*Bien, mi objetivo no es seducirte, lector, pero tengo que decirte que estoy algo alfabetizada y sé que se dice inflaxión, inflasión, infración, cónyugues. Lo que sea.
Os habéis enterado de que la inflación está disparada, ¿no? ¿O ha podido ser eclipsada por los eventos políticos recientes? No os preocupéis que el golpe de realidad os llegará con la próxima factura.
Deben de estar los alemanes que da gusto verlos hiperventilando por el miedo atávico que le tienen, corriendo descabezados y peregrinando hacia el BCE, mientras aquí hablamos del patrón oro y de a ver si no nos ponemos ya a quemar billetes o a bajar impuestos porque está la cosa que no se para sola. Vaya, no sé a vosotros, pero a mí no me pagan suficiente (en general, ni tampoco para oír estas cosas).
Y como tenemos una cuchara los de competencia, pues, obviamente, vamos a meterla nosotros también, para terminar de cerrar la espiral de explicaciones.
En antitrust está la cosa bien de polarización: algunos autores están escandalizados porque cómo no nos damos cuenta de que esto es culpa de la ausencia de competencia (o, lo que es lo mismo, de la existencia de poder de mercado, ora directamente causado por posiciones de dominio, ora por acuerdos colusorios), que megacorporaciones o trusts están utilizando la excusa de la inflación para incrementar generosamente los precios y retener todavía más excedente, mientras que otros sostienen que ha de atribuirse al mal funcionamiento y las rigideces de la cadena de suministro y shocks de demanda.
A la cabeza de quienes atribuyen el fenómeno de subida de precios no a la inflación, sino esencialmente a una estrategia de cobertura llevada a cabo por quienes ostentan poder de mercado (a través de, básicamente, precios excesivos o price gouging, como le llaman por esas tierras) ocasionando, también entre otros, concentraciones que han lastrado, y mucho, la capacidad de la cadena de distribución, haciéndola sensiblemente menos reactiva a los shocks, se encuentra la Presidenta de la FTC. Se trata, básicamente, de una maniobra consistente en utilizar la inflación como excusa para llevar a cabo prácticas de explotación difícilmente detectables en este contexto.
No es que no sea posible, dios me libre de descartar la presencia de cárteles o de abusos de posición de dominio de sectores básicos que se extienden, como por ensalmo (o efecto paraguas), a otros. Pero claro, es poco probable porque la realidad es que el aumento de precios se está produciendo transversal y mundialmente en *todos* los mercados y la sostenibilidad de tal cosa es como mínimo complicada.
“¡Brandeisianos maniqueístas de pacotilla!” exclamaron los adalides de la explicación alternativa (qué sofisticados insultos, pensaréis. Yo también. Los economistas, ya se sabe…). Éstos entienden que la explicación es más sencilla y menos de gorrito de plata de ententes mundiales o de posiciones de dominio transnacionales que, como fichas de dominó, causan estragos más allá de los mercados en los que estuvieran localizadas las empresas: después de esta maravillosa crisis pandémica, el suministro de muchos bienes se habría visto alterado y habría hecho colapsar temporalmente el modelo, lo que conllevaría un aumento de los precios como consecuencia de estas disrupciones. El origen, en algunos casos, habría de localizarse en el pangolín de los mercados, el sector energético, que ha tenido un efecto contagio a lo largo y ancho de la Economía.
Y bueno, las posturas no son necesariamente irreconciliables. Efectivamente puede defenderse que no es un problema exclusivamente de competencia (lógicamente es un fenómeno multicausal y parcialmente también pueda tener algo (mucho) de culpa, en algunos mercados o como explicación de algún tramo de la subida de precios).
Pero, ¿sabéis lo que seguro sí es una cuestión de competencia? Cómo se reparte el problema creado entre el capital y el trabajo. Resulta llamativo que el nivel de los salarios no suba a la misma velocidad que el resto de bienes. Y esto sí se puede explicar desde la teoría de competencia, porque se le llama monopsonio en los mercados de trabajo. Ya hemos hablado de esta historia alguna vez, diría yo, porque una tiene sus pensamientos obsesivos que le cuenta a todo el mundo. Y si es así, lo siento. Pero el proselitismo no se hace solo. Dejadme hacer un pequeño recordatorio un poco negro.
Los mercados se están concentrando. Repito: todos los mercados se están concentrando con mayor o menor intensidad y velocidad. Si te parece una afirmación muy exagerada, no te preocupes, la matizamos. Los mercados que tienen la facultad de trasladar lo que pasa en su seno a otros colindantes se están concentrando (energía, tecnológicos, distribución, etc.). En cambio, la demanda de bienes y servicios no se reduce tan rápido, lógicamente (jijijajá de momento, pero ya veremos cuando los problemas se trasladen gravemente al poder adquisitivo y no podamos pagar muchas (más) cosas). Y menos si hablamos de bienes necesarios. Pero, pese a que la demanda no se contraiga (aún) y siga existiendo necesidad de producción, ¿para qué voy a contratar suficientes trabajadores y remunerar a cada uno un precio razonable por su tiempo acorde con el del resto de bienes de los mercados si puedo explotar el poder que tengo y no hacerlo.
Así, tanto si la inflación es una excusa, como si no lo es, el retorno o excedente del capital no decrece porque se le repercute al trabajador congelándole el salario, y las alternativas de los dominantes son no perder o ganar aún más. Y esto es la pescadilla que se muerde la cola, porque mientras no se meta el freno de mano, naturalmente la situación tenderá a reforzar el poder de mercado del capital.
Y ¿qué hacemos? Pues parece que voces chillonas muy autorizadas sostienen que hay que arremangarse y *no hacer nada con los salarios*, porque hacer algo aumentaría -hold my beer- la inflación. Es curioso que la inflación sólo dé mucho miedo cuando se habla de salarios.
Ojalá supiera yo cómo arreglar el tema. Ni idea, si de verdad no hunde sus raíces en el poder de mercado. Pero ideas peregrinas como contraer la demanda creando paro (¡creando paro (de los de siempre), maldita sea, embolias cerebrales!) o bajando impuestos revelan la intención de abandonar cualquier esperanza de un reparto más justo, de ignorar el problema del desequilibrio entre capital y trabajo. Y esto me parece de un derrotismo insultante.
Pero, al margen de la causa última de la inflación, este nuevo equilibrio en el reparto del coste de la misma se puede alcanzar de dos formas: reduciendo el poder del capital y diversificando los riesgos en cadena de suministro (sancionando abusos, acuerdos anticompetitivos y controlando fuertemente concentraciones) o aumentando el del trabajo (bien incrementando el de los sindicatos, bien a través de medidas legales). Yo soy más entusiasta del primero porque inflación de segunda ronda y porque me parece menos parche y como dice nuestro amigo Adam, lo primero debería solucionar lo segundo solo. Ahora, siendo cierto que esta medida es lenta e indirecta y que los designios del Mercado son inescrutables, quizás implementar una doble vía sea lo más eficaz.