VALÈNCIA. Como no me voy a remitir al "Glorioso Alzamiento Nacional" porque la interjección no me daría para una columna, voy a retrotraerme al golpe de Estado en Ucrania de hace tres años. Sigo negándome a hablar de Maduro o, más bien, contra Maduro. Porque, "ausades" -contracción de "a osades", giro lingüístico valenciano para el que no encuentro traducción adecuada en español que exprese mi indignación- que se la están liando… La que has "liao" pollito… -por favor, pinchen este enlace y sonrían-. ¿Se acuerdan? Pues alguien más la ha liado aquí.
Así que vamos a hablar de golpes de Estado, como por ejemplo uno reciente, el de Ucrania, con un presiente y un gobiernos aceptados unánimemente por todo Occidente. ¿Se acuerdan? Fue en 2014. Los manifestantes de la Revolución Euromaidan, heredera de la Revolución Naranja, fuerzan al Parlamento a destituir al Presidente Yanukóvich, pese a que ha sido elegido en las urnas, gracias a una reciente alianza de tres grupos de la derecha. Habían protagonizado meses de enfrentamientos en las calles, que se saldaron con más de 100 muertos. ¿Ven algún paralelismo allende los mares?
Seguimos. Yanukovich se ve forzado a huir y se convocan nuevos comicios, donde se proclama presidente a Petró Poroshenko, quien estuvo vinculado a las fuerzas manifestantes, algunas con vinculaciones nazis. De hecho, en noviembre de 2016, el Presidente ucraniano prestó declaración ante la Fiscalía General en el proceso que se sigue para clarificar aquellos disturbios y las consiguientes muertes.
No he dicho por qué se manifestaron los ucranianos en las calles en 2013. El motivo era que el presidente Yanukóvich, más próximo al Kremlin, acababa de renunciar a la firma de un acuerdo de asociación entre Ucrania y la Unión Europea. Los partidos del Euromaidan, de la derecha a la ultraderecha más radical, vendieron este acuerdo como los preliminares de la entrada de Ucrania a la Unión Europea. Sin embargo, de lo que en realidad se trataba era de un Tratado de Libre Comercio que implicaba aspectos energéticos y de seguridad nacional, como el paso del gas ruso por Ucrania para abastecer a Europa.
Y hablando de gas, ¿a quién nos recuerda? ¡Ah, sí…, a la señora de la trenza! Perdonen la descripción tan simplista de una política ucraniana que ha llegado a ser presidenta de su país… Tienen razón, no deberíamos recordarla por la rubia trenza que adornaba su cabeza como una diadema, sino por su nombre, Julia Timochenko.
Deberíamos recordarla porque ha dirigido la política energética de Ucrania desde 1991, desde que dejaron de ser una República Soviética, incluso desde su primera y minúscula empresa: la "Compañía del petróleo ucraniano". Poco después fundaba con ayuda de Pavlo Lazarenko la compañía de distribución de hidrocarburos "Sistemas Energéticos Unidos de Ucrania". Ese mismo año, Lazarenko es nombrado viceprimer ministro encargado de la energía. Los beneficios de su empresa se dispararon.
Timochenko fue condenada a siete años de cárcel en octubre de 2011 y fue encarcelada por su implicación en el caso de los contratos de gas. Los inesperados acontecimientos del Euromaidan la sacaron de prisión y, en febrero de 2014, Turtchinov, su brazo derecho, era elegido presidente del Parlamento ucraniano, justo a tiempo de que ese mismo parlamento votara la destitución del presidente del Gobierno, Yanukóvich. Pese a que era un cargo electo, al tratarse de un sistema presidencialista.
No voy a entrar en teorías de la conspiración, de si hubo intereses occidentales europeos o norteamericanos en el cambio de régimen ucraniano. Ni tampoco he querido entrar en la anexión de Crimea por parte de Rusia. Pero lo que nadie discute es la clave geopolítica de un movimiento nacido en la calle con cuatro estudiantes y que, en realidad, tiene un elemento subyacente: la energía. Gas, petróleo… ¿Qué otro país al otro lado del Atlántico sur está en ebullición y, además es un gran productor de petróleo? Venezuela. Vaya…, conste que no lo quería ni mentar.