Antes de volcar transatlánticos de lujo e incendiar rascacielos, Irwin Allen produjo series de acción y fantasía cutres y divertidas. ‘Viaje al fondo del mar’ fue la primera en llegar a la pequeña pantalla
VALÈNCIA.- «Si no consigo dejar al público boquiabierto durante los primeros diez minutos de espectáculo, entonces he fracasado». La frase la dijo, en algún momento de su fascinante trayectoria, el productor y director Irwin Allen. Su nombre comenzó a sonar mucho a partir de 1972, cuando estrenó La aventura del Poseidón y le enseñó al respetable su maestría para convertir la catástrofe en espectáculo. Un don que dos años más tarde exhibió de nuevo, reforzado y ampliado, haciendo trepar a Steve McQueen y Paul Newman por el rascacielos incendiado de El coloso en llamas. Mago del espectáculo acongojante, Allen forjó durante la década anterior unos antecedentes de peso, creando series que llevaron la fantasía y la ciencia ficción a la pequeña pantalla. Estrenada en 1964 y emitida durante los cuatro años siguientes, Viaje al fondo del mar fue la producción que inauguró la era Allen en la televisión, que se prolongaría con títulos como Perdidos en el espacio —que ya tuvo su homenaje en esta misma sección—, Tierra de gigantes y El túnel del tiempo, que fue la que marcó el declive comercial de la fórmula del productor. Todas ellas fueron emitidas en su día por Televisión Española.
Allen tenía dos grandes talentos: ofrecer un buen espectáculo con sus películas y series y aprovechar cualquier tipo de material que tuviera a mano para lograrlo. Por ejemplo, una de las obras más célebres de Julio Verne, Veinte mil leguas de viaje submarino, se convirtió en la base argumental para que el justamente apodado ‘maestro del desastre’ rodara en 1961 el largometraje Viaje al fondo del mar (Voyage to the bottom of the sea), que obtuvo un respetable éxito en la taquilla gracias a un elenco que incluía a Walter Pidgeon, Joan Fontaine y Peter Lorre.
Animado por la acogida, ofreció a la cadena ABC convertir en serie las aventuras de aquel espectacular submarino, que patrullaba los océanos para evitar complots criminales a escala mundial. La nave estaba dirigida por el almirante Nelson y el capitán Lee Crane, encarnados por los actores Richard Basehart y David Hedison, que años atrás había protagonizado la versión original de La mosca (Kurt Newmann, 1958). En la película de Allen, Nelson y Crane estaban encarnados por actores diferentes, pero su cometido era el mismo: abortar amenazas submarinas. La serie partía de esa premisa pero los científicos malvados no tardaron en ser sustituidos por criaturas sobrenaturales de todos los tipos, patrones y especies.
Cuando ABC le dio luz verde a Allen para filmar la serie, este ya contaba con más de la mitad de los recursos necesarios para filmar. El submarino —protagonista indiscutible de la serie— ya estaba hecho, ya que se usaron los mismos decorados y las mismas maquetas para mostrar en acción al Seaview (que en España fue rebautizado como Sirius, sin duda una adaptación libre basada en la fonética del nombre en inglés). Fue creación de Bill Abbott, responsable de efectos especiales de la 20th Century Fox, cuyo trabajo para la serie le hizo ganar dos Emmys. Además, se reutilizaron las filmaciones submarinas del largometraje, gran parte del vestuario y, en definitiva, todo aquello que pudiera venir bien para abaratar el presupuesto.
Allí donde otros habrían invertido para mejorar el productor, Allen se limitaba a ofrecer más de lo mismo, sabiendo que al público le iba a gustar igual. Y así era. Viaje al fondo del mar tuvo el éxito suficiente como para mantenerse en antena cuatro años, mientras que Allen alternaba su producción con otros proyectos televisivos. Y como todas sus series incluían toneladas de disfraces, nunca un vestuario fue mejor amortizado que en la factoría Allen.
Porque si el Seaview era el ‘prota’, los monstruos eran los reyes de la serie. La primera temporada contó con unos guiones, digamos, más realistas —las amenazas procedían de saboteadores o las producían desastres naturales— y se filmó en blanco y negro. Pero en cuanto se descubrió que la aparición de un monstruo hacía que la audiencia subiera, se tomó la decisión de rodar la segunda temporada en color. Así pues, entre el submarino y los monstruos, se puede decir que Basehart y Hedison eran un poco los convidados de piedra en su propia serie.
Las tramas de los capítulos solían ser bastante absurdas y los diálogos eran de vergüenza ajena, algo que Allen perpetuó en producciones como Perdidos en el espacio. El pobre Basehart, actor de raíces dramáticas fogueado en obras de Shakespeare, intentaba conferirle autoridad al almirante Nelson, imprimiendo aplomo a los diálogos, pero lo único que lograba es que sonaran todavía más ridículos. De todo lo que pudieran decir, solo destacó una frase: «¡Inmersión, inmersión!». Esa coletilla, que se usaba cada vez que el Seaview estaba en situación de peligro, también fue amortizada por el productor. En Perdidos en el espacio, cada vez que detectaba una amenaza, el robot de la tripulación avisaba a su jefe con el sonsonete: «¡Peligro, Will Robinson!».
Pero volvamos a los monstruos, porque todo lo que Allen se ahorraba en guionistas, lo invertía en efectos especiales. Como ninguna de las situaciones planteadas en las tramas tenía fundamentos científicos, los guionistas tenían barra libre. ¿Monstruos? ¿Alguien ha dicho monstruos? Por Viaje al fondo del mar desfilaron criaturas con forma de ameba, ballenas, anfibios mutantes, lagartos del espacio exterior, dinosaurios —unos años antes, Allen había rodado una película con ellos— y hasta un ejército formado por marionetas.
Por salir, salieron hasta hombres lobo, momias, el abominable hombre de las nieves y el monstruo del lago Ness. Que no falte de ‘ná’. Hoy, aquel despliegue de imaginación y tacañería no convencería a una generación de jovenzuelos audiovisualmente criada bajo la perfección de lo digital. Por eso mismo, Allen es digno de un homenaje a cargo de Tarantino o Tim Burton. Pero que nadie dude que durante su emisión en España, Viaje al fondo del mar hizo que las sobremesas de los tristes y grisáceos domingos se transformaran en una aventura sin salir de casa.