El valenciano siendo mero espectador del clásico electoral madrileño, izquierda vs derecha, los resultados del 4-M le afectarán en carne y hueso. Los sufriremos. A diferencia de otros territorios periféricos de la España plural, nosaltres, els valencians, seguimos votando en clave nacional. Hay que tirar de las hemerotecas, refrescar la memoria y regresar al 24 de julio de 1942. Aquella fecha se añorará por la inauguración de la sede central del Banco de València, curiosamente marca constituida por el esfuerzo, afán de superación y buen hacer de nuestros antepasados que hoy se encuentra en manos del capital financiero catalán.
En dicha jornada, el Presidente de la entidad se refirió al Banco con las siguientes palabras “Ojalá llegue a ser el faro del Levante español cuyas luces se descubran desde Madrid, como testimonio de nuestros fervorosos anhelos de que su puerto natural sea el de Valencia”. Y en efecto, así es, acertada la profecía, pasados ochenta años de aquel sucursalista y súbdito mensaje, sobre nuestro Puerto sigue ejercitando el poder central en la toma de decisiones con el afán de competir como una regata con el de Barcelona.
A veces pienso que cuando circulo al volante, paseando o pedaleando por el corazón del Cap i Casal lo hago por la M-30. Inquieto, tomé con interés el seguimiento de la campaña electoral madrileña. El resultado día tras día, jornada tras jornada, acto tras acto, no ha aportado nada nuevo a lo que estamos acostumbrados en los últimos años en las elecciones generales. Frágil, dura y violenta verbalmente. Del análisis he sacado una sola conclusión sin cotejar presumiblemente los futuros resultados y sin ser un druida, los vencedores serán los dos partidos del pasado, populares y socialistas. Se avecina una vuelta al tándem, al bipartidismo. Todo lo que sube baja.
Incluso tuve que dedicar más tiempo del debido releyendo un artículo de un amigo que se ha fet un gran escritor, publicado en octubre de 1997 por la revista que dirigía por aquel entonces el Jugador Nº12. Aquella opinión no se alejaba mucho de la realidad vivida en esta campaña: ultras vs antiultras. Hablo de la subcultura creada por los jóvenes radicales madrileños y periféricos aficionados al fútbol. En aquel momento muchos jóvenes nos carteábamos. Nos enviábamos misivas intercambiando fotos, adhesivos y alguna cuartilla que otra rubricada con amenazas sin distar mucho de la actualidad.
Lo digo por el sufrido y triste episodio de las balas. Incluso, según he leído en los medios, algún grupo ultra aficionado al fútbol entró en escena apareciendo en un mitin de un partido político. Solo faltaron las bengalas. No fallaron las piedras. En fin, la campaña electoral madrileña, visceral, se ha basado en un guiño al pasado, incomprensiblemente, devolviéndonos a las épocas tristes, funestas y totalitarias. Finalmente me di de baja no prestando ni un minuto de mi escaso tiempo a la causa.
Y, yendo un poco más lejos, si no mejora la financiación autonómica de los valencianos estos acabarán obligados a dirigirse por carta a los responsables políticos, eso sí, con el matasellos de Correos. De todo esto, y siendo muy joven aprendí una lección de mi padre. Este, no estando entre el electorado de los que empuñan una rosa y/o cultivan bonsais, exclamó ¡si viviera en A Coruña votaría con los ojos cerrados a Vázquez. Nos jugamos mucho el 4-M, salgamos a votar. España lo necesita.