El director y fundador de Comediants celebra 50 años de trayectoria con El venedor de fum
VALÈNCIA. Joan Font (Olesa de Montserrat, Barcelona, 1949) descuelga el teléfono entusiasmado. Acaba de leer las críticas de su último espectáculo y todo son elogios. La propuesta escénica se titula La commedia è (in)finita y se representó esta semana pasada en el Palau de les Arts. A lo largo del montaje, el divulgador musical Ramón Gener guía a la audiencia en un recorrido por las aventuras artísticas del cantante de ópera bufa Carlos Chausson. El recital supone la despedida de los escenarios de este bajo con proyección internacional que quería cantar Macbeth y terminó triunfando como el Don Magnífico de La Cenerentola de Rossini. Font se dispone a hacer otro tanto entre el 22 de octubre y el 6 de noviembre en la Sala La Màquina de València. El director artístico y fundador de Comediants repasa su periplo vital y profesional en un espectáculo que celebra medio siglo de existencia de la compañía que, entre otros hitos, inauguró con estrellas y planetas, demonios y demás criaturas mitológicas, la ceremonia de clausura de los Juegos Olímpicos de Barcelona. La diferencia reside en que con El venedor de fum no piensa apearse del escenario ni tampoco abandonar la calle, su hábitat natural desde que empezó a emocionar a audiencias en los años setenta.
- Esta es uma obra biográfica, ¿por qué te defines como un vendehumos, con las connotaciones negativas que tiene?
- Es irónico. De hecho, hay un segundo título, Traficante de emociones, que he extraído de la crítica de un periodista catalán de nuestros comienzos. Eduardo Haro Tecglen también decía que no podías negarte a lo que proponíamos y aseguraba haber visto a gente de la que jamás se lo hubiera esperado ocupar la calle con Comediants con cara de felicidad.
- La obra está basada en el libro Joan Font, la descoberta d’un nou llenguatge teatral, de Piti Español. ¿Cómo lo has traducido a las tablas?
- El libro me ayudó para hacer el esqueleto de esta obra que es un canto al teatro. El venedor de fum es una representación especial, donde sigo un guion, pero voy improvisando según la gente. En estos 50 años, he trabajado muchas fórmulas diferentes, del teatro grande al pequeño, de las óperas a los pastorcillos de La Passió en mi pueblo, Olesa. La conclusión es que el teatro no morirá nunca. Desde la Cueva de Altamira estamos empeñados en poner la vida en dos dimensiones. Con la tecnología, la gente joven vive pegado a las pantallas, sin profundidad, bidimensional, pero el teatro tiene la fuerza del 3D. Tras una representación queda la memoria, la emoción, pero el hecho intrínseco de la representación desaparece. Esa es la magia.
- Hablando de magia, en la obra te ayudas de elementos que sacas de una maleta. ¿Qué tienen las maletas y las chisteras para hacernos conectar con la curiosidad y la capacidad de maravillarnos de la infancia?
- La sorpresa. Ojalá no perdiéramos el entusiasmo. La vida es una suma, no una resta. Todos hemos sido payasos de niños, con la mirada, las repeticiones y la manera de andar, y rebeldes en la juventud. Normalmente nos educan para perder la inocencia, la ilusión de aprender historias y la capacidad de insurgencia. Ya eres mayor, así que has de ser serio; eres viejo y no puedes meterte en jardines. Es una equivocación total.
- Gener y Chausson se autodefinen en La commedia è (in)finita como loosers por no haber hecho realidad sus aspiraciones. ¿Tú también te consideras un perdedor?
- No, pero sí un creador al margen de la historia oficial. Siempre he estado en esta línea de equilibrio y desequilibrio que implica ser muy autónomo y libre. Casi nunca he coincidido con el poder. A veces hay políticos que aceptan más la cultura, el juego y la libertad de crear, pero no es el caso de la mayoría. Cuando hay gente que entiende, es culta y le gusta la creación y el riesgo toda funciona y fluye. Tierno Galván, por ejemplo, nos contrató varias veces en San Isidro, Era un hombre extraordinario, que nos secundó en nuestro idea de llevar el mar a Madrid.
- Al poco tiempo de arrancar Comediants, Fraga acuñó aquella frase de «La calle es mía», pero a los pocos años también viviste la recuperación de la calle para los vecinos de Madrid por parte de Tierno Galván, y ahora, la peatonalización de espacios donde vives, València. ¿Cómo podemos garantizar la conquista y conservación de esos espacios para los ciudadanos?
- En 1974 me jure que siempre estaría en la calle y aunque he actuado en teatros y producido óperas, he mantenido esa promesa porque es muy importante. Más incluso ahora. Las calles y las plazas han de ser espacios de aprendizaje y de tolerancia, un ágora. Esa conquistas no se regalan, por eso hay que cuidarlas. Ahora le estoy dando vueltas a ir más lejos: provocar que el poder entienda que ha de invertir dinero en las artes escénicas como una obra pública.
- ¿Qué sucedió en 1974 para que hicieras esa promesa de por vida?
- Ese año fuimos al Colegio Mayor de San Juan Evangelista con Non plus plis. La obra era un canto a la libertad que se celebraba dentro de un círculo mágico. Aparecía un millonetis gigante con un puro y un sombrero de copa acompañado de sus secuaces: militares, jueces, obispos, la aristocracia, el rey… Las fuerzas vivas iban aniquilando al pueblo y quedándose la fiesta, así que animábamos al público a expulsarlos. Había 1.000 personas viendo la obra dentro y 1.000 fuera, y decidimos salir a la calle a representarla. Al cabo de 10 minutos aparecieron los grises disparando pelotas de goma, por otro lado, con mangueras de agua, y por otro, con caballos. Nos pegaron por estar bailando en la calle.
- El venedor de fum es un recorrido tanto por tus éxitos como por tus fracasos. ¿Te cuesta abordar los segundos?
- Para nada. En mis clases como profesor en la escuela de teatro superior de Barcelona siempre he dicho que lo que más me ha aportado han sido las equivocaciones. Cuando tienes éxito te puedes apalancar, porque tienes una fórmula que te funciona. Lo que hace avanzar es ser honesto y libre. ¿Quieres contar una historia? Pues hazlo hasta el final. Hay que estar abiertos al error, a que te sucedan historias, y viajar, conocer otras culturas.
- Si enumeramos todas las ciudades que has visitado tú, no acabamos: Londres, Sevilla, Chicago, Nueva York, Nápoles, París, Pekín, Santiago de Chile, Toronto, Milán, Pekín, Dublín, Moscú, Reikiavik...
- Y eso me ha enseñado que no te puedes creer el melic del món. Si nos expusiéramos a otras culturas, todo fluiría de otra manera. Hay países que hacen lo contrario a nosotros y les funciona. El luto es negro aquí, y blanco en China. En India queman a sus muertos y en México montan una fiesta de cágate lorito. A mí me pesa esta cultura judeocristiana, yo preferiría hacer una farra.
- En ello estás, ¿no? Este espectáculo es el punto de partida para la conmemoración de los 50 años de historia teatral de Comediants. ¿Qué otros actos habéis contemplado?
- En diciembre saldrá un libro dedicado a Comediants que se titulará Historias de una historia. Va a tener más de 200 páginas y va a sorprender. Hemos sido un grupo muy anárquico, nos ha preocupado la intuición: hacíamos y luego valorábamos y analizábamos, pero no lo hemos tenido ordenado, así que hemos aprovechado esta conmemoración para ordenar la memoria y que quede para la posteridad. Es bonito, porque no lo contaremos de manera lineal, pero vivirás la trayectoria de Comediants con una intensidad muy fuerte, de la clausura de las Olimpiadas a la ópera, del teatro en un vagón de AVE a Sevilla a la Cabalgata de la Expo 92 que vieron más de 12 millones de personas en directo. Son historias irrepetibles. Y en el verano o el otoño próximo montaremos un espectáculo que terminaremos con una falla. Hasta entonces y durante todo el año iremos haciendo cosas pequeñitas para dar a conocer nuestro trabajo. Por ejemplo, este mes que viene, iré a la SGAE a hablar del aspecto creativo. El teatro se asocia normalmente al texto, pero yo quiero contar que Comediants hemos dado la vuelta a cinco continentes. Esa dimensión de internacionalidad lo da contar lo del sitio. Es como el flamenco o la danza de Pina Bausch. Funcionamos porque contamos lo nuestro. Conmovemos porque lo que hacemos no se puede encontrar en otro sitio.
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