VIDAS LOW COST / OPINIÓN

La broma de Valencia

14/03/2016 - 

VALENCIA. La pasada ha sido la semana fallera pre Fallas. Esa en la que, sin haberse desatado la fiesta, las mascletàs suenan a rutina y las carpas colapsan el tráfico de cuerpos y automóviles por la ciudad. Es una semana rara, quizá por el estrés de aquellos que intentan solventar sus ausencias por vacaciones o incomparecencia cerebral durante los próximos días. Se asume en las formas cierto estrés, aunque quizá no tanto como el que revela el súbito look canoso del concejal del asunto, Pere Fuset.

Los gajes del oficio los acusa la salud. La ingratitud suele estar detrás de todos ellos, pero la profesión va por dentro. En los del periodismo local, devastado por el ocaso de las empresas felices –con sede en las Castillas o a la sopa boba del dinero público-, hay un desnorte que bien merece una terapia de grupo. O una serie televisiva, pero bajo la categoría de ‘drama’, nada de ‘comedia’. Entre esos guiones ya escritos, en la pasada y rara semana, muy rara (hasta hizo algo de frío), se nos ha ido a aparecer en forma de publicación online el barbitúrico de ‘la batalla de Valencia’. Otra vez. Con la ‘Operación Taula’ e Imelsa supurando. Y en 2016. Otra vez.

Porque, aunque la noticia es de 2010, resulta que el calendario (“son fallas”) nos ha invitado a recordar que el Gobierno tripartito de Montilla encargó un estudio a Focus Media acerca de las “fiestas populares catalanas”, y que, claro, con la Esquerra Republicana de Catalunya de Carod Rovira al frente de las materias de identidad, pues “las hogueras de invierno” dels “Països Catalans” no podían faltar. Tampoco las de Alicante, Elche, Cullera o Dénia, ni otras festividades valencianas, pero esas no dan el mismo rédito de audiencia que el enfrentamiento de Villarriba contra Villabajo: eficacia probada. Así que, como “son fallas” y el president Puigdemont no ha extirpado de sus webs este asunto durante sus primeros 100 días al frente de la otra Generalitat, allá que vamos para autoreeditar el interés general. 

La verdadera pena es que la afrenta se queda una vez más aquí, donde siempre, como entonces, como ahora. Aquí nos enquistamos el cáncer, aquí nos lo servimos, aquí nos lo comemos y aquí sufrimos la indigestión. Al socaire de la provincianidad, no hemos tenido la inquietud para consultar al Gobierno catalán -apelación directa- por su intención de corregir la desfachatez. No. No hemos preguntado al señor Puigdemont sobre el asunto. Qué va. No hemos cuestionado a Focus Media qué profesionales a razón de 92.025 euros escribieron esta ficción infantil, en las antípodas de la rigurosidad técnica y desde el inframundo del respeto entre instituciones ‘soberanas’. No. Les hemos preguntado a los de aquí por lo de allí, en resumidas cuentas.

Lo relevante, lanzada la piedra (unos la lanzan, otros la recogen y otros la tiran un poco más allá), es que 2010 no es 2016, y semejante remember ya no nos enfrenta como comunicadores a una sociedad incapaz de traspasar el titular, sino capacitada para resolver sus inquietudes informativas en Cabronazi o a través de memes. Que ya no estamos en la guerra de animar al lector a consultar una misma información –salvo que sea exclusiva, si es que los propios medios hubieran respetado alguna vez el valor de esa palabra- en dos o tres medios distintos, no; que no estamos preocupados por pelear nuestro posicionamiento en Google (mira, eso sí que era de 2010), no; que ya no son solo las redes sociales, ni los virales de 20 segundos, ni cómo ser partner tecnológico de Facebook o Snapchat: es que la información se propaga en memes y, oi, germans, la batalla de Valencia es una sangría al entrar en contacto con el lenguaje cuñado. En resumidas cuentas, capitalización de la perversión del lenguaje y de la oportunidad de la apropiación de las señas de identidad común. El cuento lleva escrito tanto tiempo...

Total, que con la curia política rodeada de micrófonos durante estos días, resuelta la frenética actualidad fallera (“¿qué le ha parecido la mascletà de hoy, señor Ribó?”) y las teorías cromático-conspirativas (“pero, entonces, señora Bonig, ¿a usted que le parece que los carteles de fallas sean del color de Compromís?”) y tal, llega el temazo de 2010, pero en 2016: quéleparecequelaGeneralitatdeCataluñadigaquelasfallassoncatalanasynovalencianasinsistocatalanasynovalencianasquélepareceehquéleparece. ¿Qué responderán Ribó, Oltra, Fuset, Peris, Montiel, Morera o, digamos, Ximo Puig? ¿Son gilipollas o dirán lo que ninguno de sus votantes duda? Pues bingo, aunque los hay que esquivan la pregunta por el anacronismo. Y total, una semana de supuesta actualidad resuelta caminando en círculos; en concreto, sin salir de la Plaza del Ayuntamiento.

El asunto queda aquí zanjado, intramurs, con el Partido Popular –a nuevo investigado por presuntos delitos de corrupción cada 48 horas- monetizando “la deriva independentista”, encontrando una bolsa de oxígeno en mitad de las fallas más agrias de los últimos 25 años para sus dirigentes. Ciudadanos se ha sumado a la fiesta y ha exigido explicaciones, pero –¡atílense!- a los representantes valencianos. A los representas de ambos partidos en Cataluña -quizá por el sonrojo de lo obvio- no les hemos escuchado pedir lo mismo a sus vecinos. Y aún hay más: la formación valencianista Som Valencians, que logró 6.745 votos en las pasadas Elecciones Autonómicas, ya va camino de cuadriplicar apoyos en un Change.org que trata de "recuperar la autoestima" de los valencianos (o sea, rentabilizando el asunto de 2010).

Uno tiene la sensación de que, vivido lo vivido, especialmente durante los últimos siglos, poco se ha avanzado por estas tierras a la hora de desacomplejarse con lo que Madrid o Barcelona son y representan para los valencianos. Pero ese conflicto es una variable emocional en la que algunos encuentran históricamente intereses económicos y réditos de visibilidad inmediata. Los primeros, en este caso, los que tuvieron la brillante idea de que la imparcial organización Ómniun Cultural redactara las tradiciones del ente "Països Catalans" para una subcarpeta de una web institucional; los segundos, los que recogen aquí la prenda y la capitalizan, con tal éxito que no cabe descartar la posibilidad de encontrarse en estos días a algún saragüey ondeando una senyera y gritando que "les Falles són de València" hasta quedarse afónico entre explosiones de masclets y la palpable sensación de que el surrealismo ha vuelto con fuerza.

La calidad de la autoestima, ya que se apela a ella, pasa precisamente por no cuestionarse uno mismo (auto) aquello de lo que, precisamente, se siente orgulloso (estima). Porque, en efecto, la gratuidad del asunto que reside en una web no merece -ni siquiera en el plano institucional, mucho menos para ejercer de óbice y serial mediático- sugerir dudas ante un valor que este año pelea por convertirse en Patrimonio Inmaterial de la Humanidad a ojos de la UNESCO.

La cansina y viejuna reedición constante de la Batalla de Valencia es como una broma, o peor: una autobroma que nos encabrona pero en la que nunca caben elementos constructivos capaces de hacerle entender a la gente por qué y desde cuándo somos valencianos los valencianos.