crítica de concierto

Javier Perianes y Gustavo Gimeno: Belleza para el espíritu desde la estratosfera

Palau de les Arts, 19 de diciembre de 2020
Obras de Beethoven y Bruckner
Javier Perianes, piano
Orquesta de la Comunidad Valenciana
Gustavo Gimeno, director musical
21/12/2020 - 

VALÈNCIA. El onubense Javier Perianes y el valenciano Gustavo Gimeno representan a la perfección una joven generación de músicos españoles que, por mérito propio, están en lo más alto del panorama internacional. Es reconfortante comprobar que dos compatriotas y nuestra orquesta, no lo olvidemos, son capaces de hacer de esta obra magistral del pianismo una absoluta creación. No es una frase hecha, pues he decir que hasta la fecha no recuerdo una lectura de una elegancia y sensibilidad tal, llevada al extremo, y hasta sus últimas consecuencias. Esto tiene sus riesgos, pero fueron esquivados con sabiduría por ambos. Una visión al unísono sin duda acordada quizás para estos tiempos en un contexto en que necesitamos de quienes nos proporcionen vacunas de belleza y sosiego. 

Perianes, que desde hace un tiempo ha entrado en un universo propio, cosa a la que aspira todo gran músico, aunque muchos no alcanzan esa proeza, acarició literalmente las teclas para susurrarnos esta música a modo de consuelo en estos tiempos tan difíciles, y Gimeno hizo lo propio con la orquesta. Sin ser una lectura completamente opuesta sólo hay que comparar interpretaciones recientes como la también magnífica con la Sinfónica de la Radio de Frankfurt y Orozco-Estrada dirigiendo, para comprobar lo que digo en cuanto a la “disposición” de los comparecientes a la hora de abordar este cuarto de Beethoven. La interpretada con la orquesta alemana es sensiblemente más expansiva. Extraordinarios instantes en nuestro concierto fueron toda la cadenza el primer movimiento, de un ensimismamiento absoluto y una modernidad impresionista de corte casi debussyniano, permítaseme esta licencia, para enlazar poco después con ese maravilloso crescendo y sus correspondientes escalas que conforman la breve coda del Alegro Moderato. Qué decir del andante, ese universo musical en sí mismo, toda una obra maestra condensada en apenas minutos, una de las páginas más memorables del mundo beethoveniano. Muy difícil describir con palabras ese diálogo contenido entre los dos personajes: la asertividad, en esta lectura no especialmente brutal de la cuerda, y la poesía del piano dolorido por los embates, que paulatinamente se va imponiendo y alejando la amenaza. Impresionante la cuerda “domada” por Gimeno en un progresivo diminuendo, imagen musical del alejamiento y la retirada. Una metáfora estremecedora del deseado triunfo del Ser Humano y la consiguiente derrota del virus, y el sufrimiento, en esta pandemia.

No subió el nivel la lectura con la séptima de Bruckner porque ya nos movíamos en la estratosfera de la que no íbamos a bajar. Mantenerlo era una proeza y así sucedió. La OCV no ha tocado a penas al nuestro venerado maestro organista de San Florián pero sonó como si fuera una genuina orquesta bruckneriana con ese sonido característico y esa fisicidad de la cuerda que posiblemente sólo la OCV sea capaz de producir en nuestro país. Pocos compositores tratan la orquesta como un solo instrumento y uno de estos es Bruckner: alcanzar “el sonido” requiere de una escucha mutua entre todos los músicos y una especie de “meterse unos dentro de otros”. Si esto no sucede no es posible asistir a una gran interpretación y alcanzar el estado emocional que buscan estos milagrosos y extensos compases. No quiero que se me tome como una boutade pero la música de Bruckner se transmite, es decir se interpreta, y se percibe, se escucha de una forma distinta que el resto del repertorio sinfónico. El milagro se obró, lo que hay que atribuir al trabajo de Gustavo Gimeno para transmitir, a lo largo de los ensayos, el camino a seguir por la centuria de músicos para conseguir tan complejo objetivo.

En mi opinión muchos son los detalles que hay que tener en cuenta para cincelar con éxito cualquier obra de las dimensiones de una sinfonía de Anton Brucker, pero dos son fundamentales: el mencionado sonido global de unas determinadas características y la capacidad para enlazar los diferentes motivos sin dar la impresión de estar en una sucesión de pasajes inconexa. 

Gimeno logra, sin duda alguna una gran lectura de la séptima bruckneriana y más teniendo en cuenta la juventud del director valenciano por lo que al final diremos. El sonido global alcanzado por la orquesta es milagroso y ya se percibe desde los primeros instantes del Allegro Moderato con unos violonchelos de ensueño. Los 51 compases de la coda de este movimiento de apertura son de esos momentos que atrapan y no se olvidan. Ejemplar toda la planificación del adagio empleando ese amplio gesto que le caracteriza, no tanto dirigido a las entradas como a atrapar el sonido, hasta culminar en el golpe de platillos, cumbre de todo el arco de este inmenso movimiento y por extensión de toda la obra. Excelente también la coda del adagio con ese paisaje brumoso en piano, protagonizado por las tubas wagnerianas. El scherzo fue irreprochable, aunque algo falto de transparencia quizás por la acústica de la sala, y volvimos a la excelencia en el finale, un movimiento complejo en el que hay que mantener la intensidad sin que esta decaiga. En definitiva, una gran lectura. No obstante, Bruckner, como el maestro bien sabe, es un universo cuyos secretos los va destilando la sabiduría que otorgan los años y la experiencia no sólo musical, sino también vital. Aquí no sirven los atajos. Las lecturas de referencia, el non plus ultra, suelen suceder en la segunda parte de la carrera de los directores de orquesta. Por ello, sabíamos que Gimeno es un gran director, hemos asistido a la confirmación, al menos para el público de su Valencia natal, de un gran director bruckneriano, pero, y lo que es mejor, esto es sólo el comienzo. 

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