Ante la escasez de ideas o falta de iniciativas, la exhumación de cadáveres es la panacea del discurso político en la conquista ideológica del censo electoral. Resucitar un cadáver político es de mediocres. La promisión del pensamiento único del nuevo consorcio que vaticina una derechización de la sociedad española tras los resultados obtenidos en las elecciones andaluzas, marcará la agenda política municipal, autonómica y europea en el próximo maratón democrático que se celebrará en el mes de mayo. La batalla por, y no de València, no ha hecho nada más que comenzar, aunque por el momento sea artificial y electoralista. La vuelta a la parrilla del fantasma anticatalanista que agita la vida social y política de la ciudad, es un hecho innegable e insoportable. Las segundas partes nunca fueron buenas. En los ochenta, el vandalismo anticultural centraba sus ataques en librerías y se cebaba con intelectuales que profesaban fe y lealtad al pensamiento ideológico fusteriano. La actualidad no difiere mucho, teatros o espacios culturales son foco de micro amenazas gracias a la modernidad líquida. La migración electoralista por el voto anticatalanista está en la agenda política de los adversarios al Gobern de la Nau. Nada ha cambiado, intelectuales o cómicos son el cebo electoral por el control de la vara de mando del consistorio municipal. En este nuevo formato, hay que añadir un ingrediente más al daño colateral que sufre la ciudad de València desde el 1-0, tras la bomba incendiaria lanzada a la bandera por un juglar de La Sexta, que dista mucho del buen humor del pasado de Bernat i Baldoví o Eduardo Escalante. El bobo solemne de Dani Mateo, con su desaprensivo trato a la enseña nacional ha despertado un patriotismo de hojalata que abandera la cruzada anticatalanista en la capital del Reino.
El Zaplanismo y el Roigismo en los años noventa fueron dos corrientes artífices del soterramiento de la vía anticatalanista en la esfera social capitalina. Hay que recalcar que con un poquito más de cariño en los presupuestos generales, los populares podían haber soterrado también las vías del tren que dividen València. Como un día escribió Juan Lagardera, “lo que en València es temporal viene para quedarse”, en alusión a la estación provisional del AVE Joaquín Sorolla. Los valencianos debemos sobrevivir a Sorolla. La victoria de Francisco Roig en las elecciones de marzo del 94 en la carrera presidencial del Valencia CF o el caso Pedja Mijatovic alejarían el fantasma del anticatalanismo de la gradas de Mestalla. También la entrada de Antena 3 en el mercado persa de las retrasmisiones deportivas favoreció la consolidación del antimadridismo. Tenía que ser un cartagenero de nacimiento y simpatizante del Real Madrid quien pusiera fin a la batalla lingüística del nada breve diccionario valenciano, con la creación de la AVL. Esto solo ocurre en València. La ciudad quedaba anestesiada por un populismo político y deportivo, abonada al discurso patético de una València feliz y bonita que penetraba en el corazón del “valencianismo temperamental”, como bien acuñó Antonio Ariño. Un valencianismo que nada se preocupó por salvar de la cremá sus modernas señas de identidad, que quebraron o pasaron a manos de capital extranjero. El sistema financiero cayó arruinado por la avaricia y codicia de unos malos gestores. La banca valenciana no fue auxiliada ni rescatada por su propia burguesía.
Quiero regresar al pasado con una sonora reflexión sobre el fondo y no la superficie del temperamento valenciano del Cap i Casal a lo largo de los años. El 24 de julio de 1942 fue el día de la inauguración de la sede central del Banco de Valencia, símbolo e icono arquitectónico de una València pujante y en alza. Aquel monumental edificio de fisonomía casticista y con la intervención en el proyecto, entre otros, de Javier Goerlich y Francisco Almenar, que este último no pudo ver acabada la obra por su fallecimiento en 1939. En plena posguerra el presidente de la entidad bancaria Antonio Noguera, en un claro gesto de complicidad con el poder político y financiero de Madrid, emitía un discurso representativo y muy celebrado por la burguesía valenciana. Aquella incipiente burguesía que representaba la sociedad del trellat, palabra rescatada del diccionario personal del bueno de Juan Martín Queralt. Noguera se expresaba con estas palabras en referencia a la entidad bancaria, “Ojalá llegue a ser el faro del levante español cuyas luces se descubran desde Madrid, como testimonio de nuestros fervorosos anhelos de que su puerto natural sea el de València”. Curiosamente 70 años después el faro de Valencia se hundía. El Banco de Valencia era filial de Bancaja, donde la familia Noguera participaba en su masa accionarial con un porcentaje de acciones a través de la constructora Libertas 7. La nave que años atrás capitaneaba la economía valenciana era vendida por 1 euro al capital financiero de la burguesía catalana transformada en Caixabank. El hundimiento de sociedades como Canal 9, Banco de Valencia, Bancaja, Cam, Valencia CF sin apenas respaldo ni auxilio por parte de la sociedad valenciana fue un acto ingrato, así que ahora hipocresías las justas. Y como se acercan las fiestas un regal per a Nadal, El Camino inverso, Memorias de Joaquín Madolnado, a ver si llegamos a tiempo a mayo.