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Jerónimo Cornelles: "Si no te remueve, el teatro no sirve"

30/09/2018 - 

VALÈNCIA. La Boulangerie es un pequeño espacio situado en la plaza Dr. Landete, en pleno barrio de Russafa. Una especie de multiespacio (tienda de ropa, coworking y patio interior para eventos) que en su momento abrigó una acogedora panadería de la cual quedan rastros por sus paredes, muros y gruesas vigas de madera. Quien pase hoy por la puerta del local quizá no aprecie su pasado histórico, aunque sí podrá comprobar que sigue más vivo que nunca; especialmente, en estas últimas semanas de septiembre, periodo en el que cobija parte de las oficinas de Russafa Escènica, festival que hoy se despide de él parcialmente (todavía queda una semana para poner el broche final a la sección OUT, desarrollada fuera del barrio).

Dentro nos espera Jerónimo Cornelles, director artístico de la muestra y fundador e integrante de Bramant Teatre. Nos resulta inevitable preguntarle, en un alarde de curiosidad, cómo ha llegado hasta aquí: “Estudié Arte Dramático en el Escalante allá por el Pleistoceno [ríe]. Y, como el teléfono no sonaba, decidimos crear la compañía. Ya va camino de sus 19 años”, cuenta resuelto a Cultur Plaza. La necesidad de disponer de un paraguas bajo el que poder trabajar y actuar fue el principal motivo de crearla (“probablemente gracias a eso tenga más conocimientos de los que se puedan adquirir en una formación académica de dos años”), y también lo que acabó contagiando al espíritu con el que nació Russafa Escènica.

“Descubrimos Russafart y plagiamos el concepto; eso sí, transformándolo hacia las artes escénicas”, indica. La intención no pasaba por instaurar esta muestra de teatro y artes como un festival anual ni crear nuevos públicos, pero acabó sucediendo. El reto ahora, ocho años más tarde, consiste en que obtenga el título de Festival de Tardor (“al estilo del que tienen otras ciudades como París o Madrid”, apunta Cornelles). Un escenario, por el momento imaginario, al que aspiran a subirse tras ocho ediciones que no han sido precisamente fáciles o sencillas, pero sí les han valido un lugar propio dentro de la programación cultural de València.

“Tienes que tener muy claro que quieres dedicarte a esto”, señala Cornelles, que reivindica la labor de las personas que están detrás del festival y las características del modelo que proponen. “Las compañías se adaptan a un espacio no convencional, que no es un teatro, sino una floristería, un bar o una piscina”, puntualiza. El diálogo entre comercio local y espectáculos genera un ecosistema donde caben “viveros” (propuestas escénicas de entre 20 y 30 minutos), “bosques” (de 60) y hasta un “invernadero” (ocupado por la producción propia del festival), además de unos cuantos espacios que se han sumado este año más allá de las fronteras de Russafa en un ejercicio de firme consolidación de la muestra.

Foto: KIKE TABERNER

Nos plantamos las botas, nos calamos el sombrero y nos estiramos. Toca recorrer el universo natural que ofrece Russafa Escènica y descubrir todo lo que se esconde bajo el tejido vegetal que sostiene sus propuestas. Allá vamos.

-Una de las particularidades de Russafa Escènica es que los espacios privados del barrio (oficinas, galerías de arte, comercios…) se reconvierten en espacios de representación teatral o artística. ¿Por qué es interesante que se establezca este diálogo? 
-Primero, porque permitimos así que exista un espacio para que las compañías o artistas (emergentes o no) puedan mostrar su trabajo sin miedo al fracaso al error. Al mismo tiempo, es una propuesta muy interesante porque se tienen que adaptar a un espacio no convencional.

Este diálogo pone la cultura a pie de calle, de forma accesible y real para todo el mundo; no solo de manual y de boquilla en los despachos de los políticos. Al final, no nos engañemos: el teatro es para gente que tiene dinero. Si tú no tienes cubiertas las necesidades básicas, no te gastas 12 o 15 euros en ir al teatro. Y si además educacionalmente no nos forman como espectadores, no se crea ese público.

Esa gente llega a la floristería, se encuentra una pieza de teatro allí y de repente dicen: “Anda, pues me gusta el teatro”. Claro: es que siempre te ha gustado. Lo que pasa es que no lo sabías. Ahí está el éxito de los tantísimos espectadores que tenemos. Russafa tiene un grandísimo problema de gentrificación, pero sigue siendo un barrio. Se dice que un barrio es barrio mientras hay ferreterías. Y aquí todavía las hay.

Foto: KIKE TABERNER

-El formato de Russafa Escènica parece situarse cerca del microteatro teniendo en cuenta la proximidad entre la representación y el público. ¿Es así?
-Los espectáculos se hacen en espacios pequeños y el microteatro está presente… pero creo que es más guay que eso, porque aquí las compañías se amoldan a los espacios, que no son contenedores puros de obras que pasan cada cierto tiempo (como el microteatro). En Russafa Escènica se crea una obra ex proceso de una compañía para ese lugar específico.

Que la obra Margarida (que cuenta la historia de una transexual de hace cinco siglos) haya estado en la floristería de la calle Sueca no es una coincidencia; y que la instalación sonora Truna haya estado en Flexi Discos, tampoco. Intentamos que todo tenga un sentido. A veces se consigue más y otras menos, pero el espacio juega un papel primordial aquí.

-Hace un par de años que echó el cerrojo el Microteatre que había aquí en Russafa, y ha pasado también en otros lugares de la geografía española. Teniendo en cuenta que se comparten ciertos aspectos formales con las representaciones de Russafa Escènica, ¿por qué vuestro modelo sí ha funcionado? 
-El motivo por el que cerró el Microteatre no lo sé. No conozco al equipo de gestión. Creo que València es una ciudad muy grande y deberíamos caber todo y haber espacio para todos. Pero, como en todas partes, hay tiburones. No muchos, que conste. Pero sí algunos a los que les molesta que aparezcan peces que puedan crecer. Y en esta ciudad en las artes escénicas eso está muy presente. Negarlo es absurdo.

La verdad es que me extraña que no funcionara el micro. Supongo que pasaron cosas que no sabremos. También es verdad que Russafa Escènica se celebra una vez al año, en un evento de diez días y con un carácter muy especial. ¿Duraría un año este festival? Probablemente no, aunque no lo podemos saber con seguridad.

En cualquier caso, creo que hay que tener muy claro lo que estás haciendo, dónde cabe eso y quién es tu público objetivo. No te puedes frustrar si haces un espectáculo en checo donde te comes plátanos y no va la gente. Probablemente tengas un público, pero tienes que saber dónde está. En el Microteatre pasaba eso: sabías lo que vas a consumir. Pero no es menos guay que ir al Olympia o al Musical: son formatos diferentes.

¿Qué retos tiene Russafa Escènica de cara al futuro?
-Los retos del festival son los retos del equipo que lo conforma. Cuando esas personas digan “hasta aquí” (y eso es lo triste), el festival se terminará. Quizá parezca hacia fuera que el lazo del caramelo es precioso, pero el caramelo, en realidad, es endeble.

El modelo del festival es el modelo de las bases de izquierda, de la gente que nos gobierna: social, horizontal, transversal, ciudadano, vecinal… Y no queremos institucionalizar el festival, porque una de las grandes lecciones es que, precisamente, independientemente de quien gobierne se hace. No puede estar politizado. Pero, obviamente, después de ocho años la energía cambia. 

Llegará un momento en que la gente que lo hace se irá: le saldrán otras cosas, o pondrá su ambición en otra parte. Y entonces el festival se desvanecerá. Creo que tenemos cuerda, por lo menos, hasta una décima edición, por todo lo simbólico que tendría… pero, por mi parte, el festival tiene fecha de caducidad. O que venga otro equipo y decida copiarlo, reestructurarlo, o seguir hacia delante. Pero no es un trabajo estable. Y ojo, porque si lo fuera, dependería de una administración, consecuentemente de un gobierno, y perderíamos nuestra independencia. Estamos surfeando la ola, para lo bueno y para lo malo.

-Algunas obras recientes alientan a que los espectadores utilicen el móvil u otros dispositivos tecnológicos para interactuar con la propia función. ¿Lo ves una propuesta interesante, o hará que se pierda la esencia del teatro?
-Creo que depende del espectador: de qué le gusta, le mueve o le pone cachondo. En mi caso es el removerme en el patio de butacas; llorar; reír; irme a casa y reflexionar. Que haya móviles y el público interactúe; o que existen actores, marionetas, sombras u hologramas… Me parece anecdótico. Son herramientas que están ahí para vertebrar el discurso teatral, pero si no te remueve o te llevas un golpe de algo, da lo mismo, no sirve. Eso son los accesorios, las formas, la envoltura: el lacito del caramelo. Pero, al final, lo que te comes es el caramelo.

-El año en el que cerró el Microteatre fue el mismo en que el Escalante se quedó huérfano de ubicación. Ahora, en 2018, ¿cómo se encuentra el sector escénico en València?
-Han cambiado las cosas a mejor. Es indudable. Ahora bien: yo creo que los artistas no podemos conformarnos nunca. Va implícito en lo que somos. Debemos cuestionar siempre al poder.

Soy de izquierdas y ahora gobierna la izquierda (o dícese de “izquierdas”), y de lo que me he dado cuenta es que a parte de esa izquierda le molesta que le cuestiones. Me ha asombrado y me sigue asombrando. Como artista, mi deber es crear algo que ponga en cuestión lo que nos rodea: si tú nos rodeas ahora mismo y hay cosas cuestionables, las voy a expresar. No voy a dejar de votarte porque me interesas más tú que otras opciones, pero existen aspectos mejorables.

Hay cosas nimias, muy pequeñas; gestos; formas de conducta… que no han cambiado tanto. Antes lo llamaban “dedazo”; ahora, “decisiones estratégicas de órganos de gobierno”. Se hace menos, y es más transparente, pero está ahí.

Foto: KIKE TABERNER

-¿Cómo ha afectado eso a Russafa Escènica?
-Nosotros pensábamos que, con el cambio político, iban a impulsar a este festival. Creo que nos merecíamos un empujón muy gordo. Y hablo de dinero, pero también de otras muchas formas que no pasan por ahí.

Se produjo el cambio político, y sí: nos han dado una subvención más grande o, directamente, una subvención, que es algo que antes ni nos daban. Pero no son un regalo o un premio. Optas a las subvenciones, pasas un baremo y te la dan. No es ningún reconocimiento. Pedir una subvención es horrible; y justificarla, peor aún. Una forma de apoyar realmente al festival hubiera sido que Turismo o Cultura se hubieran sentado con nosotros y nos hubieran preguntado qué hacemos, cómo podemos colaborar; de esta manera o de aquella. Pero no ha ocurrido.

Hay festivales que tienen asignaciones directas por decisiones estratégicas del equipo de gobierno. O dedazos, llámalo como quieras. Y me parece fenomenal: me alegro muchísimo por ellos. Pero, si esto ocurre, como ciudadano de izquierdas digo: “¿Y por qué a este sí, y a este no?”, “¿por qué estos tienen que concurrir a subvenciones públicas y una baremación y a estos otros se les hace una asignación directa?”. Eso ocurre en 2018. ¿Qué pasaba antes más? Sí. Pero hay que ser crítico siempre. No podemos olvidarnos que detrás de todo esto hay mucha gente trabajando mucho. Muchísimo. Y lo que está mal, está mal: lo hagas tú, o el otro. 

-Julieta Serrano ha sido recientemente galardonada con el Premio Nacional de Teatro, y en una de sus primeras declaraciones ha reivindicado que “no hay suficientes directoras”. ¿Es el mundo del teatro un territorio todavía hostil para las mujeres en lo que a puestos de dirección y visibilidad se refiere?
-El mundo es un territorio hostil si eres mujer. Es así. Luego hay lugares o espacios donde es menos hostil, pero sigue siéndolo. No es que haga falta directoras: hace falta más mujeres, general, en puestos de visibilidad o en lugares de toma de decisiones.

Dicho esto, y centrándonos en artes escénicas, creo que hay que saber dónde poner el foco, y qué es lo que se está reivindicando y haciendo. Claro que hacen falta más directoras, pero el problema no es ese (que por supuesto también está ahí); el problema es que necesitamos un mayor compromiso con el sector cultural. Cuando haya una persona, grupo o gobierno que no tenga un desprecio hacia las políticas culturales, innatamente estará el hecho de que haya más directoras o una paridad. Es una cuestión de fondo. Cuando se convierte en pura fachada es lo terrorífico.

Foto: KIKE TABERNER

-Parece que ha habido un auge del teatro político con obras comprometidas y críticas con el sistema actual, ¿a qué lo atribuyes? 
-Esto es mentira. Me parece genial que la gente se ponga etiquetas: “Hago microteatro”, “hago un festival alternativo”,” hago teatro de mujeres…”. Pero el teatro siempre es político. Incluso la comedia más cómica para todos los públicos es política. Me parece de poca vergüenza decir “yo hago teatro político”, porque eso quiere decir que el resto no lo haces Y a mí me ofende si me dicen eso. Porque yo lo hago en todo: desde la comedia más divertida hasta Chéjov, Tío Vania, o Shakespeare… Me parece estupendo que se haga bandera de hacer “teatro político”, pero siempre que no ponga en evidencia que los demás no lo hacen.


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