Donde muchos vieron un entierro político, él vio una oportunidad. Levantó la bandera de Pedro Sánchez y le guio hacia una de las victorias internas más estruendosas de la historia del PSOE. Ábalos dejaba las luchas en el barro para jugar en grandes ligas como 'número dos' del Partido Socialista. Hábil, desafiante, taimado y, sobre todo, difícil de matar
VALÈNCIA.-José Luis Ábalos Meco (Torrent, 1959), el político valenciano con más poder en la capital de España, 'número dos' del PSOE, recibe a Plaza en su casa situada en un viejo edificio sin ascensor de la avenida de la Constitución de València. Lleva 31 años en este barrio aunque ahora pasa más tiempo en la capital, por lo que confiesa que está planteándose el traslado definitivo con su familia a Madrid. «Aquí estoy desde 1987, pero mi infancia transcurrió por la Gran Vía y también en la calle Gil y Morte», relata Ábalos sin ocultar su ascendencia más pequeñoburguesa que obrera. Afirma que no era mal estudiante: «Iba a una academia de pago y era de los primeros de mi clase». ¿Y por qué no un colegio público? «Mis padres preferían situarse fuera de los recursos del régimen; tenían cierto comportamiento clandestino (ríe). La verdad es que la academia tampoco podían permitírsela y siempre había reclamaciones del dueño por impagos», narra.
El joven Ábalos se empeñó en seguir estudiando y se matriculó en el instituto Cid Campeador, actividad que compatibilizaba con un trabajo en una tienda de souvenirs frente a la Plaza de Toros. «Cuando llegué a COU trabajaba en una gestoría y cuando terminaba a las siete de la tarde me iba a clase. Puedo decir que soy cotizante de la Seguridad Social desde el año 75», subraya, para añadir que ayudaba -junto a sus siete hermanas, él era el penúltimo- en el negocio de muñecas artesanales que tenían sus padres. «Éramos una especie de familia-empresa que vivía en una casa-taller en la calle Taquígrafo Martí». Su padre fue torero, Heliodoro Ábalos 'Carbonerito' -era originario de Carboneras de Guadazaón (Cuenca)- y de sus tardes cuelgan en el salón recuerdos de algunos carteles. «La guerra le impidió seguir. Yo no heredé esa afición, pero la verdad es que la estética de la tauromaquia sí que me llama la atención», admite.
Aunque le agradaba la historia, Ábalos se inclinó por estudiar magisterio: «Me decidí por lo más breve porque trabajaba y también porque ya estaba en las Juventudes Comunistas y quería cambiar el mundo. Teníamos la teoría de que esto se hacía desde las escuelas y en aquella época yo era muy aficionado a la obra de Makárenko, por lo que se juntaba mi gusto por la historia con la pedagogía y la transformación social». No llegó a explotar su carrera docente y, tras algunos trabajos no estables, le tiró más lo de intentar cambiar el mundo con la política en plena efervescencia.
«Trabajé mucho tiempo en una gestoría y luego en información comercial. Viví la crisis de principios de los ochenta con un cierre patronal en el que fui el representante sindical y donde luego sufrí las represalias, dado que fui el único al que no contrataron en la nueva empresa. Era una época en la que ibas a trabajar e igual te encontrabas con la persiana bajada», rememora. Su recorrido laboral cobró otra dimensión cuando entró en el Gobierno Civil de Valencia en el año 1983, su primer puesto relacionado con la actividad política. Entonces ya estaba en el PSOE victorioso de Felipe González, pero como tantos otros en la Transición había empezado en el comunismo.
«Tener una trayectoria no es un demérito. He pensado muchas veces en dejar esto y, en general, seguramente ha habido más momentos malos que buenos»
«Del 76 al 78 estuve en las Juventudes Comunistas, después pasé al PCE y en el 81 ya me fui», relata, para resumir -no sin cierta ternura- aquel momento de su vida. «Entré en las Juventudes Comunistas tras muchos exámenes. Te llamaban, se veían contigo, te tanteaban... Luego te daban el Manifiesto Comunista: 'Leételo y ya hablamos'. Al final me aceptaron, total, para hacer algo tan revolucionario como vernos todos los domingos en un piso enfrente de la cárcel, ponernos hasta arriba de tabaco y comentar el Mundo Obrero. Luego un ratito del Anti-dühring de Engels o de cualquier otra obra marxista... Esa era nuestra revolución». Un relato de utopía frustrada que casi obliga a romper una lanza por aquellos años de clandestinidad. Algo más harían en Juventudes Comunistas... «Sí claro, pegar carteles, hacer apariciones públicas, sacar banderas, llegar a la Plaza de la Virgen con una guitarra y cantar L'Estaca hasta que venían los grises... y entonces nos íbamos a casa a comer la paella».
Esta etapa concluyó con un breve paso por el PCE: «Me fui al partido y me hice cargo de la Organización en mi agrupación. Estábamos ya en la Transición y sobrevino el proceso de asentamiento de la nueva realidad democrática y el comunismo no me parecía el instrumento adecuado para esa fase», explica. «Escribí varios artículos críticos en la revista Argumentos. Me fui poco después con la acusación a mis espaldas de ‘socialdemócrata’ (sonríe). Me lo decían y pensé: Igual tenéis razón». La pregunta es obligada: ¿Era socialdemócrata un insulto? «Bueno, se decían esas cosas: piquito de oro, pequeño burgués infiltrado... y socialdemócrata ya era la polla», comenta entre risas. Abrazó la socialdemocracia de la forma más lógica, marchándose al PSOE, del que casi cuatro décadas después es secretario de Organización, el puesto orgánico más importante después del de secretario general. Un puesto que en aquel entonces ocupaba Carmen García Bloise y por el que también pasaron Nicolás Redondo, Alfonso Guerra, Txiki Benegas, Ciprià Císcar o José Blanco.
Su entrada en el partido fue la de un militante más; entró en la agrupación de València-Nord, se afilió y allí sigue. «Llevo 37 años teniendo el apoyo de esa gente. Fui secretario general en tres mandatos, después líder en la capital, justo en un momento en el que pensaba abandonar... La verdad es que cada vez que he pensado en dejarlo me ha ido mejor» (ríe).
La complejidad en la trayectoria de Ábalos no se reduce solo al plano político. Cinco hijos -de tres parejas- que van de los 38 años de edad hasta los cinco, con un nieto mayor que su hijo más pequeño. «Esto forma parte de la vida y lo llevo bien», resuelve con sencillez, de la misma manera que resume su patrimonio inmobiliario: tiene dos viviendas en València, una en Madrid y dos bajos en el Cap i Casal con hipotecas que ascienden a casi 250.000 euros. «Si sumas las hipotecas ves que en realidad... ¡no tengo nada! (ríe). Esta casa es la única pagada. Tenemos otra en Mas Camarena, ya que nos dieron la hipoteca gracias a que mi mujer es más joven. En Madrid vivía en un hotel y comprar me salía mejor que alquilar, pero es una casa de 37 metros cuadrados y tampoco sirve para que mi familia allí se venga... habrá que ver qué hacemos. Al final, tengo 58 años y he tenido tiempo de ir haciendo algo. Yo no me encontré nada, no tuve una herencia salvo cuatro tomos de la enciclopedia Cossío».
El secretario de Organización del PSOE cambia el chip cuando se le pone a prueba sobre su recorrido de dedicación exclusiva a la política. Ahí sale a relucir su expresión más desafiante que puede resumirse en una frase: «Tener una trayectoria no es un demérito». Ábalos, de la quinta del síndic socialista Manolo Mata o del propio presidente de la Generalitat, Ximo Puig, reacciona así cuando se le pregunta cómo se siente cuando alguien le reprocha que lleva toda la vida en la política. «Quien quiera lo puede intentar. De hecho, lo intentan casi todos. El problema es conseguirlo. No es fácil, aquí estás evaluándote continuamente y algunos hemos sobrevivido a situaciones que se hubieran llevado por delante a cualquiera. No hay tantas personas con esta trayectoria porque no es fácil sobrevivir a esto y, al final, significa que tú tienes un compromiso muy importante. Eso hay que valorarlo; hay gente que abandona o que no aguanta. Quienes dicen eso es porque creen que esto es un chollo o piensan que todo son satisfacciones cuando seguramente ha habido más momentos malos que buenos. Yo, que he pasado muchas crisis, digo que todos los días te dan ganas de dejar esto. Pero el compromiso es lo que cuenta y yo prefiero a las personas que tienen un compromiso largo».
En las filas socialistas de la Comunitat siempre ha existido una divergencia entre PSOE y PSPV, es decir, la facción más próxima a los postulados más federales y la más cercana a un sentimiento nacionalista. Una diferencia que Ábalos no percibe así al menos en la capital, donde cree que el sector nacionalista siempre ha tenido más eco que presencia. «Viene derivado de la fusión con el PSPV, que era minoritario pero tenía una relevancia universitaria que le otorgaba, entre comillas, cierta calidad. Sí que es cierto que todo el que quería ser alguien en el partido debía tener su especie de embajada o consulado en la capital. Esto ha cambiado bastante y cada vez todo ha sido más en clave municipal», analiza.
El conflicto orgánico, la pelea en la arena socialista, ha sido durante décadas el hábitat del ahora encumbrado referente del PSOE. Ha saboreado las mieles del triunfo y la amargura de la derrota; ha jugado a la contra frente al aparato, ha formado parte de él, ha tejido alianzas con el viento a favor y también en contra. El cara a cara, su gran virtud, los afiliados de base, aquellos que le han sentido más próximo, han sido sus mejores aliados. Nadie puede decir que es un político distante y muchos cuentan que han recibido gestos o favores a su lado: ¿Son esas batallas del partido lo más duro de la política? «Hay que encajarlas con normalidad, no de un modo traumático. Considero que el conflicto es positivo. Las sociedades se mueven gracias al conflicto y sin conflicto no hay progreso», explica, antes de exponer su actitud hacia eso que muchos consideran peor que el enemigo, el compañero de partido: «No soy rencoroso. Si lo eres, no puedes aguantar mucho tiempo en esto. ¿Cómo vas a avanzar y crear proyectos e ilusiones nuevas si metes en una mochila todo lo negativo?», se pregunta.
El pragmatismo de Ábalos se extiende a un elevado concepto que va más allá de lo orgánico y puede extrapolarse a la vida: «Yo he ganado y he perdido, pero tengo una fuerte convicción democrática que, sobre todo, hay que tener cuando pierdes. Si juegas debes aceptar las reglas: ganar no es un cheque en blanco y perder tampoco significa quedarte fuera. Así funciono yo y hasta los que no me quieren mucho dicen de mí que tengo cultura de partido».
Precisamente ese es uno de los valores que hasta sus rivales destacan del 'número dos' de Pedro Sánchez, que siempre cumple los pactos. Una afirmación que algunos matizan pero que, en general, es resistente en todo el partido. Prueba de ello es que, en situaciones como el congreso del PSPV de 2012, se alineó con Jorge Alarte y en medio del cónclave confesó a varios periodistas que mantendría la posición pese a que su apuesta iba a ser, sin remisión, la perdedora en la cita. «Que lo sepas no quiere decir que siempre tengas que jugar a ganar. Yo nunca he cambiado de rumbo en medio de un proceso. Al final, eso es un activo», sentencia.
Resulta especialmente interesante escuchar las reflexiones del dirigente valenciano cuando se ponen sobre la mesa cuestiones relacionadas con la nueva política y los star-system que ahora la pueblan. Ábalos se expresa sin tapujos sobre asuntos en los que políticos de la vieja escuela suelen sentirse incómodos y cuestionados. Por ejemplo, la política como profesión. «Se puede llevar mucho tiempo en esto pero, al mismo tiempo, uno tiene que saber que es efímero, provisional. Estés el tiempo que estés. Después, tiene que haber convicción y, en tercer lugar, no es una profesión, aunque luego se convierta en ello. Pero tú tienes que saber que no lo es, porque en cuanto asumas que es una profesión la convicción queda lesionada. Lo digo porque hay gente que se plantea ser político, estudia Ciencias Políticas, un máster y se prepara para la profesionalización. No tiene nada que ver, esto es otra historia, se trata de generar confianza. La política es eso».
En esa manera de hacer política, los jóvenes dirigentes parecen haber perdido a veces el registro coloquial o al menos cierta liturgia. Salones llenos de humo y algún whisky que otro —o varios— en medio de negociaciones o reuniones complicadas forman parte de la historia del PSOE, pero esto puede extrapolarse a otros ámbitos. ¿Cuántas negociaciones se desatascan en política tomando una cerveza o una copa fuera o dentro de un despacho? «Pregúntaselo a los hombres de negocios (ríe). Decía Carlos Fuentes que la política son las pasiones privadas trasladadas a lo público. Y es así. Tú trabajas con personas: tienes que darle esperanza a la gente y generarle confianza. Tienes que ser un intérprete de sus anhelos y llevarlos a la práctica en base a ese depósito de confianza. Eso te lo tienes que ganar. Y luego la fuerza de los afectos es tremenda y yo creo en la política con emoción. No me gusta la política sin emoción, ni la vida sin emoción».
«Desde que salgo en televisión ya no puedo ir tranquilo por la calle, la gente me conoce y estoy expuesto al juicio y al comentario de todo el mundo»
Ábalos reconoce que su ascenso al poder en el PSOE nacional, primero como portavoz del Grupo Socialista en el Congreso y desde el 18 de junio de 2017 como secretario de Organización, ha tenido inconvenientes, como tener menos tiempo para leer —«ahora leo demasiados informes»- y perder el anonimato. «Desde que salgo en televisión ya no puedo ir tranquilo por la calle, la gente me conoce. Estás expuesto al juicio y al comentario de todo el mundo. Y no es fácil, por eso lo tienes que sentir mucho e identificarte con la organización, sentirte parte de ella y adquirir una cultura muy concreta». Su breve interinato en la portavocía en el Congreso, de apenas un mes, fue suficiente para labrarse de cara a la opinión pública un perfil con lo que considera las claves de una buena imagen: seriedad, sentido común, contundencia y tranquilidad.
La ocasión que no desaprovechó fue el debate de la moción de censura de Pablo Iglesias a Mariano Rajoy, en el que se marcó un discurso de mucha altura. Un discurso que, en su retransmisión en directo, cortó RTVE para emitir la proclamación del Premio Princesa de Asturias de Investigación Científica y Técnica, algo que molestó a Ábalos y por lo que la dirección de la televisión pública le pidió disculpas. «La televisión es fundamental para la imagen, por mucho que se diga de las redes o internet. Para generar opinión ya no tanto; en generar opinión siempre han estado los periódicos y ahora las redes están tomando mucha importancia».
Transmitir una buena imagen no significa, como es evidente en el caso de Ábalos, renunciar a decir lo que uno piensa por muchas ampollas que levante. «Haber estado en la clandestinidad me permite no buscar el aplauso de los demás», afirma. Su apoyo a Pedro Sánchez, frente al aparato del PSOE con Ximo Puig de ariete a favor de Susana Díaz, dividió —aún más— al PSPV. La victoria de Sánchez y el ascenso de Ábalos llevó a la paradoja de que el socialismo valenciano tiene a un dirigente en la cúpula de la Ejecutiva Federal pero ese dirigente está enfrentado con el barón autonómico, quien a su vez tampoco es de la cuerda del líder del partido. ¿Ha mejorado la relación entre Ximo Puig y Pedro Sánchez? ¿Es mejorable, puede mejorar? «Los que estamos en política no priorizamos esto. Somos gente seria, responsable y adulta, y aquí estamos para desarrollar un proyecto político pensando en la gente y no en nuestras relaciones personales. A partir de ahí, todo es mejorable».
En esta guerra, no desaprovecha ocasión desde su atalaya, como demostró cuando al PSPV ximista le estalló el escándalo de la presunta financiación ilegal en 2007 y le pusieron el micrófono delante: «Es un tema que afecta claramente al proyecto político y a los valores que defendemos; a nosotros nos da igual si son de la casa o no lo son, cuando se hace mal, se hace mal». El PSPV continuará enfrascado este año en una sucesión de batallas orgánicas entre ximistas y abalistas que culminarán con las primarias para elegir candidatos a las elecciones. Para el dirigente socialista lo único extraño de esta situación es que esta vez la pilotará desde la distancia, desde la cima y no desde el barro.
*Este artículo se publicó originalmente en el número 42 (abril/2018) de la revista Plaza