VALÈNCIA. La tecnología y la digitalización han traducido a datos casi todo lo que nos rodea. Como explica el periodista Kiko Llaneras (Alicante, 1981) en su libro Piensa Claro: Ocho reglas para descifrar el mundo y tener éxito en la era de los datos (Debate), hay números de por medio en casi cualquier cuestión que nos preocupe o seduzca. Por ello, para navegar en el día a día por este mar de cifras e información, ofrece varias claves con las que detectar los límites de nuestra intuición, entender la complejidad de nuestro entorno y, en definitiva, tomar mejores decisiones.
Además de charlar sobre estas cuestiones con Valencia Plaza, Llaneras, quien desde 2016 ha analizado para El País infinidad de encuestas electorales, indicadores sociales y económicos, y fenómenos como la covid-19 a través del big data, se detiene también sobre los retos de la Administración en materia de transparencia o los resultados de las estimaciones electorales del CIS desde que Pedro Sánchez llegó a la Moncloa.
Antes de aterrizar en el periodismo, Llaneras se licenció y doctoró en Ingeniería Automática y Electrónica Industrial en la Universitat Politècnica de València y ejerció de docente en la Universitat de Girona. Fue también uno de los fundadores de la web de debate sobre ciencias sociales Politikon, ha colaborado con medios como Jot Down y participó en el nacimiento de El Español.
¿Qué tiene de especial este momento histórico como para calificarlo de ‘era de los datos’?
Con la digitalización, parcelas cada vez más grandes de nuestra vida personal y profesional van dejando registros. Se contabilizan cosas que de otra manera jamás se hubiesen cuantificado. Tu teléfono móvil sabe cuántas escaleras has subido o cuánto tiempo lo has usado. Esa explosión de datos, que antes no existía, ha abierto una nueva era, definida por el qué hacemos con toda esa información.
La digitalización hace posible que tengamos muchos datos a mano. En tu libro explicas que nos pueden servir para tomar mejores decisiones o para no caer en la trampa del último vídeo viral de WhatsApp. ¿Son la manera de combatir el ruido y la polarización?
Con esto era más optimista hace un tiempo. Cuando llegó Internet, pensábamos que ahora ya no existiría la desinformación porque, como la información iba a poder fluir de unos a otros, se decía que se terminaría con las mentiras. Pero claramente no se terminó con ellas. Descubrimos que en parte somos nosotros quienes difundimos información que no es veraz y quienes nos dejamos seducir por ideas que suenan mejor de lo que son.
Al final, la gente coge las ideas que cree convenientes. Los datos aquí creo que no nos van a resolver el problema, pero sí tienen la ventaja de que, en el momento en el que tú te mueves en una conversación hacia lo factual, no es que se acabe el debate, sino que empieza. Alguien presenta un argumento y tú puedes decir “bueno, pero es que esos números no tienen en cuenta esto”. Creo que los datos no son el final, sino el principio.
En un contexto tan complejo como el actual, ¿hasta qué punto nuestros instintos van ganando la partida a ese razonamiento con datos?
Lo que no se puede tampoco es negar la naturaleza humana. A las personas nos mueven las emociones y las historias. Debemos entender eso y usarlo. Del mismo modo que va a haber gente apelando a las emociones para difundir virales falsos, lo que no tiene sentido es que hablemos del poder de la narrativa, de la importancia de lo visual, de que la gente no tiene tiempo, y luego no usemos todo eso para difundir mensajes virtuosos.
En el libro, la gran tensión era contar esas historias que sustanciasen las ideas que yo quería introducir. Las necesitaba primero para hacer más tangibles conceptos abstractos, y luego para hacerlos memorables. Recordamos mejor una historia que un concepto. Tenemos que pegarnos a eso, porque las personas no vamos a dejar de movernos por emociones.
Y luego hay otra característica importante. Cuando hablamos de los sesgos de las personas nos olvidamos para mí de una clave, que es la falta de atención. Cuando algo nos interesa de verdad vemos todos los matices que tiene. El problema con el 95 % de los asuntos del día a día es que no les prestamos atención, y en esa falta de atención es donde proliferan los virales y los sesgos campan a sus anchas. Está relacionado con esta idea de que, si quieres que el debate público sea más fértil o que haya mejores ideas, no solo hay que practicar el rigor y encontrar buenas historias, sino también respetar mucho la atención de la gente. El peligro es pensar que, como tienes la razón, la gente tiene que prestarte atención.
En tu libro se ejemplifica esto muy bien: es la narrativa, con historias cuidadosamente escogidas como el caso de los ojeadores de la NBA en busca de fichajes, al servicio de los datos.
"Para pensar claro necesitas llegar a un problema con la mente abierta"
Ha sido el mecanismo tradicional de difusión de información. Creo que eso es algo a unir, porque a veces existe tensión entre la mirada de los datos y la mirada humana. No hay que elegir. Si tú estás estudiando buenos fichajes para tu equipo de fútbol, no es que solo tengas que mirar datos, tienes que usar tu experiencia y tu instinto y compaginar eso con la información que tengas.
En ocasiones los números nos ayudan a desmontar nuestras propias creencias. Una persona puede pensar, como has abordado en alguna ocasión, que es de clase media cuando, según su renta, está entre las más ricas del país. ¿Hace falta cierta apertura mental para que los números puedan hacer bien su función?
Para pensar claro necesitas llegar a un problema con la mente abierta. La actitud correcta si quieres desentrañar un problema es la curiosidad. Si vas con una respuesta a priori es muy probable que acabes tu indagación con la misma que tenías de antes, porque las personas estamos hechas así. Las ideas que nos dan la razón nos parecen más convincentes. Creo que la actitud para enfrentar un problema es ir con cierto escepticismo, con esta mirada un poco infantil de ir a ver qué encuentras. No es fácil, pero es el mecanismo. Aun así, digamos que no es el punto de partida más habitual.
Si abrimos la mente y nos adentramos en tu libro, encontraremos una serie de reglas para comprender y utilizar mejor los datos. La idea es, supongo, ofrecerle al lector las herramientas básicas para que pueda desenvolverse en esta era de los datos.
Esa es un poco la idea. Yo tenía dos cuestiones claras con el libro, y la primera era que fuese útil. Quería recopilar conceptos para que fuesen como un atajo. Pensaba en cualquier persona que en su día a día, por trabajo o porque tiene que elegir el colegio de sus hijos, debe manejarse con los números. Para eso tiene este curso acelerado de ideas. El segundo propósito era el de conectar esas ideas con historias para que el libro se pudiera leer, que fuera ligero, y que esas ideas se pudieran recordar. Creo que la gente de perfil más técnico a veces se olvida de esto, y yo quería que los lectores también pudieran tener ideas para contar en el café.
Más allá del correcto uso de los datos, explicas también cuáles son los errores más frecuentes a la hora de tratarlos, ya sea por sesgos o porque se retuercen las cifras hasta llevarlas a un determinado terreno. ¿Con qué frecuencia ocurre esto último en el debate público?
"Las estimaciones de voto que elabora el CIS han estado sesgadas DESDE QUE llegó TEZANOS"
Lo que llamamos actualidad es un torbellino de noticias que va muy deprisa, no podemos formarnos una opinión de todo. En ese contexto, hay mucha gente que presta poca atención a la mayoría de temas, y me parece saludable, y luego otra que está más informada en teoría, pero que en el fondo se arma de ideas ajenas. Tú tienes tus referencias, que pueden ser tu medio de comunicación, un partido político o un columnista, y lo que digan te parecerá más o menos convincente, pero sus argumentos los conviertes en los tuyos de manera un poco automática.
Es ahí donde aparecen los sesgos de confirmación. Es fácil que algo te resulte convincente visto muy desde arriba, las personas no estamos hechas para decir “he pensado poco sobre este tema, probablemente es complejo, voy a posponer mi juicio y a no tener una opinión firme sobre ello”. En este entorno de mil asuntos fugaces, la polarización en el fondo viene por eso. Las personas abrazamos con fuerza ideas muy precipitadas.
Respecto a los sesgos, ¿podría suceder algo así con los barómetros del CIS?
Es un buen ejemplo. Las estimaciones de voto que elabora el CIS han estado sesgadas desde que Jose Félix Tezanos fuese nombrado presidente del organismo. Es una evidencia ya empírica, porque ha habido bastantes elecciones y hay un patrón que se repite: las estimaciones sobreestiman el voto de la izquierda de manera sistemática.
El origen del sesgo quizás tenga que ver con la muestra, con las personas que responden a las encuestas del CIS, que trata de entrevistar a gente al azar. Pero, aunque tú llames al azar, hay mucha gente que no responde. Por ejemplo, tradicionalmente había más parados en los datos porque son los que están más en casa. Ahora, al hacerse por teléfono es distinto, y el sesgo que hay es que hay más votantes de izquierdas que declaran su voto en las encuestas del CIS y en muchas otras. Quizás sea porque igual la gente más conservadora puede ser más cauta y prefiere no responder. Y entonces luego te faltan en la muestra.
Este tipo de sesgos se corregían después en la ‘cocina’. A la hora de producir una estimación de voto con esos datos en bruto, se aplicarían después una serie de técnicas para hacer la mejor predicción posible. El problema del actual CIS es que en esa segunda etapa no se está corrigiendo suficiente el sesgo, y entonces esto se traslada a sus estimaciones en sí. Lo particular del CIS es que es un sesgo conocido y, por lo tanto, corregible.
Tú que manejas un buen puñado de encuestas, ¿cómo va la carrera hacia la Moncloa? ¿Percibes ese agotamiento del que ese habla en la figura de Feijóo?
Sí que se ha visto un cierto retroceso, quizás simplemente porque hay un efecto ‘luna de miel’ cuando llega un nuevo líder que se agota. Ahora mismo la situación está bastante pareja en términos de gobernabilidad. El escenario es un retroceso de la izquierda, pero quizás no lo suficiente como para que PP y Vox puedan sumar una mayoría. En ese punto, volvemos a un escenario similar al de 2019, de la izquierda que no suma pero que puede incorporar a partidos nacionalistas e independentistas para intentar llegar a los 176 escaños.
Hay un asterisco a todo esto, y es que no hay elecciones cerca. La mayoría de la gente no está pensando en qué votar. En el momento en el que haya una convocatoria, el escenario se moverá. Las encuestas son un instrumento que captura la situación actual, pero eso está pendiente de dos circunstancias: cómo se mueven los votantes cuando se acerquen las elecciones y, en el camino, qué pasa con la situación económica. Si empeora, el Gobierno lo pasará mal.
En el caso de la Comunitat Valenciana, ¿estamos ante un escenario muy abierto?
Hay menos encuestas y todo es más borroso. A principios de este año los números que circulaban eran bastante buenos para reeditar un gobierno de izquierdas, pero con el paso de los meses y el boom del PP a nivel nacional, la situación se ha vuelto más complicada. En este caso va a ser más difícil de decir hasta el final porque esa incertidumbre viene de la escasez de encuestas.
Siguiendo la estela de las encuestas, y al hilo del ejemplo de la victoria electoral de Donald Trump de la que hablas en tu libro, ¿al tratar con datos tenemos que asumir que siempre habrá aristas y pocas certezas absolutas?
La paradoja es que solo hablamos aquellas cosas donde hay incertidumbre, de las que son obvias se habla poco. En el caso de EEUU había una cierta incredulidad, especialmente en la izquierda estadounidense, de que pudiese ganar Donald Trump. Sus números no eran malos, Clinton iba con ventaja, pero los modelos más finos le daban a Trump un 30 % de probabilidades de ganar. En cualquier partido de fútbol, el equipo débil puede tener un 30 % de posibilidades de vencer. No siempre ganan el Real Madrid y el Barça, y pueden tener un 80 % de opciones de llevarse cada partido.
Parte fundamental de ese boom de los datos es la facilidad con la que se accede ahora a ellos, y ahí tiene mucho que ver la transparencia. Hace una década las instituciones públicas se lanzaron a hacer portales, pero hoy muchos de ellos apenas se actualizan. ¿Sientes que fue como una moda?
Es una tremenda cuenta pendiente. Hubo cierta sensibilización con la transparencia como valor a perseguir, pero se ha llevado a la práctica de aquella manera. Se avanzó un poco en la parte de rendición de cuentas de los políticos y de la ejecución de los presupuestos, pero después hay mil parcelas sin tocar y a mí me preocupan varias.
"La transparencia es una tremenda cuenta pendiente"
Una es la evaluación de las políticas públicas. Los gobiernos ponen en marcha distintos programas, contra el absentismo escolar, por ejemplo, y luego queda pendiente decidir si eso ha funcionado bien o mejor que otras iniciativas. Hay muy poca tendencia a hacer esto y el potencial es brutal. Cuando se quiera proponer el siguiente programa de este tipo, se puede ir a mirar cuál ha ido mejor.
Y luego, en general, las administraciones tienen unas cantidades de datos enormes sobre nosotros. Siempre se habla de lo valiosos que son los datos para las empresas, pero, ¿y Hacienda, la Seguridad Social o el Censo? Ahí hay mucho potencial. Esos datos se deben contar con garantías de privacidad y demás, pero sin olvidarnos de que esto se ha de poder utilizar. Lo que está pendiente es el cómo logramos que se haga esto, a las administraciones en el fondo les estás pidiendo que evalúen su propia labor. Está por ver cómo ponemos incentivos para que las administraciones hagan un mayor y mejor uso de los datos por transparencia y también por eficacia.
En tu libro abordas esas ocho claves que rigen el mundo de los datos con ejemplos recientes y no tan recientes. Si tuvieras que escoger una sola historia, ¿cuál elegirías y por qué?
Me quedaría con la idea de que el mundo es complejo. Nuestra prioridad es que las cosas son sencillas y la realidad del mundo es que cuando algo lo miras de cerca hay más matices y puntos de vista. Creo que es el mejor atajo: no llegar a las cosas con la sensación de que lo sabes todo, sino asumiendo que es más complejo de lo que parece.
Por unirlo a una historia personal que siempre cuento, cuando era pequeño llegó a una reunión familiar uno de mis primos, que tendría cuatro o cinco años, después del primer día de colegio. Mi padre le preguntó cómo había ido ese primer día y mi primo contestó que muy bien porque solo habían llorado dos: una niña y él. Entonces, cuando hay ese debate sobre si existe la objetividad, que es una de las ideas del libro, por supuesto que sí existe y de hecho está al alcance de un niño que se ha pasado el día llorando.
A veces aparece esta idea de que, como no podemos ser perfectamente objetivos, se dice que la objetividad no existe. Y no es así, esto es como la bondad, la justicia o la libertad. No se puede ser totalmente bueno, libre o justo, pero esa no es una razón para no tratar de serlo. Una idea del libro es esa, puedes pensar que nadie es perfectamente objetivo, pero, si estás en el mundo y quieres verlo tal y como es, tienes que pensar que existe un mundo objetivo fuera de ti y que tu mirada no es la única posible, y que deberías mirar las cosas pensando en cómo son independientemente de tu punto de vista.