La banda madrileña pone punto final a uno de los episodios más brillantes de la historia reciente del indie español, y se despiden de València el 3 de noviembre en 16 Toneladas
VALÈNCIA. Decía Orson Welles que si estás buscando un final feliz, siempre va a terminar dependiendo de dónde seas capaz de parar tu historia. Dentro de la magia y la épica anabolizada que se les suele atribuir artificialmente a las citas de los referentes culturales -sin tener en cuent ael nivel de obviedad que posea cada una-, lo cierto es que Welles tenía razón. Por más que no deje de ser una perogrullada. Saber cuándo parar es, sin duda,una de las mejores virtudes del ser humano. Probablemente la mejor. Y no sólo en lo que se refiere a la concepción intelectual de relatos. Saber cuándo detener una historia es tan importante para el creador cultural como lo es para cualquiera de nosotros en nuestra esfera privada; una especie de revisión vital de otro clásico de lugares del cuñado común: una retirada a tiempo es una victoria.
Sin ir más lejos, es lo que ha sucedido Nudozurdo. Cero dramas. Porque cerrar una historia a tiempo no sólo aumenta las posibilidades de interpretar un final feliz: parar en el momento adecuado suprime de forma quirúrgica las opciones de verse arrastrado por el drama. La banda que en todo momento ha liderado Leo Mateos -y que en los últimos 10 años ha contado con la única resistencia de Meta- desaparecerá de la actualidad musical de este país cuando acabe 2018. Como ya hicieran Standstill en 2015, los madrileños han parado la máquina cuando nadie había observado las señales de agotamiento que se pueden prever en proyectos que merodean las dos décadas de existencia.
Si bien es cierto que la separación de Nudozurdo, en lo que a convulsión social se refiere, probablemente no agitó tanto como la de Standstill hace tres años, sí ha provocado el siempre interesante terremoto de emociones que provocan las cosas que valoramos con la distancia de lo que consideramos perpetuo. La sorpresa -la misma que provocaron Enric Montefusco y compañía- se mezcla con el drama de la despedida. Sin embargo, si algo es común en los dos episodios es tanto la oportunidad (como “momento o circunstancia oportunos o convenientes para algo”), como la reducción de los daños gracias a lo que decía Orson Welles: saber cuándo y dónde detener la historia. También es común la presencia, en ambos casos, de Ricky Lavado pero esa ya es una cuestión que queda para las crónicas de lo arcano.
Como parte de su mini gira de conciertos de despedida, Nudozurdo actuará el próximo 3 de noviembre en 16 Toneladas -tras cambiar la ubicación original de su concierto en València, establecido en Convent Carme-.
“Han sido casi veinte años frenéticos, una verdadera montaña rusa y, si dicen que el verdadero viaje es el que transforma al viajero (a diferencia del turista), nosotros podemos decir que Nudozurdo nos ha partido como un rayo y el espejo en el que nos mirábamos ni siquiera existe ya”. En el anuncio de su despedida no pasaban desapercibidos los casi veinte años a los que Leo Mateos hacía referencia; el cantante y compositor firmaba la nota sin firmarla, en tanto en cuanto la banda fue un proyecto -su proyecto- en el que sólo él resistió desde su origen a principios del XXI. Entonces, allá por 2001 y 2002, Nudozurdo ya mostraba la sinuosidad vertiginosa de un camino que llevó al proyecto al límite en más de una ocasión.
Esa tendencia al caos inherente al expediente de Nudozurdo provoca situaciones como que su primer disco se publique después de su segundo trabajo. Su debut, pergeñado a partir de ganar un concurso local en 2002, vio la luz en 2010 -dos años después de la irrupción de Sintética-, ofreciendo una vez más la confusión que tan deliberada es en todo lo que explora Leo Mateos: sólo él resistía de la formación que grabó aquel disco. Algo similar sucedió precisamente con Sintética, cuyos créditos de grabación -ya con Meta en la alineación- se limitan a unos vagos 'música: Nudozurdo' y 'letras: Leopoldo Mateos'.
“Miramos hacia atrás y pensamos que hicimos todo lo que teníamos que hacer: ni un paso más ni uno menos”. En la mirada atrás se identifica, sobre todo, una gran mancha roja. Sintética fue el detonante de una carrera que no ha dejado de tener las canciones de 2008 como referencia. De hecho, es una década después, cuando se cumplen los primeros 10 años de su publicación, cuando Nudozurdo pone el punto final. Entonces, Sintética fue una revolución con las mismas armas de siempre, una prueba de que se podían hacer cosas diferentes y proponer escenarios distintos desde lugares más o menos comunes. Entonces, la escena indie abrazó a Nudozurdo por la espalda. Aquel disco, canción a canción, se entendió desde los medios como El Manual del buen Mesías; era su voz, la de Leo Mateos, al que todos convertimos en el salvador de una escena anquilosada. Al que todos convertíamos en Ian Curtis mientras cantaba ‘El Hijo de Dios’.
Mateos esquivó todo eso con inteligencia. De aquel disco, uno de los mejores de la cosecha ibérica en los últimos 18 años, sólo le interesaba el crédito que le daba para poder hacer unos cuantos más y explorar el mapa de Nudozurdo con sus propias condiciones. A partir de ahí terminó de construir la máquina con la que, en diez años, levantó una discografía que completó con tres discos más. En ningún caso Mateos pensó haber encontrado la fórmula; y, si lo pensó, abandonó rápidamente la idea de repetirla. Tara Motor Hembra (2011) continuó la senda de Sintética, pero después hizo un saltó experimental en Rojo Es Peligro (2015), para cerrar el legado de Nudozurdo con Voyeur Amateur (2017), un regreso a las bases desde una perspectiva de principios de siglo. Entretanto, un acústico de versiones propias con arreglos de cuerdas y un EP en 2012.
“Nos hemos vaciado por completo y necesitamos que otros caminos diferentes se abran en nuestras vidas”. Aparecía en la nota de despedida de Nudozurdo, a modo de lugar común en la liga de los adioses, cierta referencia soslayada a aquella cita memorable de T.S. Eliot en LittleGidding: “lo que llamamos el principio es a menudo el fin. Y llegar al final es llegar al comienzo. El fin es el lugar del que partimos.”. Esa volumetría de los procesos tan confusa encaja tanto con Nudozurdo y Leo Mateos que es imposible imaginar que una eventual despedida no suponga el comienzo de otro escenario. Ya lo hizo mientras el proyecto estuvo vivo.
ACUARIO, aquella digresión que Mateos firmó en Marxophone sin hacer demasiado ruido, ya avanzó que el cantante y compositor no iba a respetar las estrecheces convencionales de ningún camino. Su único disco hasta la fecha (Cassette Para Los Niños,2014) respondía a la imperiosa necesidad de su autor de salirse de los renglones establecidos 14 años antes. Sintetizadores analógicos y samplers llenaban un disco más pop, más luminoso, que inevitablemente también filtró su influencia en el disco de Nudozurdo un año después (Rojo Es Peligro). Sin embargo, resultaría ridículo presumir con seguridad que los pasos que guiarán el camino de Mateos seguirán inevitablemente esa influencia, cuando lo único seguro es la incertidumbre.
No todo está perdido para aquellos que tengan que quedarse en agosto en la ciudad. La banda de culto norteamericana liderada por Mac McCaughan actuará el 22 de agosto en la sala 16 Toneladas