VALENCIA. El Palau de la Música ha fichado a uno de los fenómenos editoriales del año, pero también a uno de esos músicos que -al menos durante un tiempo- llevan la etiqueta de ser los "renovadores de la música clásica". Y lo es, aunque en su caso pesen los medios que han empezado a justificar el fin: James Rhodes (Londres, 1975) ha ido a encontrar con la publicación de Instrumental (Blackie Books, 2015) la redención personal y la divulgación de las canciones que, como relata el libro, le "salvaron" la vida. Actuará el próximo 26 de noviembre a las 19:30 horas en la Sala Iturbi, como ya se indica en la web del auditorio y será próximamente anunciado.
En apenas 40 años, Rhodes ha acumulado una de las biografías más intensas que el mercado editorial ha sido capaz de dinamizar hasta la veintena de traducciones. Lo más relevante no es solo el torrente de abismos que el londinense ha acumulado durante ese tiempo (violado de los cinco a los nueve años por un profesor de gimnasia, encontrando refugio en su relación con el piano, negando su talento para ser un universitario más, atravesando incontables adicciones y todo tipo de trastornos obsesivo compulsivos, caer, hundirse, estar encerrado en psiquiátricos, trabajar en un Burguer King, reconvertirse en genio de la City financiera, forrarse y convertirse en concertista de piano), sino que ha sabido contarlo con una crudeza excepcional que le ha abierto las puertas del circuito internacional de solistas en todo el mundo.
Más allá del debate sobre si el sufrimiento expuesto con todo lujo de detalles está por encima de su nivel como pianista solicitadísimo, es innegable que Rhodes acabó de impulsar su carrera con un mediático juicio en el que su ahora ex mujer se negó a que el divulgador de Bach entre las nuevas generaciones publicara la demoledora autobiografía. Y cuando Instrumental. Memorias de música, medicina y locura logró finalmente la autorización para ver la luz (dictada por el mismísimo tribunal Supremo británico), el londinense ya era un icono de los defensores de la libertad de expresión, con apoyos públicos tan notables como el de los actores Stephen Fry o Benedict Cumberbatch.
"Limpio" desde hace 20 años, el mismo pianista que lleva tatuado el nombre de Rachmaminov en cirílico como motivación para abandonar su principal adicción (autolesionarse), Rhodes se 'coló' en el circuito de concertistas de la manera más inverosímil posible a ojos del canónico proceder de este circuito: cuando ya estaba establecido en la City, forrándose -es textual- y felizmente emparejado, alejado de todas las sombras del pasado y de los trabajos alimenticios, le remitió una botella de un champán carísimo al agente Franco Panozzo. El representante de Sokolov (actuará en la misma sala el próximo mes de febrero, dentro del programa de abono), le conoció con la propuesta de que el nuevo financiero le sirviera de socio en su negocio musical, hasta que Panozzo le vio tocar el piano, conectó las posibilidades y le puso a tomar clases con el maestro Edoardo Strabbioli en Verona.
La estrambótica carambola de Rhodes, más estrambótica todavía a los ojos del formalismo en el que se desarrollan las carreras internacionales de los grandes pianistas de la actualidad, ha abierto una línea de interés que conecta con una de las líneas de trabajo del Palau de la Música de Valencia: acaparar la atención de nuevos públicos. El filón editorial y el morbo con uno de los músicos de clásica que mejor han manejado su presencia en medios desde hace décadas (documentales televisivos, entrevistas todas, reportajes, colaboraciones periódicas en prensa y uso de las redes sociales), es una de las apuestas más seguras dentro del auditorio para esta atracción de atípicos escuchantes de clásica, aunque no pertenece a su catálogo de propuestas propias para la temporada de abono.
Sea como fuere, es posible que buena parte de los lectores del genial -y peligrosamente destructor- Instrumental, hayan activado muchas nuevas inquietudes gracias a las canciones que abren cada uno de sus capítulos, todas reunidas en esta lista de Spotify. El concierto del pianista también será una ocasión -como la del genial y algo más ortodoxo Cameron Carpenter- para que el Palau verdaderamente amplíe su audiencia a través de los márgenes de la clásica, de los que ambos nombres (Rhodes y Carpenter) son algunos de los platos más atractivos del panorama internacional.