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Hong Kong o la historia de un desencuentro

Hay dos películas memorables que pueden ser un buen punto de partida para analizar la situación en la que se encuentra actualmente Hong Kong. Ambas se desarrollan en un Hong Kong exótico y en tecnicolor, las dos coinciden en el mismo protagonista masculino, un eficaz William Holden, y ambas ilustran perfectamente y no de forma exenta de dramatismo el desencuentro entre dos formas muy diferentes de aprehender la realidad

15/09/2019 - 

La primera película a la que me refiero es La colina del adiós (en inglés, Love is a many splendored thing, que es también el nombre de la principal canción de una banda sonora sentimental y memorable que, por cierto, fue galardonada con el Óscar de aquel año), dirigida por Henry King en 1955 y que relata las vicisitudes de un periodista norteamericano en sus complicadas relaciones con una doctora euroasiática (una Jennifer Jones quizás discutiblemente orientalizada). La pareja debe enfrentarse sobre todo a la incomprensión y rechazo de su entorno familiar y social.

El segundo filme es de 1960, y se trata de El mundo de Suzie Wong. En esta ocasión el argumento es algo más truculento. Esta vez William Holden es un arquitecto estadounidense que se instala en Hong Kong para disfrutar de un año sabático y tratar de ser convertirse en pintor. En el hotel en el que se hospeda en el barrio de Wanchai (pintoresco y con un encanto canalla que sigue manteniendo) conoce a una mujer de rasgos asiáticos, encantadora, bellísima, de una inocencia natural poco común, ingeniosa y que resulta que es prostituta. Con todo esto, el conflicto y los problemas de incomprensión también están servidos.

Invocando estas dos películas, no pretendo frivolizar respecto de los gravísimos acontecimientos que están teniendo lugar en la actualidad en la excolonia británica, pero sí quiero destacar que Hong Kong, siendo el lugar donde han convivido mejor Oriente y Occidente, también es el lugar donde los antagonismos y las contradicciones entre ambos sistemas se materializan de forma más dramática.

Y esta situación se ha producido desde que en el lejano 1841 Hong Kong se convirtió en colonia británica tras ser ocupada por los ingleses durante la Primera Guerra del Opio con China. La derrota de China en 1842 se saldó, entre otras ventajas a favor de los británicos, con la cesión a perpetuidad por parte de China de la isla de Hong Kong a través del tratado de Nanking, que los chinos —no sin fundamento— encontraron especialmente humillante. En los cincuenta años siguientes, los británicos se hicieron con la Península de Kowloon y con los nuevos territorios que configuran Hong Kong en la actualidad. Durante el siglo XX, con el advenimiento de la República Popular China, la falta de convergencia entre ambos territorios se fue acentuando especialmente por las diferencias en cuanto a sus respectivos sistemas políticos y económicos (un sistema comunista frente a uno capitalista, pero gestionado —y esto es importante— por una administración colonial, con lo que en honor a la verdad no es enteramente cierto que fuese un sistema de derechos y libertades totalmente homologable a las democracias liberales actuales). En todo caso, a partir de los años 70 del pasado siglo, el Reino Unido y una República Popular China consolidada empezaron a negociar la devolución de la excolonia a China. Se acordó una fórmula imaginativa y respetuosa con Hong Kong, acuñada en la célebre expresión de “un país, dos sistemas” con la que se quería conseguir una transición suave durante un periodo de 50 años hasta la devolución final a China, que tendrá lugar en  2047. Así, Hong Kong se convirtió en una Zona Administrativa Especial dentro de China, con su propia “constitución” limitada, un sistema legal e institucional serio e independiente y algunos derechos propios de una democracia, como la libertad de expresión y de reunión a través de la llamada Ley Básica. Sin embargo, desde la transferencia de la soberanía a China el 1 de julio de 1997, los ciudadanos de Hong Kong no tienen atribuidos derechos políticos suficientes para elegir a sus dirigentes, siendo Pekín el que controla la lista de los candidatos mayoritarios del gobierno de Hong Kong.

La colina del adiós

Es cierto que Pekín, consistentemente con la importancia que progresivamente está alcanzado China a escala global, está realizando actos de injerencia en el gobierno de Hong Kong cada vez más frecuentes. En este sentido, episodios como la desaparición tanto de los famosos libreros de Hong Kong que casualmente publicaban noticias comprometedoras del entorno del presidente Xi Jinping como de algún destacado miembro de la comunidad empresarial de Hong Kong y su posterior reaparición para su procesamiento en China no contribuyen a tranquilizar a la opinión pública de Hong Kong. Así, el penúltimo capítulo de este desencuentro tuvo lugar en 2014 con la llamada Revolución de los Paraguas (digresión: la portada de la revista Time que cubrió aquellos acontecimientos fue una fotografía de un fotógrafo valenciano que me estará leyendo), que de forma más pacífica que algunas de las manifestaciones actuales reivindicaba el derecho de los ciudadanos de Hong Kong a la elección de sus líderes.

En esta ocasión, el acontecimiento que ha encendido la mecha de la indignación popular ha sido el controvertido intento por parte de la líder del Gobierno Autónomo de Hong Kong, Carrie Lam, de tratar de que entrase en vigor una nueva Ley de extradición que permitía la entrega de presuntos delincuentes a China. Esta nueva Ley se presentó al público a principios de abril de 2019. La reacción de una parte importante de la población de Hong Kong no se dejó esperar, llegando en junio a tener lugar una manifestación multitudinaria de más de un millón de personas para expresar su oposición a dicha Ley. En julio, mediante actos violentos, los manifestantes tomaron el Parlamento de Hong Kong. Y en agosto algunos de los dirigentes de las protestas fueron arrestados y posteriormente puestos en libertad. El último acontecimiento relevante tuvo lugar la semana pasada cuando Carrie Lam anunció la cancelación definitiva de la norma. Cabe preguntarse si esta rectificación del ejecutivo va a poder contener el descontento ciudadano. Algunos de los líderes han expresado que dicha retirada ya no es suficiente, que se debe ir más allá en los derechos democráticos de los habitantes de Hong Kong.

Las próximas semanas van a ser decisivas. En este sentido, salvo que la situación esté fuera de control y en la anarquía, no es previsible una reacción armada de Pekín como temían algunos comentaristas. Es cierto que la mayor asertividad que recientemente viene caracterizando a la acción de China podría haber hecho prever este tipo de reacción. Al fin y al cabo, se trata de territorio chino en el que parece que el mantenimiento de orden está puesto en entredicho.

Pero una acción así supondría un golpe tremendo para Hong Kong, que a su vez podría infringir un gran daño a la propia China. No solamente sería un elemento que distorsionaría las negociaciones de China con Estados Unidos en relación con la guerra comercial, sino que no parece que China pueda prescindir de Hong Kong, que es una pieza importante para las relaciones económicas de China con el mundo. Es cierto que en 1993 Hong Kong representaba el 27 % del PIB de China y que en la actualidad su importancia se ha visto reducida al 3 %, pero su función sigue siendo esencial.  En efecto, a través de Hong Kong se captan recursos de todo el mundo para las empresas localizadas en China continental, lo que permite el acceso a los inversores extranjeros. Así, detrás de Tokio, es la segunda plaza bursátil más importante del mundo. Además, es una de las diez potencias exportadoras mundiales. Y esto se mantiene por el solvente entramado institucional y legal que caracteriza a Hong Kong y que todavía le diferencia de China.

Además, China tiene grandes proyectos (algunos ya son una realidad) para Hong Kong, al considerarlo como parte indispensable del ambicioso proyecto de la Gran Bahía, que se centra en el Delta del Río Perla. De esta forma, tanto Hong Kong como Macao se integrarán con Shenzhen, Cantón y Donggyuan para conformar una de las áreas metropolitanas más dinámicas del planeta, con un PIB que puede hacer que la región se convierta en la novena economía del mundo (equivalente al PIB brasileño).

Esperemos que las razones económicas y de la prosperidad de la región prevalezcan sobre otras actitudes nacionalistas de resultados probablemente muy perniciosos.

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