VALÈNCIA. Morrissey saca álbum, Low High School después de tres años de silencio discográfico. El último que publicó, World Peace Is None Of Your Business, desapareció de la faz de la tierra pocas semanas después de ponerse a la venta. El siempre lenguaraz icono habló fatal de su discográfica y los directivos de esta decidieron echarle. No era la primera vez que le ocurría, pero da igual, no escarmienta. Anteriormente ya estuvo sin discográfica siete años. Incluso llegó a estar sin discográfica y sin mánager. Ahora que vuelve, recupero algunas de las respuestas que dio a una entrevista por escrito realizada para El País en 2015, recuperando repuestas que mantienen su validez.
Hay artistas que son muy complicados de llevar, y luego está Morrissey, conjunción imposible de máximo lucidez e irresponsable desvarío. A su público eso les da igual. Morrissey es casi una deidad y sus fans lo apoyan pase lo que pase. Pocas estrellas de la música poseen ese halo sagrado. Es idolatrado por sus seguidores que le perdonan que equipare una masacre terrorista con el sacrificio de animales para convertirlos en alimentos. Y ciertos imágenes, como la portada de su último disco, donde invita a decapitar a la monarquía, me parecen infantiles, no porque le tenga cariño a ninguna monarquía sino porque ya vamos servidos de mensajes violentos a lo largo de todo el planeta. No necesitamos más, ni siquiera viniendo de él.
Morrissey es un personaje al que no puedes dejar de contemplar con asombro y yo también lo admiro, eso sí, con no pocos peros Su trayectoria con The Smiths le ha proporcionado el estatus y el crédito suficientes como para pasarse los 30 años posteriores zigzagueando. The Smiths tuvieron una carrera breve y perfecta. Unas canciones necesarias, un impacto inesperado, una imagen eterna. A partir de ahí. Morrissey fue variando su condición de icono místico por la de estrella díscola. Opinador impenitente que se rige por sus propios principios y jamás reconoce sus contradicciones. Airado y fascinante incluso cuando es patético.
Hace dos años y medio surgió la oportunidad de entrevistarle, a raíz de unos conciertos que iba a dar en España. Las condiciones eran innegociables: la entrevista se realizaría por correo electrónico. Morrissey apenas concede entrevistas en persona y menos aún por teléfono. Cualquier periodista sabe el riesgo que entraña hacer preguntas por escrito y enviarlas para que las acabe contestando vaya usted a saber quién. Sólo que tratándose de alguien como Morrissey ese peligro es casi inexistente porque, con el ego que se gasta, a buenas horas va a permitir él que se invente sus respuestas un asistente. El cuestionario no tardó en llegar de vuelta. Por las contestaciones en sí mismas y porque sabían a Morrissey palabra por palabra. Esa capacidad para describir con certeza determinadas cuestiones. Como cuando le preguntaba por ese rechazo a su persona por parte de la industria. Me he acercado a varias discográficas y todas me han rechazado, explicaba, para a continuación añadir: “La música pop está ahora en la era del marketing y sólo la gente que es competente a los niveles más bajos pasa el filtro, porque resulta mucho más fácil para quitárselos de en medio cuando se acaban sus seis meses de fama”.
La pregunta que iba a continuación planteaba la posibilidad de que recurriera al crowdfunding. Ni hablar del peluquín, que estás hablando con Morrissey, chaval. El crowdfunding le parecía una ordinariez. Una medida desesperada y un insulto a sus seguidores. “¿Qué vamos a pedirles continuación, que nos cepillen los dientes?” Pues sí, la verdad. Cada artista sabe qué relación debe mantener con sus seguidores y es evidente que alguien como él jamás podría aceptar que le paguen un disco por adelantado. “Mi relación con ellos –proseguía más adelante, contestando a una pregunta acerca de la relación con sus fans- está más allá de la música, un detalle que los medios de comunicación se empeñan en ignorar. Pero jamás me refiero a mis seguidores como fans porque me parece un término despectivo”. En la siguiente respuesta hablaba de cómo los conciertos se habían convertido en la única opción para interpretar sus canciones porque ya no podía registrarlas y editarlas.
La relación con su público (ya no me atrevo a llamarlos fans yo tampoco) es muy interesante, porque se sustenta en las mismas bases que él tuvo de adolescente, cuando admiraba con pasión a Patti Smith, Sparks o The Cramps. Eso me gustaría pensar que soy para mi público, decía, una especie de luz que te guía. Y a continuación, aprovechaba para arrimar el ascua a su sardina, algo en lo que es un especialista. “Cada vez que mencionas el nombre de Morrissey, la reacción es o vomitar o emocionarse. Es todo un cumplido porque eso significa que, al menos, eres un precursor. Por desgracia, la gente que juega ese papel nunca pertenece a ninguna categoría. Como no entro en ninguna categoría se me suele dejar al margen de todo, pero ya estoy acostumbrado a eso. Pero, cuanto más miro a mi alrededor, eso me parece una buena noticia”.
También le pregunté si había escuchado el que entonces era el primer disco en solitario de Johnny Marr. Me llamó al orden. “Esa es una pregunta sin sentido. Nuestros caminos se separaron hace 28 años y no somos amigos. No tenemos ningún contacto y no sabemos el uno del otro”. Las cuestiones planteadas giraban alrededor de temas diversos. La artista Linder Sterling, que fue y sigue siendo una de sus mejores amigas. El terrorismo islámico. La nostalgia en la música pop y las reuniones sin fin de grupos del pasado. Le pregunté por New York Dolls, uno de los grupos que le cambió la vida y, al final de su respuesta, me recordaba que la portada de su primer disco fue alterada en España por unos censores que pensaban que la imagen de cinco hombres travestidos podían corromper a la jóvenes”. “¡Oooh, España! ¡Cómo pudiste hacerlo?” Lástima no poderle haber contestado que aquella no fue una decisión popular y democrática, y que muchos aficionados también la lamentamos, pero en fin… Es Morrissey, dramático hasta cuando no hace falta serlo. Un misántropo incurable que dice que no le gusta la raza humana porque por regla general somos estúpidos, ignorantes y destructivos, con excepciones, pero no demasiadas. Así que pare despedir este artículo coloco el “y yo también” del estribillo de ‘Tazas de té’ de Carlos Berlanga, porque me identifico con sus palabras y porque, como humano, también soy portador de todos estos virus espirituales. Ese el gran drama. Morrissey lo escenifica de maravilla porque en realidad no puede dejar de formar parte de él.