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CHIPS EN EL BELVEDERE  / OPINIÓN

Habrá que importar talento ‘tech’ de Asia

9/06/2022 - 

Si no se resuelve adecuadamente el desafío del talento, la apuesta española y europea por las tecnologías de vanguardia se quedará en un espectáculo de juegos artificiales. Las universidades europeas no tienen capacidad para abastecer de gente formada a los centros de producción y de investigación que se pretende incentivar con los más de 43.000 millones de euros anunciados por la Chip Act, a los que hay que sumar los más de 12.000 millones del Perte español de los microchips. Eso para empezar, y sólo en el ámbito de la informática.

Hay que añadir la necesidad de ingenieros y técnicos especializados con conocimientos de vanguardia en campos como la química de alto valor añadido, las energías renovables, las nuevas baterías del coche eléctrico, la industria 4.0 en toda la extensión del concepto, la economía circular, la robótica y los vehículos autónomos o la inteligencia artificial que estará presente allí donde alcancen los bits de información a sacudir un componente físico, que es lo mismo que decir que en todo.

En la Comunitat Valenciana se anuncian proyectos ambiciosos como el centro de innovación y desarrollo informático de HP, que requerirá a 500 profesionales de alta cualificación. Son propuestas que llegan después de que los mercados de Madrid y Barcelona se hayan sobrecalentado y que tienen que pescar allí donde las grandes corporaciones no están dispuestas a plantear batalla en términos de captación de trabajo en remoto.

Pero hay que aprovechar el momento. Con motivo de la reunión de Premios Nobel y destacados científicos globales en los Premios Jaume I, el químico Serge Haroche, me confiesa su interés por conocer otros focos de investigación y de talento en España más allá de las dos grandes metrópoli. En el País Vasco, en Málaga, en Valencia, por supuesto. Afortunadamente, convocatorias como esta ayudan a ponernos en el mapa de los prescriptores más respetados del mundo.

No es suficiente, en cualquier caso. El CEO de KDPF, Carlos Pardo, exponía públicamente hace poco su intención de importar talento de Asia para poder hacer frente a las necesidades de un momento tan especial, en el que vamos a asistir no exactamente a la consolidación de un sector de tecnologías de la comunicación y la información al servicio de los sectores productivos y de la Administración, sino a una auténtica reinvención del modelo industrial. Las tecnologías digitales se entrelazarán con los dispositivos físicos sin que resuelte sencillo establecer dónde acaban y empiezan las unas y los otros.  

Es inquietante encontrarse, por eso, con una población mayoritaria de empresas que viven al margen del fenómeno, como si no fuera con ellas, fieles a sus proveedores tecnológicos ‘de toda la vida’. Y preocupante el nivel de desconexión de la clase política con el problema. Ministros a los que el presidente de una cámara hispanoeuropea tiene que explicarles a qué se dedican esas empresas bien conocidas que aparecen en Expansión, pero que no están en el Ibex, tal cual; o esa Reyes Maroto, titular de Industria, que recibe al sector español del plástico en su despacho con la memorable frase de: “presentadme propuestas para acabar con el plástico”, tal real como que estás leyendo esto.

¿Tendremos que plantearnos pagar la diferencia salarial que va implícita en la contratación de los top mundiales en desarrollo informático e ingeniería microelectrónica, por citar dos ejemplos? Algunas voces sugieren que ese debería ser, en efecto, el destino de una parte de los fondos de recuperación. Porque invertir en aviones de última generación sin pilotos que sepan despegarlos suena a excentricidad mesopotámica.

En España cuesta mucho mover a talento entre comunidades autónomas y cada Universidad tiene su propio sistema de prácticas en empresas, “son ganas de complicar la vida a quien quiera trabajar con ellas”, se lamentaba Javier Calpe, design center manager de Analog Devices. En justicia, hay que subrayar que la aportación de la Universidad Politécnica de Valencia está siendo fundamental en la decisión de muchas empresas para instalar sus centros de desarrollo informático. Pero siempre hay cosas que mejorar.

El problema no es de inversión, sino de conocimiento disponible. Una empresa fabless, de diseño de microchips, por ejemplo, tiene que trabajar con sistemas complejos, millones de transistores, software embarcado, bluetooth, conseguir toda esa cantidad de talento es el desafío, por encima del dinero.

Y un apunte para dentro de unos años: atraer a centenares, miles de personas bien pagadas, con alto nivel adquisitivo, es una forma sensacional de generar riqueza en el entorno, una noticia excelente. Pero conviene que nuestros dirigentes políticos vayan pensando en la estrategia para contener el inevitable alza en el coste de la vida que trae asociado. Lugares como Andorra lo están advirtiendo, después de convertirse en un refugio de informáticos, influencers y youtubers con enormes ingresos escapando de la presión fiscal española.

Es una consecuencia implícita (ni los abogados pueden pagar los precios de la vivienda en la Bahía de San Francisco) que, bien conducida, puede traducirse en mayor bienestar para la mayoría, pero si nos descuidamos acabará generando un cierto rechazo social al desarrollo tecnológico. Más vale prevenir.


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