El Centre del Carme Cultura Contemporània acoge hasta el próximo mes de marzo la exposición Punto de fuga, de Fuencisla Francés. Una explosión atómica formada por infinitos trozos de papel, lienzo y madera en diálogo con la arquitectura de sus salas más icónicas. Una apabullante experiencia para los sentidos que recoge el fruto de medio siglo de trayectoria artística.
VALÈNCIA. Son pocas las veces en mi vida que he sentido algo parecido al síndrome de Stendhal; esa sensación de vértigo ante la gran belleza que recibe su nombre de aquel episodio ocurrido en 1817 mientras el escritor francés visitaba la basílica de la Santa Cruz en Florencia: “Había llegado a ese punto de emoción en el que se encuentran las sensaciones celestes dadas por las Bellas Artes y los sentimientos apasionados. Saliendo de Santa Croce, me latía el corazón, la vida estaba agotada en mí, andaba con miedo a caerme”. Palpitaciones, mareos, entumecimiento de manos y piernas, y la necesidad acuciante de tomar asiento; un estado de agitación completamente emocionante por inesperado, por indescriptible, por inusual. Hasta ahora.
La exposición Punto de fuga, de Fuencisla Francés (Segovia, 1944), comisariada por Pilar Tébar en el Centre del Carme, repasa la trayectoria de más de cinco décadas de la artista afincada en València de una manera tan espectacular como intensa. Una muestra que destaca no solo por la calidad de sus obras y la enorme coherencia interna de su producción artística sino también por su extraordinaria capacidad de avasallar el espacio circundante bajo el influjo de sus pequeñas piezas de materiales humildes; como partículas suspendidas tras una silenciosa explosión.
“Todo lo sólido se desvanece en el aire” (Karl Marx).
Partiendo de una concepción escultórica, escenográfica e incluso coreográfica, uno tras otro, los once espacios de las salas Goerlich y Ferreres sucumben ante un arte expandido con más de doscientas obras y varias instalaciones creadas específicamente. Tal es el caso de la impresionante “Descomposición de lugar” (2000 - 2006) que recibe al visitante invadiendo por completo las paredes, pilastras y cornisas de sala Goerlich, salpicando sus doscientos metros cuadrados con miles de pequeños fragmentos de papel que envuelven al visitante, convirtiéndole en un ser diminuto en medio de semejante estrépito.
“El viento se levantó en la noche, y lejos llevó nuestros planes” (proverbio chino).
En la sala contigua, la instalación “Sobre negro”, en la que la artista lleva trabajando desde 1984, ofrece un contrapunto a la aparente ligereza del espacio anterior y su carácter escultórico se convierte en totémico. Las paredes, pintadas de negro y abigarradas con collages de diferentes tamaños a la manera de las antiguas colecciones, circundan un monumental grupo de seis prismas rectangulares de una gran solemnidad. Vista la sala desde lo alto de la rampa en zigzag, se podría estar divisando los vestigios de una antigua civilización.
La obra tiene que estar íntimamente relacionada con el lugar que ocupa. Cada espacio contiene unas sugerencias. Cuando lo ves, intuyes cómo se puede comportar.
Abandonando la sala negra y ascendiendo al centro de la sala Ferreres como quien emerge de la caverna, la luz cegadora y las chiribitas regresan, si cabe, con mayor claridad. Al fondo de la nave central, aparecida como una deidad luminosa en el lugar del altar mayor, la instalación “Punto de fuga” (2014 - 2019), pieza sobre la que gira la exposición y a la que da título. Un impresionante móvil formado por incontables trozos de madera blanca suspendidos en el aire, pendientes de siete cables de acero que atraviesan la sala de parte a parte y que podemos rodear como si deambuláramos en peregrinación.
A ambos lados, ocho salas de menor tamaño a través de las cuales poder ir completando el relato de la autora, dando saltos cronológicos adelante y atrás que evidencian la perseverancia, el rigor y la solidez mantenida a lo largo de su extensa trayectoria. Desde sus primeros estudios anatómicos, bodegones y paisajes de su época como estudiante de la Escuela de Bellas Artes de San Carlos —entonces ubicada en el actual Centre del Carme— (“Valkiria”, 1965 - 1973) pasando por sus pinturas en las que comienza a separarse de los presupuestos figurativos (“Desnudos y vuelos”, 1980 - 1990 y “Sin título”, 1990 - 2000) para dar paso a formas mucho más sintéticas y abstractas que acabará deconstruyendo y recomponiendo en sus célebres collages (la imponente composición “Trozos”, 1983 - 1986, el friso corrido “Instante”, de 2019 —con materiales recuperados de 1974—, la elegantísima serie de collage sobre lino “Sin título”, 1995 - 2004, en los que se adivinan los ecos del expresionismo abstracto, o “Sobre blanco”, 1989 - 2004, espejo de “Sobre negro” aunque de una manera luminosa, ascensional y estilizada, de reminiscencias vegetales).
Finalmente, su etapa actual en la que la materia trasciende los límites del lienzo para expandirse por el espacio, dialogando así con el espacio vacío y con la propia fisionomía del lugar (“Supercuerdas”, 2009 - 2010, formada por móviles de madera como una cascada rompiendo contra un lecho de lienzo, “Papel”, 2017 - 2018, y la estremecedora “Resonancias”, 2004 - 2007: un cubículo oscuro con miles de trozos de tela tratados con pintura luminosa que reaccionan brillando a la luz negra mientras suena un bordón de voces —compuesto por Fátima Miranda— que consigue trasladar al visitante a algún lugar arcano, casi místico y profundamente conmovedor.)
“Lo que puede expresarse con palabras puede expresarse con nuestra vida.” (Henry David Thoreau).
Como colofón, los cuadernos de notas de la artista —uno de los cuales, reproducción facsímil dispuesta para su consulta— facilitan una nueva vía de acceso al exquisito universo de la artista a través de sus bocetos, listados, citas de referencia y reflexiones propias —entre ellas, las que han ido apareciendo en cursiva a lo largo de este texto— así como de su curiosa manera de enmarañar las líneas y la palabras, dotándolas de una gran plasticidad y movimiento, de manera similar a la de sus grandes instalaciones; como un reflejo a pequeña escala que nos ayuda a comprender un poco mejor el largo trayecto que la artista ha recorrido transitando del interior al exterior, de lo micro a lo macro, de lo particular a lo general, a lo universal. Sirviéndose de su trabajo artístico, su palabra y su vida como el más preciso modo de expresión: con la fuerza desatada de una gran, brillante, hermosa y extenuante explosión.
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