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el muro / OPINIÓN

Generación irrepetible

Foto: EFE

Es apenas unos días se han ido otros dos grandes nombres de nuestra historia cultural. Está desapareciendo del todo una generación brillante que no deja recambio a su altura.

21/10/2018 - 

En mis tiempos de redacción y coordinación laboral resultaba planificar la semana y comentar que venía Eduardo Arroyo a presentar una nueva exposición o un libro y crecía una nube de voluntarios pidiendo el tema.

Y es que acudir a una cita con Eduardo Arroyo era volver a la redacción con garantías. Regresábamos divertidos, pletóricos, repletos de titulares, con ganas de contarlo y casi agotados de adrenalina. Arroyo daba un juego que muy pocos sabían ofrecer. Era un tipo que disparaba a contracorriente. Divertido, ocurrente, interminable, con chispa, ironía en la imaginación pero sobre todo inteligencia. Es más. Sus cuadros nunca pasaban desapercibidos, aunque fuera lo último en comentar. Su obra jamás se repetía, pero era lo que todo artista busca: ser reconocible, señal de personalidad e identidad propia. Era pura dinamita.

Como un amigo pintor me recordaba hace apenas unos días al conocer su muerte, su obra decía mucho pero sólo él sabía de qué forma decirlo. Era uno de esos artistas supervivientes a todo y todos en los que el arte hablaba por sí mismo. Si necesidad de florituras, exageraciones ni tampoco de esos discursos vacuos y “teóricos” que no conducen a nada para explicar una obra de arte, salvo al mero aburrimiento interpretativo. Esto es, una flor no deja de ser una flor por mucho que nos quieran contar que es la interpretación del nacimiento subyugado de la vida en los que el sexo está prohibido y todo es subliminal antes nuestros ojos.

Arroyo venía de vez a València para dar su propia batalla con relación al IVAM, la política cultural del momento y lo que hiciera falta. Por lo general era la voz de otros que preferían mantenerse en silencio para evitar males mayores. Pero él no se cortaba un pelo. Además, tenía autoridad suficiente para decir lo que pensaba y lo decía con tanta gracia que las bombas de relojería resultaban finalmente de racimo.

Pero Arroyo era mucho más, como pintor, ensayista, ilustrador de libros, creador de estampas…en cualquiera de las facetas destacaba. Era además un creador interminable. Un dandi de la pintura y de la creación cuya obra iba más allá de la mera estética y gozaba de una profundidad abrumadora. Un creador incansable e interminable que se ponía deberes a sí mismo como aquel ejercicio de pintar cada día un cuadro hasta completar un corpus existencial o ilustrar esos 320 dibujos que nos deja inéditos del Ulises de Joyce. Arroyo se ha ido con esa duda que pregonaba de querer hacerlo sabiendo cuál sería su último cuadro.

Foto: EFE

Pero a la desaparición de Arroyo se han de unir la de otros muchos grandes nombres del arte o la música que nos han dejado en los últimos meses. Casi casi nos vamos quedando sin referentes de toda una generación brillante a la que será difícil encontrar relevo.

El mundo del arte o de la interpretación ha cambiado mucho. La crisis llevó a muchos artistas a refugiarse en sus respectivos estudios y a huir de las disputas o el posicionamiento individual.

Tampoco el mundo de la política, ya metida a decidir sobre lo bueno y menos bueno, según criterios pasajeros o absurdos, ayudó fragmentando ese mundo inquieto y a veces insobornable que se tuvo que refugiar por temor a ser considerado outsider o incómodo. En eso, la política hizo mucho daño coartando en silencio la libertad de expresión o provocando lo que los ingleses llaman self control. Y no sólo frente a la monarquía.

La crisis hizo mucho daño. Tanta que llevó a muchos artistas a comprobar cómo su obra podía llegar a ser cuestionada o aparcada por el error de haber convertido el arte en mera especulación pasajera. Hoy todo ese recorrido o los años que hemos dejado atrás ya son irrecuperables.

Nos quedamos huérfanos de una gran generación de artistas. Es ese también el caso de la muerte de Montserrat Caballe, una de las grandes divas de la lírica mundial. No quedan voces femeninas capaces de hacerle sombra. Los artistas salen al mercado en manos de los agentes y los propios circuitos ya sean de la música o el arte se posicionan tan rápidamente gracias al márquetin que con la misma rapidez pasan de moda. Están sujetos a un mercado veloz y a sus leyes. Igual que encumbra deja caer al abismo.

Vivimos en un tiempo de consumo rápido y ausencia o pérdida de referentes. Cada día se va uno más mientras no llegan esos relevos prometidos que emocionen de la misma forma que lo hacían aquellos que gozaban de un tiempo y trayectoria constante hasta con problemas añadidos. Es nuestro sino. Un error que algún día pagaremos. Ya nos fiamos de nada ni de nadie.

Al menos guardaremos su recuerdo o las experiencias vitales que algunos hemos podido vivir junto a ellos y que hoy se disfrutan con un programa de mano dedicado que conduce al recuerdo, un libro, un catalogo firmado y dibujado o una fotografía que enseñar pasado el tiempo y que sirve como testimonio de un tiempo que algunos tuvimos la suerte de compartir.

Un hándicap para las nuevas generaciones, estas de usar y tirar a las que casi todo les da absolutamente igual, salvo el envío a domicilio y un like virtual desde el smartphone.

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