tercer lugar, que esta actividad innovadora se refuerza con espacios públicos de calidad y en cuarto lugar, que la diversidad sigue siendo un gran valor urbano.