Hoy es 7 de octubre
La Inteligencia Artificial (IA) se ha convertido en reciente protagonista de los grandes avances tecnológicos. El estrellato de este segmento de la IA se ha consolidado con la aplicación ChatGPT, resultado del pacto entre Microsoft y OpenAI. Una IA generativa que, como tal, “genera” respuestas, utilizando el lenguaje natural que empleamos las personas, para responder a preguntas, confeccionar nuevos textos o traducir otros existentes, con un nivel de perfección que aspira a igualarse al de los seres humanos. Sus promotores han proporcionado rápido acceso a esta nueva aplicación que se sumerge, para procurar satisfacer los intereses de sus usuarios, en el inmenso hábitat de Internet integrado por documentos, bibliotecas de libre acceso, datos, lenguajes de programación, conceptos y teoremas matemáticos y otras muchas digitalizaciones del conocimiento humano.
A su vez, la irrupción de esta modalidad de IA ha despertado movilizaciones en algunas galaxias del sector. De una parte, varias empresas tecnológicas han anunciado la próxima presencia de sus propias versiones de IA generativa. De otra, más de mil investigadores y empresarios del sector han solicitado una moratoria de seis meses en el uso de esta modalidad de IA para evaluar los posibles efectos perjudiciales que podría ocasionar su masiva utilización.
Esta sucesión de hechos despierta sus propios interrogantes. Recordemos que diversas y potentísimas empresas tecnológicas habían anunciado en los últimos meses importantes despidos de personal; un indicador de que la expansión de ciertos negocios, pese la concentración empresarial existente, está chocando con algún grado de saturación de la demanda. Al fin y al cabo el tiempo de los ciudadanos es limitado y no existe un margen infinito utilizable para el empleo de las redes sociales, los buscadores y las plataformas especializadas. A mayor abundancia, los servicios digitales abonados a la recolección de datos también chocan con dificultades cuando aspiran a seguir intensificando su umbral de eficiencia. Entre aquéllas se encuentra la barrera de la redundancia dado que, alcanzado y procesado un elevado volumen de información, parece razonable esperar que se reiteren los perfiles buscados y que el hallazgo de nuevos patrones muestre rendimientos decrecientes.
Circunstancias como las anteriores parecen haber incidido, si bien con desiguales consecuencias, sobre el valor en bolsa de algunas destacadas empresas. Poco después, el universo empresarial tecnológico también se conmovía ante la caída del SVB, situado en el epicentro californiano-bostoniano de la innovación y alimento financiero de miles de starts-ups. Sus inversiones mostraban dislocaciones importantes y el rumbo del SVB lanzaba un claro mensaje de que no era oro todo lo que formaba parte de los préstamos tecnológicos, recordando el agrio mensaje lanzado, a partir de 2000, por las empresas dot.com
Que en este universo de expectativas haya aterrizado el ChatGPT ha supuesto un balón de oxígeno para las grandes (y no tan grandes) firmas tecnológicas. De pronto, se abre un mercado potencial que algunos sitúan en 51.800 millones de dólares en 2027, lo que multiplicará por 4,5 el esperado para 2023. De repente, un destacado grupo de empresas del sector (1) han hallado un nuevo producto al que aferrarse y con el que despertar las ansias inversoras que habían optado por intensificar la prudencia.
Es en este intento de cambiar los humores del mercado, -algo a lo que tendremos que acostumbrarnos: sin disrupciones tampoco hay paraíso-, donde se sitúan las declaraciones de varias empresas, anticipando que están prácticamente en condiciones de lanzar sus propios chats de IA que, faltaría más, superarán a los de sus competidores en calidad y prestaciones. Una tarea que quizás no sea fácil porque ChatGPT ha empleado una táctica de prueba de su prototipo que, en lugar de basarse en la expertise de un grupo de especialistas, ha apostado por la apertura de la versión pre-comercial a más de 100 millones de usuarios.
Con esta decisión, el chat ha conocido cuáles son los intereses, generales y especializados, manifestados en la interacción de la IA generativa con la población, -informes, redacciones, problemas científicos, curiosidades, capciosidades y otros muchos grupos-, lo que le permite perfeccionar sus respuestas e introducir en el algoritmo algún tipo de barrera que detenga el simple interés morboso o el buceo en informaciones sesgadas, privadas y anticuadas, aunque la perspicacia del chat en estos campos de minas todavía tendrá que comprobarse.
Aun así, quedan muchas preguntas en el tintero. Unas de naturaleza ética. Otras, de contenido operativo. Las primeras, como es usual, se centran en torno a los usos de la IA generativa y, en general, del conjunto de la IA. Así ocurre con los solicitantes de la moratoria. Constituye un hecho común, presente en múltiples campos de la investigación, que se considere la capacidad tecnológica humana por encima de su capacidad de ordenar aquello que inventa de modo que se eviten daños físicos, psicológicos y sociales.
La ética siempre está persiguiendo a la innovación y aquélla siempre va por delante de los ritmos regulatorios que corresponden a los gobiernos. Una carrera desigual que, en este caso, gravita en torno al empleo malicioso de la información, el descubrimiento de nuevas parcelas de nuestra intimidad, el desbaratamiento de la propiedad intelectual, la intoxicación de las redes sociales con basura de todo tipo y la generación de nuevos discursos artificiales de impecable lenguaje natural que busquen el engaño, la manipulación o alumbramientos de aparente creatividad. Y esto sólo es una pequeña parte del total.
Observemos que, en todo caso, quien se encuentra tras las maldades tecnológicas es la inteligencia humana que manipula la IA y que ésta es, de momento, únicamente un instrumento que, según cómo se use, puede tomar el buen o el mal camino. Bien están las llamadas a la aplicación de cedazos éticos, aunque sorprenda que no se hayan solicitado en otros momentos ante la emersión de otras herramientas digitales que anticipaban usos perversos.
No concluye con la irrupción de las prevenciones éticas el horizonte de sucesos posibles. Al calor de la aparición de novedades tecnológicas parece ya un ritual asentado que, al poco tiempo, se publiquen informes sobre los efectos que la nueva criatura tendrá sobre el empleo. La reiteración no parece una casualidad: casi siempre, los apóstoles de la prospectiva aportan malas noticias sobre la ocupación y, como aves de mal agüero, anticipan la llegada de un profundo bache que acrecentará la debilidad estructural del empleo y añadirá una carga adicional de inquietud e incertidumbre al futuro del trabajo. Y esto, en pocas palabras, significa crear expectativas desfavorables a la evolución de los salarios reales; un fenómeno que ha profundizado en España y Europa durante la última década y que, con estas “noticias”, no provoca otra cosa que la erosión de las posiciones laborales.
Resulta como mínimo curioso que la traslación de los efectos de las nuevas tecnologías sobre el empleo rebose de calamidades y que exista, al mismo tiempo, una muy discreta divulgación de los nuevos empleos posibles y de su magnitud estimada. Que se sea más preciso al calibrar la destrucción de trabajo que al estimar la emersión de nuevas ocupaciones. Incluso, que se olviden hechos como la dificultad de la IA para aprehender el conocimiento tácito de los trabajadores. O el umbral de rentabilidad de la IA para aplicaciones empresariales, más necesarias de lo que parece porque cada tipo de trabajo, aunque lleve la misma etiqueta estadística, puede albergar contenidos sutilmente diferentes que, a su vez, precisan de IA diferenciadas, cada una con sus costes de adaptación, mantenimiento y renovación.
¿Debe preocupar la IA? Por supuesto; pero no para meter el miedo en el cuerpo laboral, sino para prevenir lo más probable; y, a este respecto, recordemos siempre la necesidad de adecuar la formación y de dos cualidades para sus nuevas formas: flexibilidad y más flexibilidad.
(1) Microsoft, IBM, Google, AWS, Meta, Adobe y OpenAI así como nuevas empresas como Paige.AI, Riffusion, Play.ht, Speechify, Media.io, Midjourney, FireFlies, Brandmark.io y Morphis Technologies. Ver: https://n-economia.com/noticias/el-boom-de-la-ia-generativa/
El evento tecnológico internacional, que se celebrará los días 23 y 24 de octubre en la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia, prevé duplicar el interés inversor gracias al posicionamiento estratégico de esta tecnología.