El cantante, miembro de 091, vuelve a València el sábado para presentar las canciones de su último disco en el Loco Club
VALÈNCIA. “Mientras Saturno devora a sus hijos, Lapido escribe otra canción”. Aunque es mucho más habitual de lo que creemos en según qué esferas artísticas -y, sobre todo, de poder-, lo de referirse a uno mismo en tercera persona es como los tirantes: suele sentar mejor en los demás que en uno mismo. Sin embargo, lo de José Ignacio Lapido ha de ser, a la fuerza, una excepción. Y no sólo porque, en realidad, pudiera ocurrir como en el caso de Senior i El Cor Brutal -y su canción ‘Lapido X’-, y referirse a su hermano Víctor, compañero en los revenerados 091. Lo hacía más de diez años atrás, en la canción homónima de su cuarto disco en solitario (En Otro Tiempo, En Otro Lugar, 2005); y lo hacía con toda la autoridad argumental de la que disponía: era el primer trabajo que publicaba en Pentatonia Records, la discográfica que creó ad hoc. Estaba autorizado para cantar de sí mismo en tercera persona.
En cualquier caso, hablar de uno mismo en tercera persona siempre será mucho menos vergonzante -e infinitamente más divertido- que cualquiera de esos modos de ensalzamiento de egos grotescos que permite la revolución tecnológica; verbigracia, el agasaje coral y el aplauso fácil en las redes sociales en virtud de quién sabe qué. “Alguien no ha atado bien los cabos, algo no concuerda en la versión oficial”, que dice el propio Lapido en su último disco. Su regreso discográfico en 2017 después de tres años de silencio (aderezado, eso sí, con la vuelta al primer plano del protagonismo musical de 091) tiene el aroma inevitable a escepticismo que atesoran todos sus trabajos, pero en especial aquel mencionado de 2005. El Alma Dormida es el octavo disco del músico de Granada en apenas 17 años, lo que le da un ritmo matemático de una referencia nueva cada dos años.
Este sábado, José Ignacio Lapido volverá otra vez a València en la segunda ronda de conciertos de presentación de su última colección de canciones. Será a partir de las 22.30 en el Loco Club.
No será la primera visita de Lapido a València desde que en 1999 arrancó su carrera en solitario. Loco, Wah-Wah, Salomé (ex Moon, ex Roxy)… También la reunión de 091 le trajo a la ciudad, concretamente a Repvblicca. El historial de salas valencianas por las que ha pasado el músico andaluz da buena cuenta del nivel de picapiedrismo que ha caracterizado su expediente desde que decidió moverse por su cuenta a finales del XX. Salas pequeñas, medianas, con mejor o peor acústica, con mejor o peor arquitectura, lejos del centro o en el corazón de València; en solitario, con 091 o acompañado, por ejemplo, por Quique González. Lapido ha trabajado muchos de los espacios de la ciudad con la conciencia bien tranquila: el continente no hace al contenido. “Sigo fuera de lugar, con el reloj parado”, tal y como él mismo cantaba en ‘En Medio de Ningún Lado’ en 2010.
En ese sentido, su nuevo disco no deja de ser el instrumento con el que iniciar de nuevo el camino de vuelta a la realidad del músico profesional. Un camino que, además, desde su tercer disco en 2005 emprendió por su propia cuenta de una forma integral: en Pentatonia Records, su propio sello, ha publicado cinco de sus ocho discos en solitario. Todos ellos, además, han tenido en la propia figura de Lapido el principal conductor de una producción que, en el mejor de los casos, ha contado con la colaboración de sus músicos de cabecera. Con ese mismo sistema de trabajo, a prueba de altibajos, facturó en 2017 un disco con el que vuelve a situarse en la zona noble de los cronistas de la realidad más finos del país -y con el que, al poco de su lanzamiento, llegó a estar en la zona noble de la lista ventas del país-.
La publicación de El Alma Dormida estaba prevista, en realidad, para mucho antes del pasado mes de octubre. Sin embargo, su grabación se pospuso debido a ese extraño fenómeno arqueológico de rescate de 091 -que también trajo a Lapido a València-. La voracidad por la nostalgia, hoy en día, es como la de los que juzgan quién puede llorar la pérdida de un artista y quién no: se evalúa públicamente y, cuanto más recóndito sea el origen de la murria, más puntos recompensa en el carnet social de la pena. En el caso de 091, Lapido y compañía debieron de entender el devenir de los acontecimientos como uno más en el sarcástico guión de la vida. Él mismo lo cantaba en la canción homónima de su primer disco, Ladridos del Perro Mágico: “ahí llega de vuelta el que dijo que no volvería”.
Los Cero forman parte de la tendencia habitual al rescate, en parte como respuesta a fenómenos que no se acaban de entender (por ejemplo, el trap), en parte como forma de buscar la energía de unos años que ya no volverán. Lo más positivo de la gira de vuelta de 091, que en este país se volvió a justificar con la efeméride incorrecta -los 20 años de la separación del grupo, como si de algo digno de celebrar se tratara-, fue la descarga de justicia poética que tanta falta hace siempre en cualquier momento; la nueva oportunidad para el grupo al que Joe Strummer produjo en 1986 terminó, entre muchas otras cosas, ofrendando al surrealismo el cartel del Sonorama, que en su catálogo ofrecía el concierto de la banda de Lapido junto a Love of Lesbian, Izal y el Dúo Dinámico. Quizá en algún momento Lapido volvió a pensar en aquella declaración suya que recogía la crónica de la separación del grupo en enero de 1996 en el diario Ideal de Granada: “los grupos de rock tienen que terminar para poder empezar con nuevos proyectos”.
Puestos a conmemorar, quizá tendría más sentido celebrar el nacimiento más allá de la ruptura; aunque seguro que habrá quien se reúna en torno a una mesa con su ex para celebrar la firma del acuerdo de divorcio. En el plano conmemorativo, poco queda ya para poder celebrar el vigésimo aniversario del inicio de la carrera en solitario de José Ignacio Lapido, que coincide con la publicación de su primer disco en 1999: Ladridos del Perro Mágico. Casi veinte años y ocho trabajos discográficos contemplan la discografía del Lapido posterior a 091. En esas casi dos décadas, el músico ha cultivado con regularidad una respetada imagen de ejecutor de ese rock que en España consigue esquivar la ranciedad de los tópicos más caducos del género.
El Alma Dormida, inspirado en las coplas manriqueñas y precedido por el fallecimiento de su madre, es la culminación de una trayectoria impecable: ni un resbalón, ni un desliz, ni un sólo paso que no esté dentro de la ruta marcada a conciencia por el autor. Con su punto álgido en 2005 gracias al mencionado En Otro Tiempo, En Otro Lugar, Lapido ha seguido su propia hoja de ruta, que no es otra que la de sobrevivir mientras los demás se preguntan qué hay de nuevo. “La industria discográfica está tan bajo mínimos que los que nos hemos mantenido en tierra de nadie… es (sic) como el corcho que flota”, explicaba el cantante y guitarrista hace poco en una entrevista en el programa de Paloma Arranz, Abierto hasta las 2, dedicado a su figura.