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el callejero

El hombre granota

Foto: KIKE TABERNER
21/05/2023 - 

Hay gente que tiene la necesidad de tocar al de al lado cuando hablan. Esas personas empiezan a contar algo y te agarran de la muñeca. O te dan golpecitos en el antebrazo. O un golpe sutil, pero insístete con el codo. ¿Por qué tocan? El mundo, de hecho, se reparte entre los que tocan y los que no. Bueno, quizá hay un tercer grupo, los que no soportan que les toquen. Enrique Victoria milita en el bando de los tocones. Y debe ser un alto cargo porque, como es muy nervioso, toca mucho. Y habla mucho. Y se ríe mucho. Y llega un momento en el que hay que pegar un grito y decirle: “¡Para! ¡Siéntate! ¡Espera un segundo!”. Entonces se queda sorprendido, como pasmado, pero rápidamente sale de su incredulidad y estalla en una sonora carcajada.

A Enrique Victoria casi todos le llaman Quique, pero él pide que respetemos su nombre artístico. “Porque yo soy actor. De hecho soy muy buen actor y antes o después pegaré el pelotazo. Aunque, bueno, ya soy un poco mayor, pero…”. Mientras espera el papel de su vida se gana la vida haciendo de rana. Enrique es Blau, la mascota principal del Levante UD, aunque suele ir acompañado de Grana. Su función en el Ciutat de València consiste en animar al equipo y entretener a los espectadores cuando no está el balón yendo de una portería a la otra. Cuando no hay partido, colabora con el área de patrimonio del club y de la fundación y escribe semblanzas de antiguos jugadores granotas.

Él es granota por partida doble. Es granota porque es seguidor del Levante desde niño, y es granota porque Blau es una granota, una rana. La primera vez que hizo de mascota fue en 2005. Aunque antes hay que decir que Enrique Victoria es sobrino de Ramón Victoria (1931-2009), que fue presidente del club de Orriols entre 1986 y 1994, y, posteriormente, entre 2001 y 2009, Presidente de Honor. Ramón propuso en 2005 incorporar una mascota a los partidos y sugirió que su sobrino podría encargarse de esta función. Así nació la Granota Boja, que tuvo su mayor hito el día que el Levante recibió al Real Madrid.

Eran los tiempos en los que ‘El Día Después’ era un referente. El programa de Canal+ analizaba la jornada e incluía una sección, ‘Lo que el ojo no ve’, que se hizo muy popular porque mostraba el fútbol como nunca se había hecho. Las cámaras buscaban cosas curiosas antes, durante y después de los partidos. Aquel día, en una época en la que las mascotas no eran tan comunes, los cámaras fueron abducidos por la Granota Boja. Enrique recuerda que vio un filón ahí y fue a por él. “Como sabía que venían, me propuse montar un número. Ellos picaron en la trampa que monté y me siguieron y me hicieron un reportaje amplísimo que es una risa. Ese día le marqué un gol a Casillas. Entonces no era como ahora: podías hacer lo que te diera la gana mientras los jugadores estaban calentando. Yo cogí un balón y, como Casillas ni miraba, marqué en su portería y empecé a celebrarlo”.

Una tienda de antigüedades

Aquella prueba duró poco. La temporada estaba acabando y a Pedro Villarroel, que era el presidente, ni a nadie pareció entusiasmarle la idea. Ahí se acabó la Granota Boja. Hasta que en diciembre de 2016, con el equipo en Segunda, a Quico Catalán, el actual mandamás del club, se le ocurrió incorporar unas mascotas. “Quico pensó en mí y me lo propuso. Yo le estoy muy agradecido y, además, pienso que es el mejor presidente de la historia del Levante”.

Foto: KIKE TABERNER

Los Victoria siempre fueron levantinistas. Ramón, por descontado, pero su hermano Pepe, el padre de Enrique, también. Su fidelidad se mantuvo inquebrantable incluso en los años por campos deplorables en Tercera y Segunda B. Durante esos años se forjó el átomo del levantinismo, 2.000 o 3.000 aficionados, no más, que iban cada semana al estadio a apoyar a un equipo ramplón con ínfulas de grande. Partidos soporíferos que no disuadían a estos fieles del Levante, que vivían con la esperanza de tiempos mejores.

El padre de Enrique llevaba una tienda de antigüedades que se llamaba Casa Victoria y que estaba en la calle Jorge Juan, enfrente del antiguo colegio de las Teresianas y muy cerca del de los Dominicos, donde estudió el chaval. Eran cuatro hermanos. Tres chicas y Enrique. Una de ellas, Clara, es sordociega y estaba en un centro en Madrid. Cada dos o tres semanas, la familia iba a visitarla. A la vuelta de uno de esos viajes, cerca de Villarejo de Salvanés, un conductor se saltó un stop y embistió el vehículo de los Victoria. El padre falleció en el accidente. Enrique, que tenía catorce años, estuvo ingresado cuatro meses y medio en el Hospital Provincial de Madrid. “No perdí la pierna de milagro”, cuenta mientras se sube el camal del pantalón vaquero para mostrar la cicatriz, deforme, que conserva encima del tobillo, donde le pusieron unos clavos.

“Fue un palo enorme”, dice Enrique con un mohín de tristeza. Una tragedia que cambió su vida. Aquel estudiante se tuvo que poner a ayudar en la tienda, donde siguieron su madre y su abuelo, que vivió diez años más que su hijo, y que era carpintero y ebanista y se dedicaba a restaurar muebles. Cuando su madre se jubiló, le propusieron seguir a Enrique, que, en previsión, había estudiado Historia del Arte, pero el joven declinó la propuesta. “Yo quería ser actor. Mi pasión de toda la vida es la interpretación y, aunque es una mierda y tienes mucha inseguridad, aposté por ello”.

Una película con Elejalde

Enrique está sentado a un par de metros y ya no puede tocar. Pero antes, entre golpecito y golpecito, ha sacado un papel, una octavilla, con una serie de notas manuscritas. Ha hecho un resumen de lo más importante para él: las películas en las que ha aparecido al lado de Karra Elejalde, Inma Cuesta o Carmen Machi; el número de spots de televisión que ha grabado -en su hojita detalla que son 37 spots de televisión, 19 de ellos de ámbito nacional y los otros 17, autonómico-, y cosas así. O la información de que ha corrido dos veces el Maratón de Valencia: una en 1985, con 18 años y sólo cuatro después del terrible accidente de Madrid, y otra en 2016. “El primero fue la leche. Era una época en la que la gente insultaba a los corredores”.

Siempre le gustó el deporte. No hay más que ver el buen aspecto que mantiene cumplidos los 50.  Apoyada en una pared del cuartito que tiene dentro del estadio y que hace las funciones de camerino, hay una vieja bicicleta de carretera, una BH azul que le regaló su padre en su día y que conserva tal cual, con solo un par de cambios: el manillar, que reemplazó por uno mas cómodo para circular por la ciudad, en los trayectos que hace desde su casa, en el barrio del Carmen, y el Ciutat de València, y el plato, que se le rompió no hace mucho cuando pedaleaba por el puente de madera.

Su versatilidad está ya más que demostrada, pero la vida de Enrique Victoria es como la chistera de un mago. Este valenciano fue también cantante de un grupo de rock al que llamaron Hector Proctor, como el personaje de ‘Super Agente 86’. “Me tiré  seis años como ‘frontman’. Montaba mucho show en el escenario. Hacíamos rock de garaje. Tocamos en todos lados en València y la gente se partía con nosotros. Dejé el grupo en el 95, pero me di cuenta de que a m í me gustaba actuar. Entonces aposté a tope por la interpretación. Empecé como profesional en el 96 y desde entonces he hecho de todo. He hecho mogollón de publi…”.

Los días de partido sale al campo una hora antes del partido. Agustín, el padre de su compañero, Jorge, el que hace de Grana, les ayuda a vestirse. La equipación es parecida a la de cualquier jugador, pero, claro, su cabeza no es una cabeza normal, su cabeza es una cabeza rígida y enorme, de unos dos o tres kilos, de rana. Luego saltan al césped y dan vueltas al campo para hacerse fotos con los niños, y algún adulto, que se lo pide desde la grada. “Luego paramos a los 25 minutos y descansamos un cuarto de hora en el Raconet, el rincón de Raimon, el encargado del césped. Después salimos los últimos 20 minutos y nos centramos más en los jugadores, chocamos la mano con ellos, les jaleamos, les hacemos reverencias. Luego nos metemos en el cuartito, nos cambiamos, vemos un cuarto de hora de partido y en el minuto 30 volvemos a cambiarnos y regresamos al campo para el descanso. A veces hay actividades y, si no, me monto mi número, nos ponemos Gran y yo a tirarnos penaltis”.

Enrique Victoria cuenta que tiene una buena relación con Julián Carabantes, que es la mascota del Valencia, pero que no llegan a tener un grupo de WhatsApp con todas las mascotas valencianas. Él insiste en que su trabajo, el de mascota, es un trabajo de interpretación como cualquier otro. “Tienes que hacer un ‘acting’, hay una interpretación detrás”. Y que, cuando está en círculos cinéfilos, no le da vergüenza decir que hace de rana en un campo de fútbol. A él, además, le encanta que sea en el feudo del Levante, el equipo de toda su vida y al que ya iba a ver cuando era un niño y tenía un vínculo muy fuerte con su padre. “Un año antes del accidente fuimos a ver el debut de Johan Cruyff -el neerlandés, una leyenda del fútbol, jugó la mitad de la temporada 80-81 en el Levante UD-. Mi padre flipaba. Ese día jugamos contra el Palencia y ganamos 1-0. Me acuerdo mucho de ese partido porque el campo estaba lleno y eso, en aquella época, era rarísimo”.

Enrique se levanta para despedirse. Estrecha la mano con fuerza, da dos o tres palmadas en la espalda, cuatro o cinco toques en el brazo y se vuelve hacia el cuartito del estadio, el camerino de un actor encerrado en el cuerpo de una rana: Blau, la mascota del Levante.

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