Que, en 1982, el extrarradio del Cap i Casal (Ademúz) viera levantar el segundo gran centro comercial de España auguraba el futuro de la distribución comercial que pasaría, años después, a ser dominada por los grandes en beneficio de los pequeños. Ha sido así y, desde entonces, no solo en València, sino que también en el resto del conjunto del país el comercio minorista ha ido cayendo en picado nochevieja tras nochevieja.
Esta semana saco a pasear, tras un chasco, mi honda decepción por la sorprendente noticia de la desértica subasta por la ciudadanía de puestos en los mercados municipales de la ciudad. Preocupante, alarmante y desesperante.
La news, muy alejada de la realidad y con un análisis simplista, sin mirar atrás, cegada, estaba cargada de responsabilidades al anterior gobierno municipal. Leyendo declaraciones de portavoces, recordarle a uno de ellos que fueron los populares los se inventaron aquello de zona de influencia turística, con el objetivo de conducir nuestras vidas en paralelo con los hábitos de consumo de los patriotas de la América de Lincoln.
Precisamente, aunque han sido suaves las actuaciones. Entre otras, destacar que el Botánico rectificó los horarios comerciales y las aperturas en domingos y festivos. Si Jesús de Nazaret volviera a resucitar, más de uno saldría corriendo por la puerta de emergencia de estos templos del consumo.
Por otro lado, el Ayuntamiento, creo recordar que por esta fechas (personalmente visitaba con amigos el destartalado Mercado del Grao para evitar colas y aglomeraciones), celebraba su noche. Esta última acción más romántica y simbólica que efectiva.
Culpar a Ribó y a su staff de la escasa participación en las subastas es no reconocer que, en la actualidad, los hábitos de consumo de los ciudadanos son controlados por los más grandes a través de la abusiva publicidad, la ampliación de horarios o las agresivas ofertas. Contra esto, el pequeño no puede competir y, si se mantiene vivo, es por la calidad, el trato y el servicio.
Parece que ahora se pretende acudir al rescate de los mercados (recordar que es otra vía importante de impuestos y recaudación municipal) ampliando a otros servicios, como el de ofrecer degustaciones con la aportación y experiencia de empresas de restauración y hostelería.
Yo a eso lo denominiaría parche. Un Ayuntamiento tiene que fomentar estos espacios donde reina el kilómetro cero, el gusto, el olfato y el origen de la materia prima, a través de ayudas a la creación de nuevas empresas. Estas últimas, destinadas a promocionar a jóvenes o mayores desempleados, con el fin de resucitar estos frescos y saludables de tradición familiar.
Yo conocí una València que acompañado de la mano de Carmela, mi madre, saludando a todos los conserjes de las porterías, acudía a comprar de lunes a sábado la fruta y la verdura al icónico y desaparecido mercado callejero de Monteolivete. No sin antes remendar un zapato, gracias a la mercería que moraba al doblar mi casa
Que vuelva el pan doble, que las paneras no dejen ser un objeto vintage y que las gasolineras no sean de autoservicio. Aquella fue la ciudad en la que nací y crecí. Hoy no la reconozco.