Tenemos ya la gestión de Á Punt en el punto de mira. Sus resultados lo dicen todo. No se trata sólo de buscar culpables porque hay muchos, sino de abrir una reflexión profunda y efectuar una autocrítica de la que siempre se huye
A partir de este lunes próximo y hasta después de las próximas elecciones municipales habrá que estar muy atento a la pequeña pantalla. Y no en sentido figurado. Más bien, todo lo contrario. Atentos a la pequeña pantalla de nuestra autonómica, ese canal recuperado entre cenizas y despilfarro histórico que no ha conseguido en su renacer como À Punt muchos de sus objetivos. Los más importantes desde el punto de vista económico, político y presencial, esto es, audiencia para su financiación. Pero tampoco posición social ni política que, hablando de televisiones autonómicas, es “lo importante”.
À Punt no ha dado en este año de andadura con un perfil capaz de seducir a la audiencia, o al sector publicitario. Algo importante falla. No ha servido tampoco recurrir a la supuesta proximidad o al servicio público en sí, por otro lado, también cuestionable y cuestionado.
Son otros tiempos los que vivimos. Tampoco ha calado la marca, primer error de elección. Menos, el posicionamiento. Su comunicación y marketing hacia el exterior es poco visible. Hoy, además, la audiencia está muy fragmentada. Ya no se ve la televisión de la misma manera que hace unos años. Se consume a la carta. Y si no seduces con rapidez pierdes el tren. Hablamos de un mercado abierto y muy competitivo que se transforma o reinventa cada temporada, con una estructura bien definida y donde los objetivos priman ya que dependen de una estructura privada que marca líneas estratégicas y exige resultados. En ellos no existe el compadreo y de ser así, es su problema.
Con unos índices de audiencia muy reducidos y por los que cualquier canal de prepago o generalista ya habría “chapado” hace meses, y un peso político de poca relevancia e influencia, lo bien cierto es que desde su reaparición en el dial no ha escalado apenas peldaños que tanto poder como representación social esperábamos, salvo ser vehículo de identidad lingüística, que también es valioso y muy importante, y poner en manos de productoras privadas, muchas de ellas foráneas, su oferta debido a la casi absoluta externalización de programación y otros aspectos técnicos necesarios para su funcionamiento.
El negocio está en manos de las productoras privadas. Pero no dan resultado porque nuestro canal no funciona como muchos desearíamos. Comprar programas sobre catálogo o a peso no parece lo más indicado, si es que antes no se dispone de un modelo claro y saber cuáles son los objetivos. La televisión no se dirige con visión periodística, salvo los informativos por su capacidad de influencia. Pero ni ahí.
Si a todos estos hándicaps añadimos los datos de las últimas elecciones autonómicas, que aún pueden resultar más complicados en aspectos locales, pues comienza a hacerse público aquello que se decía ya desde hace tiempo en privado. “Esto no funciona”, ni siquiera como instrumento político al servicio del gobernante/a de turno, que siempre es el objetivo final de cualquier autonómica.
Á Punt no gusta en la Generalitat, ni entre los propios socios de gobierno. Ni en el sector. Incluso su utilización política se considera sesgada entre los propios botánicos. Ese es el problema de un reparto de pastel caprichoso pero sin una visión clara en un negocio tan complejo como cambiante.
Si todo lo que por ahí se escucha se convierte en realidad, lo bien cierto es que vamos a vivir unas semanas muy divertidas en torno a este proyecto de nuestra Generalitat. Vamos a ser testigos de una batalla subterránea que ya va saliendo a la luz.
La negativa de Presidencia de la Generalitat en las preelecciones a ampliar el presupuesto de la TV autonómica vistos sus resultados, la fragilidad de los objetivos alcanzados en cuestiones de audiencia o publicidad para obtener un cierto equilibrio contable, ya lo dice casi todo.
A TeleOltra, como se le conoce en el sector, le espera un buen cambio estructural, se apunta por ahí. Sin embargo, no todo debe ser achacable a la actual directora general del ente, Empar Marco o de su equipo directivo, aunque fuera nombrado por ella misma. No. Hay muchos más responsables. Empezando por los propios partidos políticos, por un Consejo Rector politizado y repartido a pedazos entre siglas, pero no formado por auténticos profesionales del sector y, sobre todo, independientes. Ellos son quienes han dado el visto bueno al modelo y a la programación del medio de comunicación público. Crear consejos por afinidad y reparto ofrece estos resultados que se pueden extrapolar a otros muchos organismos.
Resulta frustrante comprobar cómo hemos vuelto a caer en muchos de los mismos errores que llevaron a la quiebra la credibilidad y el destino de la extinta RTVV.
Es culpa de la política o más bien de la intromisión de una clase política que a veces cree saber más que nadie, pero parte del desconocimiento del terreno que pisa y sólo se guía por cuestiones de poder, reparto y supuestos gurús.
Las palabras del President Puig advirtiendo que habrá un Gobierno con otros “tonos” dice mucho más de lo que podamos imaginar. Porque la debilidad de unos y el crecimiento de otros significa una revisión del modelo de Consell que nos espera y, sobre todo, la forma y las formulas de gestionar que hasta ahora se habían dado. Nos vendría bien esa reflexión si se hiciera desde la cordura, los intereses públicos y sociales y no los partidistas. De no ser así continuaremos en las mismas.
La autocrítica es en estos tiempos muy necesaria. Los errores hay que admitirlos. Más aún ante evidencias palpables y nada subjetivas. Hablamos de dinero público. Los medios de comunicación institucionales no pueden seguir al servicio del poder sino al de los ciudadanos, por muchas ganas de contentar al electorado afín o las huestes y familias internas de cada cual.
Me consta que el asunto de À Punt no será el único ejemplo. Ya no vale el ordeno y mando, menos el amiguismo. Eso ha quedado caduco. La sociedad ha cambiado. Ahí están los resultados y ya se sabe, las cifras nunca engañan.