José se llama Jose, como tantos otros José. Por alguna razón misteriosa casi nadie pronuncia José sino Jose. Y José Camacho -“como el seleccionador”, dice- no es una excepción. Jose no piensa abandonar la calle durante la entrevista. Porque Jose es gorrilla y el tiempo que está lejos de los coches es tiempo que está sin ganar dinero. Y él vive de aparcar coches. En unos meses le llega la edad de la jubilación, los 65, pero cree que va a seguir hasta que derriben el campo. Jose, o José, se gana la vida en la calle del Doctor Juan Reglá, justo detrás del Gol Sur de Mestalla.
José Camacho lleva ocho años en Valencia pero no ha perdido su acento de chulapo. Este gorrilla de 64 años es madrileño. Nació y se crio en Ciudad Pegaso, una ciudad dormitorio que se inauguró en Madrid en 1956 para los trabajadores de la empresa estatal Enasa, que era la que fabricaba los camiones Pegaso para toda España. Jose se apresura a contar que su vecino era Jesús Candelas, un entrenador de fútbol sala (cuatro veces elegido mejor entrenador de la LNFS y dos veces mejor técnico del Mundial de clubes). “Él vivía en el 6 y yo en 8”.
El padre no tenía un mal jornal, pero eran seis en la familia y necesitaban ayuda económica. Los padres les comunicaron a sus cuatro hijos que el que no quisiera estudiar, se tenía que poner a trabajar. A Jose no le gustaban los libros, así que tenía clara su elección. Pero se tuvo que buscar la vida, no como su hermano mayor. “Yo era el segundo y el Generalísimo dijo que todo hijo de trabajador que cumpliera los 18 años iba a ir directamente a la fábrica. Yo tenía 12, mi hermano 18 y entró él. De ser al revés ya hubiera tenido la vida resuelta. Tuve que ponerme a buscarme la vida. Ahora tengo 40 años cotizados en automoción porque me dediqué durante mucho tiempo a la mecánica rápida: amortiguadores, frenos, tubo de escape, cambio de aceite…”.
Jose empezó a trabajar en 1975. Lo primero que hizo fue estar como aprendiz en una fábrica que hacía planchas y puertas de acero inoxidable para los portales. Sólo estudió hasta octavo de EGB, y ahora, a los 64, teniendo que pasarse ocho horas diarias en la calle para poder pagar la comida y el alquiler, se queda pensativo y concede que igual todo habría sido más fácil si hubiera seguido con los estudios y hubiera hecho una carrera. Pero es absurdo juzgar o analizar los años 70 desde 2024.
Porque tener un sueldo y dinero en el bolsillo también le permitió quemar las noches del Madrid de la Movida. A Jose se le ilumina la cara al recordar los años de desenfreno juvenil. Le sale una sonrisa pícara y comienza a nombrar los antros de esa época: “Salía todos los días e iba al Marquee, Rock-Ola, Cerebro, Pachá, Titanic… De joven todo era fiesta y la Movida Madrileña la viví a tope. Fabio McNamara (Fabio de Miguel) era mi vecino y fui a verlo actuar con Pedro Almodovar a la calle Huertas. Dos maricones que cantaban Quiero ser mamá. ¡Lo más grande! Aunque yo era muy pijo y me gustaban grupos como Eurythmics o Duran Duran”.
Con la crisis del ladrillo todo se torció. En 2008 o 2009, no lo recuerda bien, se quedó en el paro. Tenía 53 años y no le fue fácil encontrar un empleo. Se tiró dos años en el paro y luego pasó a cobrar el subsidio. “Vivía en Madrid con 400 euros que me daba el Estado. Así, ingresando 426 euros, me he tirado los últimos quince años. Con más de 50 años no te da trabajo nadie y en 2016 me vine a València. Elegí esta ciudad porque estaba cerca y porque me encanta la playa”.
Jose encontró un piso de alquiler por 400 euros en el Grao. No se ha movido de allí en ocho años. “Pero lo que me paga el Estado me lo gasto en el alquiler, y aún me quedan los gastos que tengo de luz, agua y demás, la comida y todo lo que surge. Y eso lo saco de aquí, aparcando coches. Si no, no podría vivir. Aquí me saco 30 o 40 euros cada día que me dan para sobrevivir con mi mujer”.
A Jose no le importa que le llamen gorrilla. Si un día conoce a alguien y le pregunta a qué se dedica, le contesta que es gorrilla. Y el gorrilla lleva gorrilla. Y muchas capas: camiseta, camisa, jersey, chaqueta. Y una cartera cruzada en bandolera. En invierno pasa frío y en verano, calor, mucho calor. “Es espantoso. Me tengo que esconder debajo de la fachada de Mestalla y estar bebiendo agua todo el día, aunque al final de la jornada ya voy y me tomo una cervecita o dos”.
Jose habla de la jornada porque cada día hace una jornada intensiva. Se levanta a las seis de la mañana, se toma dos o tres cafés en casa y se va caminando del Grao a Mestalla. Se tira en la calle del Doctor Juan Reglá desde las siete de la mañana hasta las tres de la tarde o un poco antes. Al principio, el primer año, estiraba hasta las cinco. Pero ha ido reduciendo la jornada. No falla ni un día. Aunque llueva o esté a 40 grados. “¿No ves que me dejan las llaves? Tengo que estar”. Jose explica que como ya lleva ocho años, ya le conocen todos los vecinos y, como se ha ganado fama de hombre serio y responsable, la gente que llega con prisas a la oficina, le deja la llave para que le aparque el coche en cuanto haya un hueco. “Pero si hay mañanas que voy al médico o a renovarme el DNI y me llaman los clientes preguntando que dónde estoy, que necesitan dejarme la llave… No les puedo fallar”.
Se nota que Jose considera a toda esa gente como parte de su familia. Les une un vínculo y se encuentran cada día, de lunes a viernes. Y si vienen unos gorrillas extranjeros amenazándole o diciéndole que se tiene que marchar de esa calle, su calle, los vecinos salen a defenderle. “Si no, como los otros son más jóvenes y más fuertes, me tendría que ir”. Pero Jose no se mueve de allí. De una señal cuelga una bolsa de papel donde los más generosos le dejan algo de comida o algún obsequio.
Aunque en la calle también hay mala gente, como aquel conductor que lo arrolló. “Fue en 2017. Yo estaba aparcando coches y en eso que vino un loco y, cuando iba a guardarle el sitio, me arrolló a 40 km/h, haciendo marcha atrás, y me destrozó el tobillo”. Cuenta esto y de inmediato se levanta la pernera del pantalón para mostrar la cicatriz que tiene en una articulación amoratada para siempre. “Me partió el tobillo por cuatro sitios y desde entonces llevo tres tornillos de titanio. Estuve cuatro meses sin andar”.
Aunque antes que de gorrilla, trabajó de ‘collidor’. “Cogía naranjas, pero me engañaban y me harté. Pagaban a un euro el capazo. Si cogía 40, 40 euros. Pero luego me pagaban 30. Hasta que un día pasé por aquí, por esta calle, y me encontré a un gorrilla. Le pregunté porque yo no tenía ni idea y me mandó para Artes Gráficas. Así que empecé allí, pero luego ya me vine aquí porque se fue el búlgaro que estaba en esta calle”.
Se nota que se hincha de orgullo al contar que los vecinos confían en él. “Me dejan hasta coches de 80.000 euros”. Y para demostrarlo saca las llaves de no menos de diez vehículos. Además, cada dos por tres pasa alguien y le saluda por su nombre. Él está encantado con el cariño que recibe y cuenta que no hay Navidad que no llegue a casa con un jamón y cuatro o cinco cestas que le dan los clientes. “Antes también me daban algún sobre, pero ahora la cosa está mal y ya sólo las cestas”. La primera que confió en él, la primera que le puso la llave en la mano y le dijo que le aparcara el coche y que ya le devolvería la llave, fue la encargada de una peluquería que está ahí al lado, en la avenida de Aragón. “Es mi mejor clienta y aunque no le aparque el coche, siempre me deja dos o tres euros. Tenemos mucha confianza”.
Sale un coche cerca de la avenida y Jose se va sin preguntar hacia la plaza que ha dejado libre. Le seguimos y él, al escuchar que vamos detrás, sigue hablando y recuerda que en la Ciudad Pegaso había otro vecino conocido, Enrique Martínez Heredia. “Este fue campeón en el Tour del Porvenir (1974)”. A su mujer dice que la conoció en Madrid por la noche, que era relaciones públicas y repartía descuentos e invitaciones en los garitos. No tienen hijos. Ella es su única familia. Con los hermanos dejó de hablarse cuando murieron sus padres y hubo que repartirse la herencia. Ahí discutieron, rompieron y nunca más se supo. Jose, de hecho, lleva sin ir a Madrid desde que se mudó a València. “Ya son ocho años. Lo echo de menos, aunque Madrid, cuando me vine, ya estaba muy mal, con mucho ruido, muchos follones, muchos atascos… Aquí se vive de maravilla”.
La proximidad de Mestalla no ha atenuado su afición por el Real Madrid. En dos preguntas se ve que es merengue hasta la médula. Jose recuerda con especial devoción el año que pudo permitirse sacarse el pase e ir a todos los partidos de su equipo. “Era la época de la Quinta del Buitre: Hugo Sánchez, Butragueño, Michel, Martín Vázquez, Pardeza, Sanchís, Chendo… Menudo equipazo”. También recuerda sus años como jugador de fútbol-sala. Dice que estaba en la primera división de la Comunidad de Madrid y que un año, como fue el máximo goleador, lo llamaron para formar parte de una selección de Madrid que se iba a enfrentar al Interviú Lloyd’s, el mejor equipo España. “Fue cuando lo fichó José María García. Por eso puedo decir que he jugado contra el Butanito en Magariños y que nos metieron 5-1. El García no tenía ni idea pero pegaba unos punterones…”.
Ahora se marcha un Golf y una chica aprovecha las indicaciones del gorrilla para meter un BMW al que le ha puesto una pegatina en el parachoques de atrás: “Acaba de ser adelantado por la Itziar”. Y al lado, unos corazones. La mujer sale, le da una moneda a Jose y se marcha sonriente. Al hombre le recuerda a otra que, con toda su cara, le pidió que sacara el datáfono y se cobrara 20 céntimos. “Datáfono, ¿sabes?”. Aunque no le vendría mal. Cada ves hay más gente que va por la vida sin dinero en efectivo, sólo con la tarjeta, y Jose lo nota. Aunque sus clientes más fieles lo mantienen con su propina diaria. “Yo gano casi todo lo que gano antes de las 10, cuando llega la gente a trabajar. A esa hora llevo 20 o 30 euros, pero luego, hasta las tres, no me saco más de diez euros. Eso sí, yo cada día me gasto ocho o nueve euros en un paquete de tabaco, algo de comer del Consum y un par de cevercitas al final de la mañana. No hay muchos gorrillas que gasten tanto”.
Luego, cuando acaba, coge el autobús y vuelve a su casa del Grao, donde la mujer le espera con la comida hecha. Después se echa la siesta y, cuando se despierta, se tumba a ver la televisión. “No salgo, que yo ya me tiro toda la mañana en la calle”. En agosto cumplirá 65 años y podrá ‘jubilarse’. “Pero no me va a quedar mucho. Llevo sin cotizar desde 2008 y por eso me van a quedar 800 euros, y pago 400 de alquiler. Dime tú de qué voy a vivir. No sé, igual tengo que seguir aquí hasta 2027 o 2028, cuando tiren el estadio abajo”.
-¿Pero está seguro de que lo van a derribar?
-Que sí, hombre, que me lo han dicho los que trabajan aquí en Mestalla, y esos lo sabrán mejor que tú y que yo.