CHIPS EN EL BELVEDERE / OPINIÓN

Homenaje a Fina, Mariano, Pilar y tantos profesores

18/08/2022 - 

“Cuando estaba en el instituto, mi profesor de Física y Química, Mariano Celada, me invitó a participar en las Olimpiadas de Física. Lo hice y se me dio bien, y decidí pasar las dos tardes libres a la semana del instituto en la Universidad tomando clases. Vi que me gustaba mucho y abandoné la idea de estudiar Biología”.

Hoy, el Massachusetts Institute of Technology (MIT) tiene un laboratorio con los apellidos del investigador que me hacía este comentario, Pablo Jarillo-Herrero. Su equipo hizo en 2018 un descubrimiento, descrito como el ‘ángulo mágico del grafeno’, que le ha valido los dos reconocimientos más importantes de la física mundial, el premio Wolf (considerado la antesala del Nobel) y el premio Oliver E. Buckley.

Pablo Jarillo-Herrero estudió en las Escuelas San José de Jesuitas y el Antiguo Colegio de la Gran Vía, hoy Centro Arrupe Jesuitas Valencia. Mariano Celada escribió en 2020 un hermoso artículo para el centro poniendo en valor lo conseguido por su exalumno. Según relata, la última vez que se encontraron “mencionó mi empeño en que siempre planteasen el problema mediante un esquema gráfico y fuesen justificando todos los pasos que tenían que dar, aplicando los principios y leyes de la física, hasta llegar al resultado final que debían comprobar si era compatible con el enunciado y verosímil”.

Y añade: “A veces la rutina de las clases hace que nos olvidemos de la gran labor que desempeña el Colegio y los profesores en un momento clave de la vida de estos chicos, en la que tienen que tomar una de las decisiones más importantes de su vida: elegir su carrera profesional”.

Apenas unas semanas después de conversar con Pablo Jarillo-Herrero, tuve una charla similar con Belén Franch, física también e investigadora del programa NASA Harvest. Belén ha creado un algoritmo llamado ARYA capaz de predecir la cosecha de algunos cultivos mediante teledetección (es decir, a partir de las imágenes de los satélites), con hasta dos meses y medio de antelación. Alcanza al 70% de la producción agrícola mundial para exportación. Un hito con un valor excepcional.

Belén Franch me contó la importancia que habían tenido en su carrera dos profesoras del IES Benlliure de Valencia: Pilar Moreno, de Matemáticas, y Fina Párraga, de Física. También fueron capaces de abrir su mente y de estimular su curiosidad con un método de enseñanza que caló en su forma de ver el mundo y la hizo aspirar a la excelencia.

Sería genial enumerar a todos los profesores que han tenido la capacidad de intervenir en el momento adecuado abriendo la espita de la inteligencia y de la confianza. Seguro que cada lector de este artículo puede identificar al suyo o los suyos. Citar sus nombres sería quizás un ejercicio de justicia con unas personas que prestan un servicio a la sociedad único, el de hacer germinar, cultivar y ayudar a crecer y expandirse a cada uno de sus miembros, atendiendo a sus características personales únicas. No todos sus alumnos serán genios de la ciencia, el arte o la economía, ni es preciso que sea así. El conocimiento da sentido al acto heroico cotidiano, ya suceda en el laboratorio o en la cola del pan.

Por llevarlo a un terreno más prosaico, se echa en falta, especialmente en el sector público, mecanismos que reconozcan el esfuerzo de tantos profesionales de la educación que van más allá de sus obligaciones individuales y de la limitación de medios y luchan por dar una educación de primer nivel. Esa forma diferente de enseñar que sirve de palanca para potenciales figuras mundiales en disciplinas humanísticas y científico-tecnológicas.

Y para aquellos profesores que han abandonado la tarea de dejar huella, o que ni siquiera han decidido comenzar a hacerlo, estímulos que les convenzan de que su compromiso profesional puede ser un asunto crítico para todos. De él depende que muchas personas sean capaces de extraer el máximo de su talento en beneficio del conjunto de la sociedad.

Porque los profesores son en cierto modo artistas, como ese magistral preceptor Herr Cazotte en Ehrengard de Isak Dinesen. En el clímax final de la historia, la protagonista arroja “su pasado, su presente y su futuro a los pies de él”, y éste, asombrado al ver su obra de formación culminada antes de lo esperado y pese a que su vida quedaba comprometida con aquel gesto, no palidece, sino al contrario. “Herr Cazotte, que era un artista, se sonrojó”.

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