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orriols y benimàclet vistos por dos novelistas 

Historias de dos barrios: un paseo por la otra València

Foto: KIKE TABERNER.

Héctor Hugo Navarro y Joanjo Garcia recorren los territorios de su infancia, a los que han retratado en sus libros; un viaje sentimental en el que se constata los cambios en la ciudad

28/05/2017 - 

VALÈNCIA. “Yo imaginaba el hogar del Chito en una de éstas”. Héctor Hugo Navarro (València 1973) señala a la hilera de casas bajas que conforman el núcleo originario de Orriols. Están por debajo del suelo que las circuncida. La iglesia de San Jerónimo, que mira a la zona nueva, a la de los áticos de lujo y los adosados, le da la espalda. El Orriols de los sesenta, el del desarrollismo, aceras de hormigón y calles sin sol, también. De la decena larga de inmuebles, que dan todos a un solar abandonado que sirve de parking, Héctor Hugo Navarro elige el menos ornamentado de todos. “Sería ése; sí, ése”. 

El Chito es el protagonista de su novela La memoria del bandido (premio Giralda, 2013), editada por Drassana, un viaje sentimental a la València de los 80, la anterior a la Movida, la de los quinquis y la heroína, una época que en su día, contemporáneamente, fue retratada por otro novelista, José Luis de Tomás, en la novela ganadora del Nadal La otra orilla de la droga (1985). Treinta años después el retrato que ofrece Navarro de esa ciudad, de esos barrios, no es más optimista. Centrada en Benimaclet y Orriols, su obra permite revivir la València de las tribus urbanas, con bandas de delincuentes, una ciudad pobre con calles como éstas donde vivir era (y en algunos casos sigue siendo) sinónimo de sobrevivir.

“València és una ciutat de solars”, comenta Joanjo García (València, 1977). Vecino de Orriols, es autor de tres novelas publicadas por Bromera y las tres galardonadas: Quan caminàrem la nit (premio Enric Valor, 2012), Tota la terra és de vidre (premio Antoni Bru, 2015) y El temps és mentida (premio Ciutat d’Alzira, 2015). Bajo el intenso sol de mediodía del viernes, los dos novelistas recorren los territorios de su infancia, las calles por las que se criaron, dos barrios que han sido la periferia de València y que siguen formando parte de la otra cara de la ciudad, la que rara vez sale en las revistas de modas y tendencias.

Benimaclet, municipio hasta 1878, es en la actualidad el distrito 14, con una población de 23.696 personas según el padrón de 2016 y una densidad de más de 14.400 personas por kilómetro cuadrado. Más de la quinta parte de su población, 4.930 personas, tiene más de 65 años, y son mayoría las mujeres, especialmente entre los mayores. En los últimos 25 años la población se ha mantenido prácticamente inalterada. Si bien hace diez se alcanzaron las 25.000 almas, la cifra de residentes se ha ido disminuyendo hasta volver a unos parámetros muy parecidos a los de 1991.

El caso de Orriols tiene algunas similitudes y varias diferencias destacables. Municipio independiente hasta 1882, este pequeño barrio del distrito de Rascaña ha visto como su población según padrón municipal ha menguado levemente en las dos últimas décadas. En 1991 el padrón contabilizaba 17.726 personas, mientras que en 2016 la cifra a duras penas superaba los 16.000; en concreto, 16.099. Y en 2015 llegó a estar por debajo de esa barrera.

En cierta medida, se puede decir que se ha despoblado, algo que García atribuye a la falta de identidad. “Ací no hi ha arrels, com a Benimaclet; la gent està com de pas. Per això, quan poden ixen del barri. Recorde de quan era menut que el meu pare no feia vida al barri i pensava que arribara el cap de setmana per tornar al que era el seu poble, en Conca”.  Con todo, ese descenso poblacional no implica que sea un lugar con espacios solitarios. Con unas dimensiones de 0,4 kilómetros cuadrados, su densidad supera las 40.000 personas. Y eso sin contar los no empadronados.

Lugar de acogida de la inmigración interior española en los sesenta y setenta, crisol de culturas, allí se dan cita toda clase religiones y nacionalidades. Casi un tercio de la población son inmigrantes. “Hi ha molts sikhs, pakistanesos i llatins, és clar”, relata Garcia. Construcciones baratas para la clase obrera. Pisos pequeños, sin ascensor, sin parking. La mayoría fueron construidos por el promotor José Barona, quien llegó a ser presidente del Mallorca de Fútbol e incluso dio nombre informal al barrio. La gente decía: ir a Barona. “¿Te puedes creer? Lo hace mal y la gente le da su nombre al barrio?”, bromean Garcia y Navarro. “La primera vez que oí la palabra aluminosis fue en Orriols”, comenta Navarro. Garcia asiente, pero no sin antes matizar: “Hi ha més zones a València amb aluminosis”. 

Orriols debe sus mayores momentos de popularidad en los últimos años a la presencia cerca de sus dominios del estadio del Levante. Ahí jugó Cruyff. Precisamente este viernes el inmenso inmueble se encuentra a plena actividad. Por la noche hay partido de Liga contra el U.C.A.M. de Murcia. Será una fiesta para conmemorar que matemáticamente el equipo es ya campeón de Segunda División, una vez garantizado su ascenso a Primera hace dos semanas.

También lo bordea una curiosidad histórica: La iglesia de Nuestra Señora del Sagrado Corazón. Se trata en realidad de la iglesia del Convento de Santa Catalina de Siena, que estaba situada desde los tiempos de Fernando el Católico en la actual calle de Pintor Sorolla, encima del desaparecido cementerio judío. Cuando en los años 70 se instaló el Corte Inglés, la iglesia fue trasladada piedra a piedra hasta Orriols, de intramuros a las afueras de la ciudad, al linde con Alboraia. Ahora mira al estadio del Levante. Dos templos frente a frente. Dos religiones, una milenaria, otra centenaria, cara a cara.

Las zonas más degradadas quedan ya al final de la antigua carretera de Barcelona, antes de Tavernes Blanques. Y es que, aunque el paso de los años ha mejorado considerablemente la situación, hay conflictos con familias okupas. En este sentido, Joanjo Garcia advierte que sigue siendo un barrio de la periferia, el último sitio donde irían a hacer campaña algunos, con casos tan llamativos como el del agujero de la vergüenza, ubicado al final de la calle Agustín Lara y que sirve para acortar camino. El Ayuntamiento de València anunció hace más de un año que lo solucionaría. Sigue igual. Quizás porque con Orriols no hay prisas. No es la avenida del Oeste.

Estamos en el interior del bar Ifach. No hay nada cool en la decoración. La televisión encendida con un canal nacional. Es todo auténtico en su mundanidad. El Ifach es un típico ejemplo de local de la zona. “Fixa't que ací gairebé ningú parla en valencià”, apunta. Él mismo es valencianoparlante por decisión propia; a los 16 años eligió adoptar la lengua de la tierra en la que estaba creciendo. Quiso plantar raíces. Sigue ahí. Su madre también. Y por la calle le saludan algunos vecinos. “És molt bon xiquet, dice una señora mayor.

Ni siquiera las novedades urbanísticas que se han incorporado en los últimos años se escapan de lecturas pesimistas. Fincas nuevas de muchas alturas, cerradas en sí mismas, con zonas comunes y hostiles al barrio antiguo. Se puede vivir en Orriols y no pisar una calle del barrio. “Cal plantejar-se fins i tot quina és la funció del Jardí d'Orriols”, comenta Garcia. “No és un espai verd, sinó de segregació del barri vell i el nou. L'Ajuntament [del PP] el va concebre com una frontera de separació”, asegura.

Benimàclet está mejor. Ha progresado de manera diferente. “A mí me gusta decir que es un barrio moderno que nunca está de moda”, comenta Navarro. Como todos los viernes, hay mercado en la plaza. En una esquina se encuentra Martín, un cincuentón que lleva 20 años tocando la trompeta, quien se arranca con un tema solemne.

Navarro ha quedado con Víctor en el Glop, posiblemente uno de los pubs más antiguos de València. 33 años abierto. Es el punto de encuentro de la zona, el insoslayable, tanto para jóvenes como para veteranos de la noche. Víctor llega con puntualidad británica. Abre. Al Glop se accede bajando. 

En una de las paredes, un cartel dedicado a San Guijuelo de Roldán, en una hornacina, como si fuera una capilla. Durante años presidió el pub hasta que hace poco tiempo Víctor decidió quitarlo. La chavalería, los millennials, no sabían quién era. Pero llegó la película de Alberto Rodríguez dedicada a Paesa, El hombre de las mil caras, y el póster regresó al Glop con honores. Los jóvenes ya saben quién es Roldán: es el Bárcenas de los noventa.

En la pared que da al rincón del billar americano se puede contemplar un gran póster de Public Enemy. En otras paredes se puede ver a The Who, Mano Negra, The Rolling Stones, o el de una película de culto como El odio, de Mathieu Kassovitz. También hay carteles del Gobierno Vasco (¡!) contra el acoso sexista. Incluso uno de un trombonista que busca grupo. Sin tener una ambición estilística, el Glop es un sitio con estilo, auténtico. Es lo que sucede cuando se tiene personalidad.

Si bien es un barrio con cierta fama por sus locales de ocio, curiosamente esta zona de València vivió de espaldas al fenómeno de la Ruta del Bakalao. No sólo por la presencia de la discoteca Arena, un referente ya en los años ochenta con el nombre de Pachá, sino también por las propias dinámicas de los jóvenes. “La gent que vivia a l'Horta Nord no anava perquè li agafaven molt lluny les discoteques”, explica Garcia. “Si has crescut en Malilla no és estrany que hages viscut la Ruta. Però si ets d'Orriols, Benimaclet, Torrefiel o Montcada, feies altres coses, anaves al centre...”.

Por ello tuvieron sus propios referentes, hasta sus cines. Pero hasta eso está cambiando. Desapareciendo. El tiempo no pasa en balde. Primero fueron los cines. En Orriols, donde estaba el Concorde ahora hay un centro de Formación Profesional. En Benimaclet, aunque está siendo un proceso lento, la larga metamorfosis (aún en marcha) que convertirá a Arena en un Cónsum es toda una metáfora.

Parada en el mercado de Benimaclet. Una gitana que no quiere salir en las fotos vende camisetas y tops con el emblema de los Ramones. No conoce canciones como ‘Blitzkrieg Bop (Hey Ho, Let's Go)’. Las vende porque en el barrio tiene público para esa venta. Es lo que importa. El motivo: la población estudiantil.

“La cercanía de las Universidades ha propiciado que el contingente universitario lo haya elegido como residencia y en consecuencia, zona de ocio”, explica Navarro. “Se han integrado siempre perfectamente con los vecinos. Puede decirse que es el barrio estudiantil por excelencia de la ciudad. Los estudiantes son una población estable, dentro de su propia variabilidad. Muchos incluso han fijando aquí su residencia e impulsando iniciativas vecinales alternativas muy interesantes”, añade.

De vuelta al punto de partida, Navarro se detiene un momento en la panadería de toda la vida, donde sigue atendiendo Isabel. Es justo enfrente de la calle Rambla, donde vivió muchos años. Precisamente al final de esa calle, en la zona que da la huerta, apareció un cuerpo en una maleta en 2009. Las historias de dolor y muerte forman parte del acervo del barrio, como la huerta que la circuncida, elementos todos ellos presentes en la novela de Navarro y que sobrevuelan en Garcia.

Tanto Orriols como Benimaclet tienen una extraña relación con el campo, tan venerado por ecologistas del centro. Pero en los dos barrios no se ve igual. Es un paisaje cercano y a la vez extraño. Conviven en el barrio quienes vienen de los primeros agricultores, sobre todo en Benimaclet, con los que se encontraron la huerta como una frontera que delimitaba el fin de la ciudad. Su relación con la sociedad es una buena síntesis de los conflictos que se han vivido en los últimos años. Mientras pasean por la huerta, con San Miguel de los Reyes al fondo, un tractor pasa por la zona cargado de patatas.

“Amb la democratització de la societat valenciana, les noves generacions tenim un deure cívic de crear una nova identitat”, comenta Garcia. “Y ganarla para la Literatura”, apunta Navarro. Garcia prosigue: “No hem de témer al conflicte. Hi ha un conflicte i cal veure-ho com una oportunitat. Per exemple; reivindiquem l'horta, reivindiquem-la... D'acord. Veus al tipus que hi és, treballant aquests terrenys? Ves i pregunta-li si vol reivindicar l'horta o vol un pelotazo perquè està fins als nassos d'alçar-se a les sis per a que després li compren les cebes a vint cèntims...”. Más historias: las de agricultores que se enriquecieron vendiendo sus tierras. “Al final, nosaltres, des de l'esquerra hem pecat no saber crear models de resistència que foren reals, perquè teníem les preguntes abans que les respostes”, agrega.

Son pasadas las dos y media del mediodía. El sol cae a plomo. Las calles de Orriols están llenas de gente. Es un ir y venir. Como pasaba en Benimaclet. Tanto Navarro como Garcia comparten la fe en que la Literatura pueda servir para fijar esa identidad difusa de los barrios de las afueras, contribuya a dar fe de la València más olvidada. Una parte de la ciudad que reivindica su presencia. Mientras, los trabajadores del Levante Unión Deportiva cierran las vallas del estadio. Quedan menos horas para el partido, el antepenúltimo antes de que Orriols vuelva a ser de Primera. Un encuentro que se saldará con victoria del equipo granota, que remontará, para alegría de Navarro, levantinista de pro. Eso es algo muy de Orriols, de Benimaclet, de las gentes de la periferia: no rendirse, remontar. 

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