A los 18 años se compró una vieja ambulancia para viajar por Europa, y desde entonces apenas ha pasado por casa. Junto a Chocolate, su inseparable amigo cuadrúpedo, ha subido volcanes y montañas, ha atravesado glaciares y selvas y ha surcado el Amazonas en kayak. Este insólito relato de libertad y desapego material quedará ahora recogido en un fotolibro
VALÈNCIA. Un pantalón, una sudadera, una camiseta, una hamaca colgante, una vasija de aluminio y una cámara de fotos. Cuando le toca atravesar un lugar frío como La Patagonia o Alaska, se agencia un chaquetón, del que se desprende en cuanto mejora el clima. Ese es todo el equipaje que ha acompañado a Germán y a su perro Chocolate en sus viajes por el mundo durante los últimos diez años. Juntos han recorrido de cabo a rabo el continente americano, India, Nepal y Tailandia. Han hecho autostop, han recorrido más de mil kilómetros seguidos a pie y han cruzado el Amazonas en kayak. “La verdad es que llevo una vida muy pirata”, confiesa con voz cándida y cantarina este vagamundo valenciano, nacido en Puerto de Sagunto hace 38 años.
Hay quien viaja para desconectar del trabajo o para huir de sí mismo, y quien lo hace porque no concibe otra manera de habitar el mundo. Germán Martínez García es un errante empedernido desde que salió por primera vez de España a los 18 años. “Me compré una ambulancia de segunda mano en Frankfurt y empecé a viajar con amigos por Europa. Íbamos a festivales de música y a veces parábamos en algún país para trabajar como temporeros, recogiendo manzanas en Italia, por ejemplo. Lo suficiente para reunir dinero con el que poder seguir adelante”.
Durante su primer viaje a México, Germán decidió que seguiría viajando toda su vida, pero lo haría en solitario. “Es mucho más gratificante cuando sabes que todo lo tienes que conseguir por ti mismo. Me gusta mucho la sensación de libertad que te da comprender que no necesitas prácticamente nada”. Cuando llevaba años viajando solo, encontró en Marruecos un cachorro recién nacido que se convertiría en su mejor amigo y compañero inseparable de aventuras. “Como para cruzar fronteras con un animal necesitas un certificado de salud de un veterinario que no tenía, Chocolate cruzaba a pie a su bola, suelto, como si fuese un perro vagabundo. La mayoría de las fronteras las atravesó de forma ilegal, siguiendo mis silbidos. Es un perro que sabe viajar y se adapta a lo que le eches”.
Viajar con un animal le ha obligado a dormir a la intemperie, incluso en lugares donde no se recomienda ni pisar la calle por la noche. “Cuando viajas mucho te das cuenta de cómo se exagera desde fuera el nivel de peligrosidad de algunos países, como Salvador y Honduras, por ejemplo. En general es difícil que te pase algo a menos que te metas donde no debes”, opina. “La parte más difícil de este último viaje de dos años por Sudamérica fue hacer dedo en Colombia, donde es cierto que la inseguridad hace que la gente desconfíe y no quiera subirte a su coche. La Patagonia sur de Argentina también se hizo muy larga, porque nadie nos paraba tampoco. Esa zona en cambio era segura y tranquila. Bolivia también fue un país complicado”. El mayor percance que ha sufrido este valenciano ocurrió en Colombia, cuando un autoestopista al que conoció en la carretera le robó su cámara de fotos y otras pertenencias mientras los dos compartían campamento en un bosque. “Cuando me desperté vi que se había ido y se lo había llevado todo”, lamenta. Pero de todo se aprende.
De vez en cuando, el dinero se termina y Germán tiene que parar una o dos semanas para trabajar. “Mi primer trabajo consistió en pintar una habitación para un chico que me invitó a su casa. El segundo fue como marinero en el lago Carrera (Argentina), acompañando al patrón de una barca que llevaba a turistas a visitar unas cuevas de mármol. En Viña del Mar amplié fotos de paisajes del sur de Argentina y Chile, las pegué sobre madera y las vendí después en las calles de Valparaíso. En Colombia hice fotos para la web de varios hoteles.. cosas así. A veces, en lugar de venderlas, las ofrecía como trueque a cambio de un techo para los dos”, relata.
“A veces todo lo que tengo en el bolsillo son 20 euros, y otras he llegado a reunir hasta 2.000, una cantidad con la que puedo vivir hasta siete meses. Pero cuando más feliz soy es cuando no tengo casi nada. Si tengo dinero no dejo de pensar en cómo lo voy a gastar, pero cuando no tienes, tu única preocupación es sobrevivir. Es cuando vives las mayores aventuras, las más divertidas”.
Hablamos con Germán aprovechando un receso de sus viajes. Lleva tres meses en su casa de Puerto de Sagunto, preparando un libro de fotos en el que relata sus aventuras con Chocolate por América del Sur. Ha puesto en marcha una plataforma de Verkami para recaudar financiación. El libro se centra en los últimos dos años, aunque las aventuras de Germán y Chocolate comenzaron mucho tiempo atrás, en 2009. Los primeros 40.000 kilómetros los recorrieron a bordo de un Fiat Duna, desde Buenos Aires hasta Perú, recorriendo cada camino de toda Argentina. Exprimió al máximo las posibilidades del viejo cuatro ruedas hasta que, al llegar a la ciudad de Trujillo, el oche “se resfrió y no volvió a pasar de segunda marcha”. Lo vendió a un desguace por 500 dólares y, ya sin coche, recorrieron en barco varios ríos de la Amazonía. “El río Napo me dio que pensar, y años más tarde regresaríamos a navegarlo en un kayak . Al final del viaje conocimos Iquitos y regresamos a casa ocho meses más tarde desde Quito, Ecuador”.
En 2011, tras un viaje por India, Nepal y Tailandia, siempre con Chocolate, regresaron a Perú. “Viajamos por el país en autobús. A veces no me dejaban subir al perro y tenía que esperar otro vehículo. “Chocolate es mediano en Europa, pero para un sudamericano es como un mastín”. Una de sus experiencias más memorables tuvo lugar en Paita, “un pequeño pueblo pesquero en el que Ernest Hemingway pudo inspirarse para escribir El Viejo y el Mar”. “Allí mi viejo amigo y yo nos fuimos en un barco a pescar calamares gigantes. Eran tan grandes como un hombre adulto”, recuerda.
“La siguiente escala fue aquel bonito río calmado que conocí dos años atrás: el Napo. Decidí navegarlo a remo hasta su desembocadura en el Amazonas, y desde allí hasta el Océano. Poca cosa, unos 6.500 kilómetros. Mis padres me mandaron un kayak de lona hinchable desde España. Le monté un toldo con unas mangueras de goma, lo llené de trastos y finalmente abandonamos el puerto de Francisco de Orellana, en Ecuador, Napo arriba, para comenzar a bajar hacia Perú. Estábamos solos, un enorme río tan ancho como un par de autopistas, rodeado por la selva. Llevaba un mapa cartografiado por el Instituto Militar de Quito. El primer día de navegación, el sol implacable destrozó la tela que cubría la embarcación. Nuestras opciones disminuyeron de golpe. Le cosí una tela por encima y pasé el resto del viaje, durante varias semanas, rociándola con agua. Pero acabó reventando también. El sentido común nos hizo abandonar la travesía después de tres semanas”.
El tercer viaje de Germán comenzó en Chile en 2013 y finalizó en 2015. “Cruzamos en barco, hasta un pueblecito entre fiordos llamado Balmaceda. Allí trabajé a cambio de comida y techo en una granja perdida que regentaba un holandés. Después vinieron las montañas de Chaltén, el glaciar perito Moreno, el Caribe…”. El cuarto y último viaje transcurrió en autostop desde Colombia a California, y en un coche de segunda mano desde la costa Oeste hasta Alaska. Su siguiente meta es Asia. “Quiero estar unos años por allí e intentar llegar hasta Australia y Nueva Zelanda. Después empezaré con África”.
Es una vida solitaria y algo arriesgada la que ha elegido, pero cuenta con la comprensión de sus amigos y sus padres. “Mi madre lo lleva peor -confiesa-, pero sabe que cuando vuelvo a casa me agobio porque me siento preso. Es como sentarse a ver pasar los días. Para mí vivir es estar en constantemente en movimiento. Que cada día sea una aventura impredecible”.