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tribuna libre / OPINIÓN

Igualdad, diversidad, centralización: una réplica desde la izquierda jacobina

Foto: E. PARRA/EP/POOL
27/01/2023 - 

Hace unos días, Emma Zafón dedicaba un amable artículo al Jacobino[1]. Más allá del rosario de adjetivos (“hortera”, “cutres”, “acomplejados”, “pipiolos”) con que la autora agasaja a la izquierda jacobina; y más allá también de deslumbrantes números de adivinación y conspiranoia política con los que deleita a sus lectores, cabe hacer algunas puntualizaciones sobre los dos aspectos propiamente políticos de su texto.

El primero atañe a las lenguas cooficiales. Conviene separar dos cosas: por un lado, las lenguas cooficiales en España y los derechos lingüísticos de todos los ciudadanos; por otro, los modelos excluyentes de regulación lingüística que se imponen en distintas regiones bilingües con el objetivo de limitar o dificultar la circulación de funcionarios públicos dentro del país. Conviene separarlas porque, contra lo que sostiene insidiosamente la propaganda nacionalista, lo segundo no se sigue de lo primero, y lo primero no justifica en absoluto lo segundo.

No es verdad que la diversidad lingüística española obligue a agravar desigualdades, ni entre españoles de distintas regiones, ni entre ciudadanos de la misma región y distintas lenguas. No es cierto que los derechos lingüísticos de unos obliguen a lesionar oportunidades y derechos de otros: los derechos de todos se ven amenazados cuando se tocan los de uno solo. Son las Administraciones públicas, y no los individuos, las que tienen obligaciones lingüísticas para con los ciudadanos, y estas obligaciones se pueden cumplir sin lesionar ni la movilidad laboral, ni la calidad de los servicios públicos, ni la libertad de circulación, ni la igualdad de oportunidades. Y desde luego, no protege los derechos ni las libertades de nadie (pero sí los privilegios de algunos) desplegar políticas de exclusión y discriminación deliberada contra los ciudadanos castellanohablantes. Es exactamente lo contrario: las políticas identitarias de factura inequívocamente trumpista, dirigidas a dificultar — con la excusa de la lengua— que (buenos) profesionales !de fuera” (profesores, médicos, investigadores) vengan !a casa nostra”, empobrecen la calidad de los servicios públicos y perjudican al conjunto de los ciudadanos, castellanohablantes o no. La !matraca” del Jacobino no es !contra las lenguas cooficiales”, sino contra su uso espurio para proteger privilegios indefendibles, blanquear mecanismos de exclusión y discriminación, crear problemas artificiales y azuzar lógicas de agravio y resentimiento sin las que ciertas ofertas políticas identitarias y ciertas élites locales serían incapaces de perpetuarse.

El segundo afecta a la propuesta jacobina de centralización de servicios públicos. La imagen que ofrece la señora Zafón de José Luis, el !funcionario que en su vida ha salido de la calle Fuencarral”, pero al que hacen venir a Lucena para dirimir disputas de terrenos, es graciosa, aunque totalmente ajena a lo que se plantea: un caso de manual de !dónde vas, manzanas traigo”. Y sorprende que en pleno 2023, haya quien crea (o pretenda hacer creer) que la gestión integrada, democrática y centralizada de los servicios públicos tiene algo que ver con que oscuros funcionarios capitalinos se desplacen por el país a poner paz entre lugareños: hay relojes que se pararon en pleno siglo XIX.

Es más apropiado echar un vistazo a cifras más contemporáneas. Por ejemplo, las de inversión en educación. Según datos de 2016 de la fundación FIDEAS, de CC.OO.[2], el Estado descentralizado invierte 4900 por alumno y año en los centros públicos de Andalucía; en los del País Vasco, invierte unos 9000. Es sólo un ejemplo: se pueden encontrar otros indicadores de desigualdad territorial en la financiación, el acceso y la calidad de los servicios públicos (educación, sanidad, etc.). A nadie se le escapa que estas desigualdades dependen, en buena medida, de si el alumno ha nacido en comunidades ricas o pobres, con más o menos medios, con más o menos voluntad de emplearlos.

Sobre el centralismo que propugna la izquierda jacobina se puede discutir largamente, pero la idea es simple: se trata de combatir estas desigualdades territoriales de raíz, de forma que ni residir en una comunidad más rica o más pobre, ni sufrir a un gobierno regional más o menos indiferente a la suerte de los servicios públicos (que son la verdadera patria de los más modestos), afecte a las oportunidades y la calidad de ciudadanía de nadie. Se trata de que la suerte en la vida no dependa del código postal ni de la autonomía. Se trata de que decidamos democráticamente, entre todos, sobre lo que es patrimonio de todos (¿qué hay más !de todos” que los servicios públicos?), y de que las decisiones resultantes se apliquen y nos sirvan a todos, sin privilegios de casta ni de territorio, sin hidalguías ni excepciones. Una experiencia de democracia unitaria y centralizada, realmente inclusiva, que sería inédita en España: ni siquiera la tímida tentativa de !Estado integral” durante la Segunda República consiguió escapar a las tensiones centrífugas, !separatistas y separadoras”, en palabras de la época, alentadas por las élites periféricas y capitalinas.

Por supuesto, nadie está obligado a compartir ni la preocupación ni la solución jacobina: la derecha, típicamente, no tiene ningún problema con los mecanismos de reproducción y amplificación de la desigualdad social, y en consecuencia, tiende a apoyar cualquier iniciativa que debilite —a base de fragmentar— la capacidad de intervención pública y democrática sobre éstos. Incluso aunque se comparta el compromiso jacobino por la igualdad —también territorial—, se puede discrepar de su propuesta de integración y centralización democrática, de su pertinencia o su eficacia para combatir unas desigualdades que en España resultan sangrantes.

En ese caso, sería interesante oponer alternativas que se juzguen más convenientes que las propuestas planteadas. Quién sabe, en el contraste razonado entre unas y otras podrían emerger soluciones mejores: al fin y al cabo, en eso consiste el debate de ideas, la discusión y la deliberación democrática. Ni chascarrillos, ni descalificaciones, ni ocurrencias son de gran ayuda para este menester, pero el “chico nuevo en la oficina” es de natural optimista y no pierde la esperanza de que ese debate acabe abriéndose paso, a pesar de los pesares.

1. Emma Zafón, “Chico nuevo en la oficina”, Valencia Plaza, 12 de enero de 2023. https://valenciaplaza.com/chico-nuevo-en-la-oficina

2. Desigualdad territorial en educación y gestión de competencias por las CC.AA. Fundación Investigación, Desarrollo de Estudios y Actuaciones Sociales (FIDEAS), Mayo 2019. https://fe.ccoo.es/1356fe9981c15dccb98a83b3fac9753f000063.pdf

Marc Luque es colaborador de 'El Jacobino'

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