VALÈNCIA. La memoria de una ciudad, de un colectivo, de un espacio, se construye de relatos que no siempre se concentran en un único núcleo central, sino que se dispersan a través de diversos tentáculos, a veces de manera casi imperceptible. Miles de individualidades sin las que no se puede entender la globalidad. Es en esas capas, que son tanto físicas como emocionales, sobre las que trabajan las artistas valencianas Patricia Gómez y María Jesús González, desvelando sus mensajes ocultos, mensajes que guardan con mimo como vestigio de una historia que se construye desde los márgenes. Este trabajo, que nada entre lo artístico, lo arquitectónico y lo arqueológico, es el que las llevó hace algo más de una década a intervenir en la antigua Cárcel Modelo de València, abandonada desde hacía años y pendiente de ser reconvertida en un nuevo espacio de oficinas para la Generalitat Valenciana. Con las grúas montadas y los obreros a punto de comenzar la faena, Gómez y González consiguieron los permisos, con las obras en los talones, tratar de conservar parte de las historias que guardaban sus paredes, historias que, ahora, vuelven al lugar de donde partieron.
"Nosotras llevamos más de veinte años trabajando en espacios abandonados que han tenido una historia que merecía la pena rescatar, con proyectos que nos han llevado a distintas casas abandonadas del Cabanyal o, en este caso, a la cárcel", relata Patricia Gómez en conversación con Culturplaza. Las artistas, que han expuesto en museos como el IVAM y han sido premiadas con galardones como el Alfons Roig de la Diputación o la Beca de Arte femenino de València, se sumergieron en la arquitectura de la cárcel allá por 2008, un inmueble que llevaba años abandonado, desde que en los años 90 dejara de usarse como prisión, y que encaraba entonces un nuevo futuro como complejo administrativo. Antes de su transformación, casi un siglo de historia como cárcel, un inmueble proyectado por el arquitecto Joaquín María Belda que destaca por su construcción bajo el esquema panóptico. Todos esos años de vida entre rejas dejaron, sin intención de que fuera para la posteridad, decenas de mensajes y dibujos en sus muros que Gómez y González recuperaron antes de la rehabilitación del espacio, intervenciones que –en parte- regresarán ahora a su lugar de origen.
La Conselleria de Hacienda y Modelo Económico ha adquirido recientemente algunas de las piezas de las artistas valenciana, que se instalarán próximamente en la ahora Ciutat Administrativa 9 d’Octubre. La operación ha sido impulsada desde la galería de arte 1 Mira Madrid, dirigida por el valenciano Mira Bernabeu, una compra que, explica en conversación con este diario, ha tardado años en gestarse. Así, con el gobierno anterior se realizaron unos primeros contactos que nunca llegaron a materializarse, unas conversaciones que se retomaron en 2022 y que han resultado en el regreso de una de las piezas a València. "Nos parecía muy interesante que se cerrase el ciclo y que esa pieza pudieran volver a su lugar", explica el galerista. El conjunto es imposible, pues varias de ellas ya forman parte de distintas colecciones artísticas, como la del Museo Nacional Reina Sofía, que adquirió durante la edición de 2022 de la Feria ARCO la pieza Celda 158. Las colecciones privadas INELCOM o de la Fundació Per Amor a l’Art –en proceso de donación de parte de sus fondos al IVAM- son otras de las entidades que cuentan con parte de la historia de la cárcel valenciana.
Fue en el año 2008 cuando, con el proyecto de remodelación de la cárcel en marcha, comenzó al intervención planteada por Gómez y González, unos trabajos que se iniciaron en el Módulo Central, edificio de acceso y regencia de la antigua cárcel. Allí se ubica una de las pinturas más características del espacio, unos muros que ocultaban una decoración pictórica basada en figuras alegóricas de grandes proporciones, de las que once fueron recuperadas, dando lugar a la serie titulada Pasillo de las Diosas. Pero, ¿de dónde surgen estas pinturas? Lo cierto es que la información al respecto es más bien limitada, una memoria que se esconde tras múltiples capas de pintura. “No son una pinturas con un valor histórico o artístico, pero en estos casos sí que tienen un valor documental de lo que existió en este tipo de lugares”, explica Patricia Gómez.
“No sabíamos qué hacían ahí esas figuras, aunque intuíamos que no eran una simple decoración, tenían una factura muy monumental. Con el tiempo ha caído en nuestras manos unas memorias de la cárcel escritas en la primera mitad del siglo XX que hablan de los talleres artísticos que se crearon dentro de la prisión. Muchos artistas estuvieron presos y se formaron grupos de trabajo como parte de un programa de redención de penas. Probablemente estas pinturas fueron creadas por grupos que contaban con estos conocimientos”. Esta primera intervención desveló lo que escondían los muros que habían sido testigo de la gestión de la prisión valenciana, un trabajo que se extendió durante dos años, siempre un par de pasos delante de los trabajos de reforma.
En este tiempo se recuperó el conocido ahora como Pasillo de las Diosas, pero también celdas íntegras o los espacios destinados a los vis-à-vis. Para retirar las capas de pintura las artistas se sirvieron de una técnica basada en el arranque de los murales a partir de una tela y cola, una técnica que, aunque con diferentes materiales, es similar a la utilizada por los profesionales de la restauración, que se sirven de ella para rescatar y trasladar, por ejemplo, los frescos de iglesias en mal estado. Este trabajo permitió que se mantuviera la memoria de un lugar que, de otra forma, se habría perdido, una memoria que, aunque es “muy física” y que parte de la propia arquitectura del edificio, contiene un relato desmenuzado de los últimos presos que pasaron sus noches en la prisión valenciana, unas huellas que pertenecen principalmente a la década de los 90 y que, en su mayoría, poco o nada tienen que ver con las Diosas que volverán a València.
Y es que en este proceso se ha recuperado el espacio que rodeaba a la persona y, también, los “rastros” que dejaron en sus paredes, como marcas de golpes, mensajes escritos o dibujos, señales que hablan de su día a día y, también, de su contexto. “Los mensajes más habituales, sobre todo en estos últimos años de la prisión, eran referencias a la Ruta del Bakalao, a discotecas. Encontramos mucha referencia a las drogas y, también, algún dibujo de armas”, relata la artista, quien también apunta que eran comunes los mensajes sobre la familia o la religión, mapas o calendarios en los que apuntaban cuando tenían un vis-à-vis. Estas pequeñas inscripciones han sido recopiladas por Patricia Gómez y María Jesús González en una suerte de ‘libro escultura’ cuyas cubiertas son los propios portones de hierro de la celda, una prisión cuyas pequeñas historias se desvelan ahora como parte de un proyecto artístico que no quiere que caigan en el olvido.