tribuna libre / OPINIÓN

K

23/03/2022 - 

Experimentar con el silencio puede resultar dudoso, audaz o ejemplar. Yo traté de hacerlo y conseguí que fuera hermoso. Una tarde o varias recogido entre paredes, asomado a la ventana, incapaz de conseguir que se posaran sobre mí los argumentos que, uno a uno, desechaba, los lanzaba al nudo oscuro de la más locuaz indiferencia. Conseguí que arrebatara el símbolo, la luz, las dulces criaturas que caminan tan certeras donde nadie las anhela, las dibuja o las consagra en azoteas. El deleite de la página a la espera, el color tan blanco y excitante, el mantel donde manchar, rasgar, cortar, arder, hundirse. Intenté firmar en blanco una página vacía. Cada veinticuatro horas daba al enter y pasaba a la siguiente. Comprendí que en cada línea andaba en duelo por los nombres no entendidos, las ciudades no nombradas, fogonazos o metralla, o la desidia del que no tiene palabras que describan la barbarie. Por la mañana amanecía confiado en que las páginas firmadas despertaran -ellas sí- para volar como deseos, para fugarse lejos del espacio y respirar donde el aliento ruge oscuro. Comprendí que cada página era el legado de un adiós, y ya iban cinco.

Experimenté con el silencio como reto y me alejé de la belleza sin querer. Las palabras tienen vida propia al entender que la mordaza les impide procrear. Figúrate. Todas ellas empujándome al vacío del aliento imperceptible sobre el texto que no existe. Menos mal que al día ocho del comienzo se posaron dos gaviotas donde solo las gaviotas se refugian, en el mar, en la basura o en la cima de un tejado a dos vertientes. Preferí tomar aquello como el doble juego del destino y escribir como Verlaine sobre los sueños, esperar a que Rimbaud volviera de encajar su vida y obra, o escribir su vida e ignorar aquello escrito y publicado. Al final del Otto e mezzo de Fellini le recuerdan a Marcello que en el acto creador desvanecerse es una opción cualquiera, es quizás la más alta expresión del creador. Todo genio se ve absuelto con la huida y en el lodo se estremece y se recrea en otro yo que es su nuevo yo más vivo, una epifanía íntima en el mar. Mis carencias se sumaban al desprecio por lo eterno y asentí al prefigurar que en otro cosmos el silencio solo evoca lo terrible de dolor. No dudé al sentirme un tanto despreciable por haber escrito un libro (o tres) sobre el tótem de la frase de ese tipo lento y adorado, William Faulkner. “Entre el dolor y la nada, yo elijo el dolor”. ¡Qué banal infamia la premisa de tres textos sobre frases de ese tipo lento, adorado y con bigote! Me dejé engañar por mi silencio y acudí al vacío de las letras, la premisa habitual del texto. Por lo tanto, ¿para qué?

La experiencia me invitó a la persuasión, y en el relato corto, ya nivola -gracias, Unamuno, tipo lento y persuasivo-, comprendí que ni siquiera el texto en blanco había permanecido ajeno a tanta lágrima. Tanta. Y eso que estas no eran lágrimas comunes. La distancia te permite manejar los sentimientos pero en realidad lo que conforma es el espacio. Intenté escapar de lo moderno y embriagarme con el viento que sacude las ventanas, que acaricia el cableado que organiza el sobrevuelo de bandadas de estorninos y del cauce de los sueños que desplazan esas mentes que no han olvidado qué es amar. Descubrí la filigrana de colores extendida en el pasillo, los cafés que se enfriaban con el tacto del cristal, y al mirar en la pantalla me encontré con que la fuente había cambiado a Times New Roman, el tamaño todavía intacto en once, al día siguiente uno más. En mi soliloquio incrementé esas voces con palabras que incitaban a lo eterno y maximal, a la esperanza de la angustia, al sinsentido del volumen en el cero. Fíjate que muchos hablan del dolor cuando no existe. El dolor sacude/estrecha en el momento en que aparece la memoria. Los recuerdos te reafirman en el duelo y hasta entonces hay violencia, engaño, rabia y la sandez del embustero equilibrista que se sabe -o eso cree- tan coreado.

He experimentado con el silencio hasta el momento en que acudí al ordenador para seguir ad infinitum con mi texto-no-texto, y descubrí palabras, líneas, gestos y dolor, expresión en dos colores y mensajes, y refranes, y desdichas y los llantos y elegías del que duerme al raso de hormigón abovedado, y entendí que en el silencio se maduran sentimientos, se moldean las ideas, se claudica al estertor de lo convulso y se genera el marco-forma-texto de dolor. Mientras hay acción, silencio. Y después dolor, y lágrimas, y duelo. Yo no sé si amé experimenté o lloré con el silencio, solo sé que obtuve la respuesta del dolor, lo que llega tras el miedo y se encapsula en las estrellas con un nombre raro y dos colores. Siempre dos. El final del tiempo del silencio no es el texto, es la elipsis y el reloj con las ojeras, la desidia de los días.  

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