En ocasiones se nos olvida que las empresas, como agentes económicos que son, constituyen la palanca de innovación más importante de una economía ya que son las principales responsables de las mejoras de productividad en las economías modernas.
Sin embargo, no son las únicas, y conforme la investigación ha salido de los laboratorios, han irrumpido -con gran acierto- los centros de innovación, las universidades, los institutos de investigación, las aceleradoras de start ups, y un largo etcétera de agentes que conforman un completo ecosistema de fomento de la innovación.
Hoy, entender la innovación fuera del binomio empresa-ecosistema I+D, ya no es posible. Este escenario ha derivado en una realidad a la que los empresarios no podemos volver la espalda y que no es otra que todos, en la medida de nuestras posibilidades, debemos poner nuestro grano de arena para alimentar esos nuevos desarrollos innovadores responsables de hacer avanzar a un país y su economía.
Ingeniería, construcción, medicina, finanzas y energía, son los sectores imán para las nuevas tecnologías. Entre ellos, destaca especialmente el ámbito de las energías sostenibles, ya que representan el único camino para conseguir la ansiada descarbonización energética que los europeos nos hemos marcado para el 2030.
Vivimos una etapa de crecimiento económico sin precedentes que está generando cantidades masivas de gases de efecto invernadero. En los últimos 250 años de la revolución industrial, hemos generado más del 80% de todo el CO2 que se ha generado en la historia de la humanidad. Y lo peor es que más de la mitad de ese CO2 se ha generado en los últimos 30 años. Y esto tiene sus consecuencias.
A fecha de hoy ya hemos alcanzado una temperatura de 1,1 grados superior a la época preindustrial. Y en pocos años llegaremos a 1,5 grados de incremento de temperatura. A partir de 2 grados, lo expertos dicen que el cambio es irreversible, es decir, podemos frenar el calentamiento global pero no lo podremos revertir. Y a partir de 4 grados la situación en el planeta sería catastrófica y se volvería inhabitable. Según los cálculos que ha hecho el Grupo Intergubernamental de Expertos Contra el Cambio Climático de las Naciones Unidas, con la tasa de emisiones de CO2 actual se prevé que al final del siglo podríamos llegar a un incremento de temperatura de 4,4 grados. Y esto es algo que lógicamente nos debe preocupar a todos.
Afortunadamente, cuando el mundo se marca un objetivo en común, responde y lo hace de forma firme y contundente. Lo hemos visto cuando pusimos solución al agujero de la capa de ozono, actualmente revertido, y también durante el covid, cuando se desarrolló una vacuna mundial en tiempo récord.
Creo que con la energía y con el clima está pasando algo parecido. Desde el 2015 que tuvo lugar la Conferencia de las Partes de la ONU en París hasta hoy, todos los años el mundo entero se reúne para buscar soluciones al cambio climático, para trabajar hacia la descarbonización y hacia el objetivo de cero emisiones netas. Nos pueden gustar más o menos las estrategias de unos países u otros o la velocidad a la que distintos países implementan sus medidas, no obstante, lo importante es que estas conferencias buscan el consenso sobre una estrategia global muy orientada a la electrificación, a la reducción de combustibles fósiles y al incremento de energías bajas en carbono.
Estamos viendo cómo las energías renovables crecen de manera competitiva y asumen cada vez mayor protagonismo en el mix energético mundial. Al mismo tiempo que empieza a haber un renacimiento de la energía nuclear en el mundo muchos países tienen clara su estrategia con un mix de energías renovables con la nuclear como base para aportar estabilidad al sistema. Y alrededor de todo esto, están naciendo una serie de tecnologías de fusión nuclear, reactores modulares pequeños, almacenamiento de energía, hidrógeno, captura de carbono… Lo que demuestra que, efectivamente, el mundo está reaccionando.
Ante esta realidad, las empresas del sector energético tenemos la responsabilidad de hacer lo que esté en nuestra mano para cuidar el medioambiente y, para ello, debemos reorientar nuestra actividad para contribuir de forma significativa hacia un planeta más eficiente, menos contaminante y, por lo tanto, más sostenible. Llevar a cabo esta titánica tarea sin innovación es, entendámoslo de una vez por todas, imposible.
Los motivos por los que una empresa debe invertir en innovación son numerosos y variados: superar situaciones complejas, aumentar la productividad, mejorar la comercialización de productos o servicios y, como no, adelantarte a tu competencia. Sin embargo, hay uno más valioso que todos ellos, y es el de dejar a las generaciones venideras un mundo mejor que el que se encontraron. No hay nada más poderoso que eso.
Generalmente, esas nuevas generaciones son las que piensan ‘out of de box’ con mayor facilidad, pero por desgracia, con demasiada frecuencia, se encuentran con que necesitan financiación o les falta experiencia en áreas como el análisis de mercado, el acceso a pruebas piloto o a clientes, tiene necesidades de asesoramiento técnico, mentorización corporativa o necesitan un socio con capacidad industrial.
Ahí es donde entramos las corporaciones consolidadas con nuestra experiencia y recursos ya que, por decirlo así, somos el hermano mayor a cuyos hombros se suben las nuevas generaciones para ver que pueden llegar más lejos haciendo las cosas mejor.
Dice Paulo Cohelo que, cuando quieres algo, el universo conspira para ayudarte a conseguirlo. A lo que yo añado que la empresa tradicional se encuentra ante una oportunidad única, que le brinda la posibilidad de poner sus capacidades al servicio de aquellos que están emprendiendo y juntos, construir un mundo mejor. No lo planteo como algo utópico, en absoluto, es una realidad que muchos ya están llevando a cabo, algunos acabamos de sumarnos y otros (estoy seguro) pondrán en práctica en los próximos años.
Por Héctor Dominguis es CEO de Grupo Dominguis Energy Services y GDES Blue Ventures