David y Germán son los últimos eslabones de una saga de luthiers iniciada por su bisabuelo en 1915. Visitamos su taller en la Ciutat Fallera de València, donde hace muy poco terminaron las guitarras con las que toca Estopa en la gira de presentación de su último disco, Fuego
VALÈNCIA. “Esta es una profesión en la que nunca dejas de aprender. Siempre puedes probar cosas nuevas”. Esta frase encapsula la razón de ser de la casa de guitarras Hermanos Sanchis López, un nombre sobradamente conocido en los círculos profesionales de la guitarra clásica y flamenca, tanto a nivel nacional como internacional. Paco de Lucía, Rafael Cortés, Pedro Sierra, Carlos Piñana y Antonio Rey son algunos de los maestros que han lucido sobre el escenario guitarras construidas en este centenario taller, fundado en 1915 en la población de Massanassa y establecido posteriormente en la Ciutat Fallera de València.
Son también los luthiers de cabecera de otros hermanos, los de Estopa, para los que trabajan desde los inicios de su carrera musical. Han creado para ellos tres pares de guitarras flamencas (a las que luego se incorpora amplificación en otro taller). Germán y David, últimos eslabones de esta prestigiosa saga de artesanos, viajaron hace unos días a Barcelona para entregar en mano al dúo catalán dos guitarras para los conciertos de la gira de presentación del LP Fuego.
El precio de sus guitarras, cuya construcción lleva una media de tres meses de trabajo, parte de los 2.000 euros. Una cantidad más que razonable si tenemos en cuenta que son instrumentos construidos a mano desde la colocación de la primera pieza hasta la etapa final cuando, después del barnizado y secado, se añade el clavijero y se encuerda la guitarra. Es un proceso donde no valen las prisas, y en el que se vuelca el conocimiento y la experiencia acumulada por la familia Sanchis a lo largo de cuatro generaciones.
Se utilizan las mejores herramientas y las maderas más nobles, extraídas de árboles que desde el momento de la tala se seleccionan y cortan para servir exclusivamente a la construcción de instrumentos musicales (por ejemplo, no pueden presentar ni un solo nudo, porque el sonido resultante ya no sería uniforme). Todos los detalles se estudian con esmero para adaptar la pieza a las necesidades particulares de su futuro dueño, desde el tipo de madera más adecuado para la tapa, los aros y el fondo de la guitarra -de ello dependerá el color y la profundidad del sonido- hasta la altura de las cuerdas con respecto al traste, “un parámetro que ahora se mide al milímetro, pero que antiguamente se medía cogiendo un cigarro como medida de grosor”.
Una vez el cliente tiene la guitarra en su poder, el mejor consejo para conservarla -además de mantenerla alejada de la humedad y los cambios de temperatura- es “tocarla mucho y siempre bien afinado”. Esto tiene una explicación técnica. Cuanto más la tocas, los materiales encolados y las fibras de la madera se van soltando con la vibración que generan las cuerdas al resonar dentro de la caja.
“La mayoría de las consultas que nos hacen los clientes se refieren a cómo va a sonar la guitarra con una u otra madera. Por ejemplo, si el fondo es de ciprés, el sonido será más chillón y cantarín, mientras que si es de palosanto la guitarra sonará más grave y potente”.
“Aún así -matizan-, es imposible controlar al cien por cien el resultado final, porque no existen dos guitarras exactamente idénticas, del mismo modo que no existe una guitarra perfecta”.
“Siempre que nos encargan una guitarra, construimos a la vez dos o tres, para que después el cliente pruebe los matices de sonoridad de cada una y escoja la que más le guste. Incluso aunque los materiales de una y otra sean de la misma especie, cada pieza procede de árboles distintos, lo que significa que a lo largo de su vida se ha visto sometida a distintas humedades y temperaturas. Por tanto, el conjunto armónico que resulta al final es diferente. Una suena un poco más aguda, la otra un poco más grave que otra. Todas tienen la misma calidad; es la percepción subjetiva y el gusto de cada músico el que determina su decisión. Las que no escoge el cliente las dejamos en stock para venderlas después”.
Gracias a la “obsesión” con la que su padre compró y acumuló materia prima de primer nivel durante décadas, el taller de los Hermanos Sanchos López no está sufriendo en estos momentos el problema de suministros de materias primas que afecta a la mayoría de los sectores manufactureros. “La madera para instrumentos musicales tiene que secarse mucho y de forma natural para conseguir después el mejor sonido posible. Las fábricas de guitarras estandarizadas no pueden hacerlo así, pero nosotros, al tener un volumen mucho más pequeño, sí podemos permitirnos el espacio necesario para almacenar madera. La mayor parte de la que tenemos lleva con nosotros entre 25 y 60 años”. Entre ellas, algunas especies como el palosanto de Río, cuya tala y comercialización se prohibió en 1992, muchos años después de que su padre lo comprara. Es decir, es un material legalizado y ya imposible de encontrar, lo que evidentemente encarece el precio de la guitarra.
El bisabuelo de David y Germán, Ricardo Sanchis Nácher, fundó esta casa de guitarras en 1915 en la población valenciana de Massanassa. Había aprendido la profesión desde su niñez con algunos constructores de guitarras de aquella época en Valencia, como "el Tio Ximo", San Jordi, Salvador Ibañez y Telesforo Julve. En Madrid hizo amistad posteriormente con Casa Ramirez, Casa González y en especial con Domingo Esteso, para los que trabajó durante varios años. Su hijo, abuelo de los actuales propietarios, continuó esta relación con constructores madrileños, pero desde un punto de vista más comercial, expandiendo la marca por todo el territorio nacional.
El salto cualitativo de la construcción de guitarras estandarizadas -de fábrica- a las artesanales de alto nivel vino de mano de Ricardo Sanchis Carpio. Él fue quien estudió, evolucionó y mejoró las guitarras que se hacían hasta entonces. Desde muy joven estuvo en contacto con diversos guitarristas profesionales tanto de clásico como de flamenco, tomando buena nota de sus opiniones sobre la sonoridad de los instrumentos. Mediante un proceso de prueba y error constante, fue perfeccionando su técnica. Su trabajo llamó la atención de artistas como Paco de Lucía, Tomatito, Ramón de Algeciras o Enrique de Melchor. “Nuestro padre decidió independizarse para especializarse en este tipo de guitarras artesanas, y montó su propio taller. Trabajó con entusiasmo, día y noche, hasta que la enfermedad de Alzheimer le impidió continuar”, corroboran.
David y Germán, que crecieron rodeados de guitarras, no saben decirnos a qué edad entraron a trabajar en el taller familiar, en el que por cierto continúa su madre, llevando la contabilidad y la atención al cliente. “Fue muy progresivo. Cuando éramos niños y salíamos del colegio, veníamos al taller después de pasar un rato en el parque. A los diez años ya sabíamos montar algunas partes de la guitarra. Los sábados, después de ir a almorzar con nuestro padre, veníamos también aquí y nos poníamos a encolar tablillas. Cuando finalizamos nuestros estudios no dudamos en incorporarnos a la empresa. Siempre nos ha encantado este mundo”.