Me gusta pensar que dentro de 50, 60 o 70 años, este albor de internet se recordará como la prehistoria de un nuevo mundo. Esa convulsión ingenua de cuantiosos daños colaterales a través de la cual la sociedad se abocó a una nueva forma de ser y relacionarse. Me gusta pensar que ha de ser así porque con alguna expiación hay que conformarse, claro. Hay que sobrellevar el extraño peso de los días cuando la marabunta de las redes acaba por marcar la agenda de las conversaciones. Y más que eso: por cambiar el estado de ánimo y hacer un debate a vida o muerte de aquello que, cinco o diez años antes, no hubiera pasado del chiste de turno.
Aunque rara vez sucede, me gusta pensar que algunas voces van alicatando el contexto. Que reman a favor de una especie de educación online que vamos adquiriendo a base de hostias (algunas de ellas, a deshoras, autoinflingidas por acostarnos mirando el móvil). Pero sí, de vez en cuando alguien sube sin cuerda por esta ladera escarpada y sujeta los mosquetones para los que torpemente vamos detrás. Sucede con la lentitud esperable –y hasta quizá necesaria–, pero sucede tal y como pasó con la intervención de Bop Pop en el programa Late Motiv de Buenafuente a causa de la consabida mariconez de Mecano (si le urge la lectura, acuda al minuto 11 del vídeo):
"A lo mejor el problema está en que estamos eligiendo mal nuestros símbolos, nuestros referentes. Estamos recurriendo a una muchacha millennial dentro de un talent show para luchar contra la homofobia, estamos usando a Mecano como un referente de la integridad de la obra artística. Estamos eligiendo regular, que a lo mejor esto explica porque tenemos los líderes que tenemos. Es un síntoma claramente. Elegimos bien las causas , pero elegimos mal a los representantes. Incluso elegimos mal a los enemigos. […]. Estamos defendiendo la libertad de expresión a través de un rapero botarate, defendiendo el feminismo a través de concursantes de Gran hermano, la lucha contra la homofobia a través de cantantes de karaoke, defendiendo la integridad creativa con letras de Mecano, el debate intelectual con tuiteros o la pluralidad democrática con la Falange", comentaba el crítico de televisión y escritor.
Como concluía magistralmente su discurso, "a lo mejor el problema es que hay demasiados influencers y muy pocos referentes". Y el caso de la mariconez ya casi que es agua pasada, pero sus ecos, el enfrentamiento de ofendidos y contraofendidos y las crisis sistémicas en segundo plano, me devuelven a la lucidez del monólogo. Porque la queja, aún incluso desde el extenso conocimiento del lenguaje y la industria que tiene Roberto Enríquez, no es el método único para revertir el suceso. Más bien es la asimilación y la posibilidad –como cantó Enrique Morente en 'Manhattan' (Omega, 1996)– de "reventar el sistema desde dentro". Ese es el reto, el de ofrecer una galería de posibilidades alternativas dentro de ese angosto y exclusivamente material ecosistema que es Instagram.
Hasta no hace mucho parecía un lugar común eso de que tampoco era del todo peligroso generarse un gueto acomodaticio entre las elecciones sociales (online). Es decir, que no parecía pernicioso ni grave que en Instagram solo siguiéramos a modelos esculpiéndose en el gimnasio, a madres veganas o a gatos en posiciones inverosímiles. Total, si había una vía de escape a la realidad, mejor pasarla cada cual con su parafilia. Sin embargo, entre los adultos el consumo de ese scroll crece vertiginosamente. Y tanto o más peligroso –por si sus hijos, sobrinos o nietos no le han dado ya suficientes muestras de ello– es que millenials y siguientes venimos/vienen a haber abandonado en gran medida el consumo psuedodemocrático de lo que se 'eche' en la TDT.
Así, poco a poco, el mensaje totalizante de curl de bíceps, gazpacho de remolacha y gatos con la cara metida en piezas de pan de molde acaba por fijar días y días de consumo de información. Y mientras la gracia del ebook hace que Gütenberg salte por los aires y el acceso al conocimiento escrito sea propio de una utopía, el verbo totalizante es el de Instagram. Por eso, como hace Bob Pop a menudo con sus intervenciones, dominador del universo pop y de catalizar los mensajes masivos y su significado, en realidad hay una oportunidad de cambio si introducimos en la dieta ciertos elementos. Si esas horas de stories en Instagram, que son casi siempre cualquier cosa menos la vida, se acaban convirtiendo en algo más que publicidad (pagada o propia).
Esta semana yo he introducido en mi dieta a un creador soberbio: Mustafa Mohamad. Su gigantesca fotografía sobre los enfrentamientos de los jóvenes en Gaza ha dado la vuelta al mundo y, gracias a ello, he acabado en su Instagram. Sin concesiones, @mustafapix retrata los enfrentamientos de la franja con un sentido estético y un poder narrativo que no evita la personificación. Un trabajo lleno de movimiento, luz y emoción, capaz de contener rabia, incertidumbre y muerte. Pura alevosía estética y sintética que también se puede disfrutar en el mismo contenedor donde nadie nos exige que nos alimentemos en exclusiva de conceptos fast food.
Por eso, Mohamad sirve de ejemplo para ir virando el pensamiento ya que una parte d lo que hacemos durante el día es contaminarnos visualmente allí. De alguna manera, siendo cada uno un tanto exigente y aplicando ese criterio que parece que no se nos exija, esta herramienta, como cualquier otra, nos sirve para tener una posición ante la vida. Porque haciendo y decidiendo el recorrido que a cada cual le place, ese gesto aparentemente relajado, ese consumo de tiempo es una posición política más. Allá cada cual con su viraje de fuentes a seguir.