Si analizamos detenidamente los argumentos esgrimidos sobre la rentabilidad de la inversión en empresas ASG observamos algunas contradicciones.
Si nos remontamos a poco más de un lustro, podemos aseverar sin riesgo a equivocarnos que los inversores minoristas tenían poco interés en las empresas ASG. A modo de constatación baste repasar el portafolio de fondos de inversión de las entidades financieras que atendieran a criterios ASG para comprobar que este tipo de inversión era prácticamente marginal dada una demanda irrelevante dentro del mercado. La evolución, empero, ha sido muy acelerada en este terreno. La percepción del inversor ha cambiado, lo que incide de manera decidida sobre la oferta de vehículos de inversión que ahora sí atienden a estas inquietudes.
Toda tendencia (o moda) tiene sus críticos (o detractores). Por ello no es sorprendente que de un tiempo a esta parte haya aparecido una corriente de opinión que desliza dudas sobre la rentabilidad de las empresas que cumplen criterios ASG -esto es, en empresas que han implementado políticas en Medio Ambiente (A), en cuestiones Sociales y Laborales (S) y de Gobernanza (G). En dichos artículos de opinión se previene al lector sobre la escasa rentabilidad que pueden ofrecer las empresas que pudieran ser calificadas de sostenibles.
Su argumentario, permítasenos la síntesis, es bastante sencillo: dado que estas políticas detraen recursos de la empresa, el corolario del silogismo lógico conduce a afirmar su menor rentabilidad. La presentación que se hace varia en los diferentes medios de comunicación, pero su hilo discursivo es bastante coincidente.
La primera cuestión que suscita esta argumentación es el referente al elemento comparativo. Si una inversión es menos rentable será que hay “otra” que es más rentable. Debemos determinar pues cuál es ese otro instrumento financiero que ofrece mejores réditos al inversor. Sin embargo, la tarea se nos antoja cuanto menos como compleja. Efectivamente, tras la anterior aseveración lo habitual es que se omita cualquier determinación del producto financiero que ofrece la “máxima” rentabilidad.
Para suplir tal inconcreción parece lógico acudir a la metodología más frecuente que reside en referenciar la inversión respecto de algún índice de entre la infinidad que nos ofrece el mercado (MSCI, S&P 500, Euro Estoxx 50, etc.). Así la rentabilidad de un fondo de inversión se compara con el índice de referencia escogido por los gestores del vehículo como paradigma. De este modo un fondo de inversión no se compara respecto de una clasificación unitaria -donde se agrupe a todos los fondos ofreciendo así un elemento de comparación global-. Al contrario, los rankings de fondos se disgregan en múltiples grupos en función de su política de inversión, cada fondo se integra así en la categoría que considera más se ajusta a su perfil y es respecto de sus homólogos sobre los que se establece la comparativa. Por tanto, un fondo es más rentable si respecto de sus iguales ha ofrecido mejores resultados. El método provoca que si un fondo de renta fija ha obtenido una rentabilidad negativa del 4 % recibirá una buena clasificación si el índice de referencia escogido ofrece una caída del 6%. Es indiferencia que haya otros fondos de renta variable que hayan logrado rentabilidades positivas del 10% o incluso del 20%. Estos no aparecen en el ranking al ser segmentado. El fondo de inversión es más rentable comparado únicamente frente a sus iguales.
Vaya por delante que se ha aludido recientemente en los medios de comunicación económicos a la práctica de los gestores de los fondos de inversión de cambiar el índice de referencia del fondo cuando los resultados no son los esperados. De este modo, si la rentabilidad no satisface las expectativas, se puede buscar un elemento de comparación que sea más benévolo. Pero aceptemos por buena la metodología, aunque sea a efectos meramente dialécticos.
Esta aproximación a la problemática que nos ocupa más bien desmonta la tesis de quienes afirman la menor rentabilidad de las empresas ASG. Si comparamos, por ejemplo -y en el momento de cerrar estas líneas-, la rentabilidad a 5 años del Dow Jones Sustainability World Index (ha subido en el último lustro desde los 1.415,39 hasta los 1.838,79) con la de nuestro IBEX 35 (ha bajado desde los 10.129,6 hasta los vigentes 7.938,52), la conclusión que se pudiera extraer parece más bien la contraria. Por consiguiente, mejor fruto a su inversión ha recibido un fondo de gestión pasiva que sigue el Dow Jones Sustainability World Index que aquellos que adoptan el IBEX 35 como arquetipo (en fin, permítaseme comentar que preparando está líneas he encontrado un artículo escrito en 2017 cuyo título hoy suscitará nostalgia cuanto no cierto estupor: ¿Volverá el Ibex a los 16.000 puntos?).
Acto seguido e nos replicará -y probablemente con acierto- que no se pueden comparar churras con merinas. Ahora bien, esto es precisamente lo que pretende hacer quienes afirman que las empresas ASG son menos rentables. O aceptamos que todas las inversiones se comparen sometidas al único patrón de su rentabilidad con independencia de su política de inversión (verbigracia, categoría del fondo de inversión) o nos inclinamos por el método de determinar la rentabilidad únicamente entre iguales. Lo contrario, a mi modesto entender, no es factible, si pretendemos eludir cualquier sesgo.
Sentado lo anterior, centrémonos en el silogismo mayor de la argumentación: la implementación de políticas ASG supone detraer recursos, por lo que han de reducir los dividendos, ergo, la rentabilidad. La premisa es de nuevo sugerente, pero su conclusión dista, cuanto menos, de ser necesariamente cierta. Comenzaremos señalando, aunque sea una obviedad, que todos los dividendos de una empresa son solo una de las variables de la rentabilidad que ofrece una inversión. Resultará pacífico que, si una empresa malvende un activo rentable para repartir entre sus accionistas mayores dividendos ese año, alcanzará su objetivo, pero en el largo plazo no parece que la venta sea la mejor decisión para el inversor. Aquí conviene apuntar que el inversor ASG no es un inversor a corto ni especulativo. Su perfil es precisamente el de un inversor que apela al largo plazo y a inversiones sin sobresaltos para obtener su rentabilidad, más allá de sus motivaciones éticas que no son tampoco una cuestión menor.
Demos un último paso y procedamos a detenernos en la rentabilidad de implementar políticas ASG, aunque sea de manera sucinta. En primer lugar, afirmar las bondades de implementar políticas de respeto el medio ambiente entiendo que es algo ya recurrente. Me limitaré a recordar las bajadas en el valor de las acciones de aquellas empresas que han sufrido accidentes que han ocasionado importantes daños al medio ambiente. En segundo lugar, y respecto a las políticas sociales también me ceñiré a reiterar que aquellas empresas que tratan mal a sus empleados son menos rentables. A lo que me atrevo a añadir que hay numerosas políticas cuyo coste dentro de la empresa puede ser irrelevante. En tercer lugar, respecto de las políticas de gobernanza no puedo obviar el chascarrillo que ya hace tiempo alguien me hizo llegar sobre el cambio del avión privado que la empresa ponía a disposición de su CEO: “la nueva adquisición podía eludir un ataque de misiles”.
En estas líneas no pretendemos sentar que las empresas ASG son más rentables. Sin embargo, esperamos haber ofrecido argumentos para al menos cuestionar que éstas sean, per se, menos rentables que las demás. La sostenibilidad no es una panacea. Es más, es un signo distintivo en proceso de construcción. Ahora bien, sus bondades y debilidades deberán ser analizadas con rigor sin establecer análisis apriorísticos que tinten sus resultados.