VALÈNCIA. Cuando alguien es “de barrio” tiene un apellido singular, uno que denomina su origen y su conexión con los que le rodean. También voluntad de comprar en negocios cercanos y de defender el territorio entre un sinfín de cosas. Hay quien, a este apellido, también le añade connotaciones negativas, algo que la dramaturga y actriz Alessandra García intenta corregir. Lo hace a través de la pieza Mujer en cinta de correr sobre fondo negro, que podrá verse en el Rialto hasta el próximo 6 de octubre y que le valió el Premio Max 2021 a Mejor Espectáculo Revelación. En este, “desmonta los prejuicios en ser de barrio” y transforma el Rialto en un “cachito de Málaga” para reflexionar sobre los espacios que habitamos y cómo nos construyen, porque “ser de barrio no tiene nada que ver con la calidad humana”.
Para ello, se sube al escenario del Rialto y lo transforma en un patio andaluz en el que una cinta de correr, algunos leds y varias cadenas conforman su espacio imaginario. Dentro de este espacio reflexiona sobre su necesidad propia como dramaturga de “salir de Málaga” en un momento en el que le parecía imposible, algo que en ese momento consideraba que le daría el empujón como creadora independiente.
Años más tarde, y desde esta pieza, celebra que estaba equivocada y que es el barrio el que conforma su identidad y su historia: “Con esta obra hablo del barrio como mi identidad, intento hacer que el público se ría y que a la vez pueda sentir orgullo de donde viene”, apunta la creadora, que emplea la comedia para defender su discurso. Para ello se sirve de recursos como el “alter ego” de la merdellona, también conocidas como “las quinquis” de Málaga y que en la obra dan forma a las personas autóctonas del barrio.
Estos personajes contemplan a la protagonista, le apuntan con sus miradas y a la vez construyen su identidad mientras pasea por el espacio. También lo hacen las fruterías, el resto de los vecinos, los bloques de edificios y hasta las mascotas que hacen su ronda de paseo. Todo esto sucede con la risa como banda sonora, elemento clave para la creación de la obra: “La risa y el pensamiento son mi columna vertebral para crear mis piezas. Intento trabajar con el teatro contemporáneo para reivindicar la provincia y hablar de ella cuando viajo. Quiero hacer que la obra le haga sentir al espectador que ha paseado por las intimidades de los barrios”, señala la creadora.
De su mano, y sin perderse por las callejuelas, busca que el espectador se sienta reconocido en su obra “proyectando desde lo local hasta lo universal” y que ese sentimiento traspase la butaca. Sobre el escenario su personaje pasea y reflexiona sobre lo que le rodea, lo hace jugando con una cinta de correr, una pelota gigante, cuerdas y cadenas que le impiden llegar a su objetivo que paso tras paso parece cada vez más inalcanzable.
El espectáculo llega también en un momento en el que sentirse “de barrio” más que un derecho es una obligación, dado que la gentrificación empuja a "los locales" fuera de la ciudad mientras los turistas entran a borbotones. Con rigurosa actualidad García reflexiona también sobre cómo cada individuo conforma el barrio y le dota de personalidad: “Hay que aprender a no ser turista en nuestras propias ciudades, y hay que tener conciencia vecinal. Tenemos que saber como se llaman los vecinos de mi bloque, ir a comprar a la frutería que acaba de abrir y reivindicar los espacios”.
Y además de estas recomendaciones, una última, acudir acompañado a ver Mujer en cinta de correr sobre fondo negro para poder comentar después la obra: “Quiero que la obra se pueda disfrutar y reflexionar sobre esta, es algo que se puede vivir más bien como un juego”. Así que al teatro cabe ir en un paseo mínimo de dos, para ocupar bien la acera -tal vez entre besos y abrazos- y reclamar el poder de barrio hasta dentro del teatro.
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