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LOS RECUERDOS NO PUEDEN ESPERAR

Historias para no dormir

29/10/2017 - 

VALÈNCIA. A mí me gustaba Halloween porque formaba parte de mi imaginario cultural, que en un alto porcentaje es de importación. Me gustaba Halloween porque es algo implícito a la cultura pop con la que me eduqué. No solamente en los grupos que tienen un ascendente gótico o relacionado con el terror y la serie B, como The Cramps, es una referencia folclórica que muchos artistas incorporan a su imaginario creativo de la misma manera que otros aquí pueden hacerlo con la Pilarica o cualquier otra festividad autóctona.

No recuerdo en qué momento empezó a ponerse de moda lo de celebrar Halloween en España, pero no recuerdo que se hiciera a finales de los ochenta, que es cuando más imbuido andaba yo por estos temas. El cine de terror, tanto el comercial como el barato, eran una de mis grandes aficiones. Entonces proliferaban los videoclubs y, con algo de paciencia y pericia, recorriendo los anaqueles donde estaban las películas más viejas, encontrabas auténticas joyas del pasado y otras mucho más cercanas. Era la época de Troma, antes de que Ed Wood fuese reivindicado por Tim Burton,  que por aquel entonces había estrenado Bitelchús.

Era la época de empollarse The Psychotronic Encyclopedia of Film, de Michael Walden, que por aquella época vendíamos mi hermana Raquel y yo en Deplástico, la tienda de discos que tuvimos por Russafa. Vendíamos aquel vademécum del cine terrorífico, fantástico y cutre y otros fetiches para los amantes del miedo. Un muñeco de Freddy Krueger que hablaba si le tirabas de un cordón. Una hucha que era Audrey, la planta carnívora de La tienda de los horrores. Una reproducción tan convincente como inofensiva del guante de cuchillas del señor Krueger. La careta tras la cual ocultaba su rostro Jason Voorhees, el asesino infernal de Viernes 13. Eran productos caros porque no podíamos importar grandes cantidades, y salían a duras penas. Pero hicieron felices a algunos de nuestros clientes más sibaritas. En Deplástico, además de discos de Screamin’ Jay Hawkins con The Fuzztones, singles de The Cramps y recopilaciones con canciones para Halloween realizadas por Elvira, también distribuíamos terror de andar por casa en tres dimensiones.

Como se puede imaginar, Freddy era uno de mis personajes favoritos, o al menos lo fue antes de que la saga de Pesadilla en Elm Street comenzara a perder fuste gracias a innecesarias entregas. Al final unos años más tarde, cuando ya vivía en Madrid, acabé entrevistando a Robert Englund en un hotel en la Plaza de España. Estaba en España rodando La lengua asesina, una película fantástica de Alberto Sciamma a la que Fangoria le puso banda sonora. Mi amigo César Pérez estaba en el equipo de producción del rodaje y me facilitó la entrevista. El señor Englund era un encanto y vivía felizmente agradecido al terrorífico personaje que tantos desvelos había causado entre el público. Así y todo, le dije que yo era fan suyo desde que interpretó al lagarto bueno de V.

La experiencia más terrorífica que he tenido en mi vida la viví con Álex de la Iglesia, en el piso en el cual vivía en el Edificio Madrid. Fui allí para entrevistarle por el estreno de El día de la bestia. Estuvimos hablando un buen rato de todo, de por qué los hermanos Almodóvar, que habían apostado por él en su primer largo, prefirieron no producir su segunda película. Hablamos de Terele Pávez y de lo impresionante, en todos los sentidos, que estaba en la película. En aquellos días se fraguó su regreso a la pantalla grande con todos los honores. Un acontecimiento en el que Álex tuvo mucho que ver gracias papel que le dio en aquella película. No obstante, poco antes se había estrenado La Celestina de Gerardo Vera, cinta en la que hizo de nuevo alarde de su poderío interpretativo. Le conté a Álex que la había entrevistado junto a Penélope Cruz durante la promoción de la película y que me chocó mucho verla llegar acompañada de su hijo Carolo, que no se despegó de ella en ningún momento, como si quiera protegerla a toda costa de cualquier peligro. El pasado verano volví a ver al hijo de Pávez cuando esta falleció y entendí mucho mejor el vínculo que mantenía con su madre.

Cuando terminamos la entrevista me fui corriendo a casa para transcribir la cinta porque al día siguiente tenía que enviar el texto. Llegué a casa y me puse a ello. Álex hablaba y yo escribía sus palabras. Paraba, escribía, rebobinaba, reproducía, seguía escribiendo. Entonces escuché un ruido extraño que me dejó descolocado. Rebobiné y volví a escucharlo. Justo cuando el director hablaba del mal se escuchaba un sonido que era difícil de identificar. Podía parecer un lamento pero también una amenaza. Era un sonido casi gutural, brevísimo, pero que estaba ahí. Rebobiné y reproduje varias veces intentando descubrir qué podía ser en realidad aquello. No era un problema de la cinta porque sonaba a la vez que la voz del entrevistado, y esta se escuchaba con normalidad. No era del ambiente porque estábamos en una habitación cerrada. Cuanto más lo escuchaba más inexplicable resultaba. Y más miedo me entraba. Recuerdo que llamé a Inma Carlés y se lo dije. Como estaba con Peón Kurtz, que era de Def Con Dos, el grupo de la banda sonora, se rieron un poquito de mí. Sólo conseguí tranquilizarme al pensar que, si había algún tipo de presencia maligna en la casa, mi perro Melvin se alteraría. Él dormía y resoplaba en su cesta así que no parecía que Lucifer se hubiera colado en casa.

Nunca logré saber qué era aquel sonido extraño. Durante aquella época se lo conté a todo aquel que se cruzó en mi camino. También a Álex de la Iglesia que me miró con incredulidad al principio y con algo de alarma después, porque en la entrevista ya me había dicho que durante el rodaje ocurrieron algunos fenómenos inexplicables. Se lo conté también a Juan Carlos de la Iglesia, entonces director de la revista Man, que fue quien publicó la entrevista. Juan Carlos propuso hacerle llegar la cinta al padre José María Pilón, jesuita experto en fenómenos paranormales, pero al final, por uno u otro motivo, nunca lo hicimos. La cinta sigue conmigo. Está en uno de los cajones donde guardo las casetes con muchas de las entrevistas que he hecho. Esto fue hace 20 años. Algún día la buscaré y volveré a escucharla. Una de esas noches de invierno en las que El Saler podría ser la versión mediterránea de Twin Peaks.


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