La empresa familiar Redondo Iglesias exporta a más de veinte países y es todo un referente en el sector. El éxito, explican, es mantenerse fiel a sus principios, elaborando de forma artesanal jamones de excelente calidad, naturales —sin aditivos— y con procesos de curación en plena naturaleza
VALÈNCIA.-Hablar de València como una ciudad de tradición jamonera sería impensable sin la labor de la empresa familiar Redondo Iglesias, que en los años cincuenta tomó la decisión de trasladarse de Salamanca a València para probar suerte. Fueron unos inicios duros, con la carga de los estereotipos sobre sus hombros: «¿Hacer jamones en València? Si está cerca del mar». Pero el buen hacer de Redondo Iglesias hizo que todos esos ‘peros’ quedaran atrás y se convirtieran en alabanzas. Mirando hacia atrás la decisión no solo ayudó a la propia empresa sino a la Comunitat Valenciana pues contribuyó a que se situara en el selecto mapa de los productores del buen jamón.
Un camino hacia el éxito que se ha basado en el espíritu emprendedor de toda la familia pero también en su pasión por el jamón, ya que mantiene una receta de elaboración artesanal de siglos de tradición y un proceso de curación natural en plena naturaleza. Métodos tradicionales que han pasado de generación en generación y a los que se les ha sumado la más moderna tecnología y los procesos de control más exigentes, asegurando un producto de calidad en todas sus vertientes.
Una empresa familiar que nace gracias al espíritu emprendedor de Antonio Redondo —conocido entonces como ‘Antonio El Trapero’—. «Mi abuelo Antonio trabajaba en una fábrica de embutidos de Ledrada (cerca de Guijuelo) y al casarse decidió independizarse y empezar su propio negocio. El primer registro sanitario oficial de su pequeño secadero de jamones y chacinas de Valdelacasa (Salamanca) data de los años veinte», explica Mario Redondo, actual consejero delegado de Redondo Iglesias.
Unos inicios, rememora, muy humildes pues en los años previos a la guerra su abuelo empezó a dedicarse a la ganadería a pequeña escala, por lo que esa elaboración de los productos del cerdo era prácticamente «para dar de comer a sus empleados». Sin embargo, su destreza se fue extendiendo por la zona y pronto comenzó a comercializarlos, centrando su actividad en la elaboración de productos del cerdo ibérico y abriéndose un hueco en las ciudades de Barcelona y Madrid. Sin darse cuenta ya había puesto los cimientos de lo que más tarde sería la compañía valenciana Redondo Iglesias.
* Lea el artículo completo en el número de 59 de la revista Plaza