el muro / OPINIÓN

Intervencionismo

17/10/2021 - 

Siempre he sido partidario de la amabilidad de las ciudades, el respeto y su acercamiento a los ciudadanos mientras no responda a un intervencionismo exagerado y a veces poco claro. Y creo que en algunos aspectos estamos llegando a ello. Suele ocurrir cuando un gobierno o unos gobernantes, sean del color que quieran, se embriagan de poder y se consideran por encima del bien y del mal, algo que por lo general suele suceder con el tiempo y acaba también pasando factura. Más aún cuando los argumentos fallan o se esconden y no pasan por el diálogo, el consenso general o la explicación razonable sino por la autoridad que algunos creen dan las urnas para hacer lo que consideren oportuno. Una ciudad no es un capricho.

Ese es el peligro de gobernar sin más: creer estar en poder de la única verdad pero sin ganas de entender al otro. Aunque sean incluso de los suyos, por decirlo de alguna manera. Está muy bien modernizar las ciudades, que las vayamos haciendo más transitables, más humanas y hasta más urbanas o paseables. Pero hasta ahí. No convertirlas en un calvario para transeúntes, ciudadanos y comerciantes.

Ahora, por ejemplo, tenemos una plaza del Ayuntamiento caótica con maceteros de hormigón sine die porque según nos dijeron nos haría más urbanos. El tráfico es un caos. Los comerciantes se quejan de las dificultades para sus negocios. Los que queden, claro, por mucho supuesto apoyo al comercio de proximidad y la memoria histórica que nos quieran vender. Las asociaciones vecinales tampoco están muy contentas.  

Vamos a tener obras en los entornos de la Catedral y del Mercado Central de Valencia muchos meses pero sin garantías de resultados realmente tangibles. Talan árboles sin dar explicaciones porque un paisajista o un concejal así lo han decidido. Como saben de todo, pueden decidir por todos. Pero no escuchan. Desconfío, visto el avance de la realidad, que esta ciudad vaya a ser en el futuro más humana o más urbana. Más bien diría que va a ser más triste y excluyente porque se esta pensando, o esa sensación tengo, en el turista, pero no en el orden urbano ni en el ciudadano. Es más, con escasos metros de diferencia, los contrastes de urbanización son tan dispares que no mantienen un hilo conductor, con tanto patrimonio histórico que defender y reconducir o resituar entre modernidad de proyectos que se nos ha ido en más de una década mientras las necesidades han ido cambiando y las realidades son otras muy distintas desde que se aprobaron.

Hace tiempo que hemos dejado de pensar en ciudad. Seguimos como hoja de ruta un guion que no se ha explicado bien y cuyo alcance social, cultural, histórico y comercial realmente desconocemos y está en manos de guerrilleros de un urbanismo que cuesta entender. Desde hace años, no sé ya cuantos, he perdido la noción de saber realmente qué ciudad queremos y nos van a dejar. Porque es un lío en muchos sentidos. Las consecuencias las pagaremos después de que los actuales gobernantes dejen sus despachos para pasar a mejor vida y no figuren ya ni como nota a pie de página de la historia. A veces se tiene la sensación de que la ciudad la están construyendo los concejales de forma individual con sus decisiones, pero no de forma unitaria y ordenada, como en otro momento lo hicieron los promotores inmobiliarios.

Es lo que entiendo como intervencionismo puro y duro. El polo opuesto de querer crear una ciudad ordenada en sí misma y con una continuidad de sí misma o de su propia historia y realidad. Luego vendrán otros que lo cambiarán todo y nos dejarán retales de memoria y desorden civil.

Creía que las ciudades se construían a partir de realidades y conocimientos, tanto urbanos como paisajísticos. Pero va a ser que no. Estamos en manos de la intervención caprichosa. Un día nos rodeamos de carriles bici y damos rienda suelta a los patinetes, pero abandonamos los criterios estéticos y de seguridad. Cerramos las grandes arterias de la ciudad al tráfico rodado, como a sus barrios, pero no pensamos que los centros urbanos son los que identifican y distribuyen cuando una ciudad es circular y no radial.

Desde hace unos años, por ejemplo, es imposible discurrir por el centro de la ciudad con cierta normalidad. Aparcar es más que un suplicio. A los ciudadanos se nos va cada día impidiendo hacer uso de nuestros vehículos, pero al mismo tiempo recibimos un trafico rodado externo que colapsa los accesos. Prohibir circular por el Carme será motivo de multa en breve si no se es residente, pero no se dan soluciones a los propios vecinos. Cuando se machacó Ruzafa con la excusa de ser barrio hipster se eliminaron las plazas de aparcamiento. Claro. Bajo el mercado del barrio se construyó un aparcamiento público que había que privatizar y del que sacar rédito económico. Así le va al barrio, del que ya está huyendo mucha gente y está absolutamente saturado.

Sin mejoras de transporte urbano o sin pedagogía urbana es un sinsentido cambiar una ciudad o un perímetro urbano sin alternativas previas por muchas bicicletas que nos impongan en cualquier esquina sobre las que recaudar, o motocicletas que alquilar pero sin regulación posible. ¿Para qué pagamos IBI o Impuesto de Circulación a precio de coche de rico si no podemos circular salvo para abandonar la urbe?

Lamentablemente estamos entrando en una deriva de ciudad que cada día me cuesta más reconocer y nos pone más trabas. Odiar el coche no significa acabar con él, que es lo que sólo parecen entender algunos. Muchos años después de este gobierno municipal aún desconozco cuál es su modelo de ciudad por muchas ciudad de plazas que me quieran vender mientras los barrios muestran una absoluta decadencia en su mantenimiento. Dejar en manos de iluminados pasajeros que viven pegados a las redes sociales una ciudad tiene estas consecuencias por muchas rutas verdes que nos vendan sobre el papel y mala planificación entiendan.

Faltaba el lío de las terrazas. ¿De verdad alguien piensa en ciudad? Mejor dicho, ¿existe modelo uniforme y claro? No parece. O será que un servidor aún no lo ha entendido después de tantas décadas de urbanita. Miedo me da el futuro cuando compruebo que cualquiera puede decidir por todos sin tener las ideas claras o, al menos, haber sido compartidas desde la razón, la memoria y la historia.

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