El resultado de su visita al baño no es un desperdicio sin valor, sino que puede significar una aventura, además de aliviadora, solidaria. Cuando anda latente el gusto por tirar de la cadena a la provisionalidad fatigosa de la pandemia, un grupo de investigadores nórdicos instaba, en un trabajo de investigación publicado en The Lancet, a los sistemas de salud europeos a tratar con heces a más pacientes. Lo que lee. En lo que usted ve un output menospreciable, la ciencia encuentra una fórmula innovadora de altruismo sanitario.
El texto, publicado en verano de 2021, pasó sin olor ni gloria en medio de nuestra obsesión por los virus y su huella en las aguas residuales. La pandemia ciega nuestra comprensión sobre hechos como que la población bacteriana de un intestino sano devenga arsenal para combatir infecciones intestinales y demás batallas microbiológicas. El tratamiento tiene nombre, apellido y siglas: trasplante de microbiota fecal (FMT en shakesperiano). Pero, no albergue temor. Tales escatológicos tratamientos se utilizan muy poco en Europa. En la mayor parte de países solo se aplican en el 10% de las infecciones en las que podrían ayudar.
Aunque puedan funcionar contra ciertas enfermedades, las deposiciones no están al margen de la ley. El trasplante de heces donadas, que va especialmente bien contra la infección por la bacteria Clostridium difficile, una vieja conocida de los hospitales de la posmodernidad, todavía tropieza con los obstáculos legales para su generalización. Cosas de la uniformización social, que siempre requiere cambios legislativos en los sistemas de salud antes de que un tratamiento pueda beneficiar a la sociedad.
El estudio, basado en los casos de infección tratados con FMT en 2019, advierte que, debido a la falta de una sólida regulación, la práctica puede diferir en diversos hospitales. Y todo porque el escepticismo médico todavía sobrevuela sobre ese ente que todo lo iguala, sea tofu o entrecot. Aunque la donación de heces sanas se pueda comparar con ser un donante sanguíneo, sostiene el estudio, la sangre tiene mejor reputación, ¿verdad, Tarantino?
Para conseguir un sistema a gran escala, la garantía tiene que ir por delante: las excreciones deben ser debidamente examinadas antes de su uso para que no enfermen más al receptor. Esto lo conocen sobre todo en Dinamarca, y no porque Something is rotten in the state of Denmark, nuevo crisol de un tesoro biológico, por muchos, desconocido.
Los revolucionarios con plaza fija cerca de la puerta de salida bien lo saben. Ninguna revolución se parece a otra. Si las crisis globales se detonan por la rebeldía vírica, la nueva revolución probiótica, más pequeña pero menos silenciosa que la de los microcontroladores aplicados al aprendizaje automático, llega por el escape para plantar cara a la resistencia a los antibióticos, un auténtico marrón del derroche occidental.
Relativamente nuevo como el fenómeno de abrir audiencia pública al bisturí normativo de la Ley de Ciencia, el FMT goza de indicios como potencial tratamiento para la inflamación intestinal crónica, el autismo infantil y la cirrosis, lo que abriría la puerta a más investigaciones e incluso a mejores probióticos, aseguran los más entusiastas.
Pero, aunque el tratamiento con heces pase por muy moderno, como la promesa de dignidad laboral para el personal investigador pre- y postdoctoral, la Humanidad maneja las bacterias amigas para promover la salud desde que Plinio el Viejo registrara el uso de la leche fermentada para atajar la diarrea. Claro que hoy disponemos de historia clínica y análisis del microbioma -la comunidad microbiana, sus genes y circunstancias-, sofisticaciones que no existían ni en la China del siglo IV, época en la que ya se administraban, con buenos resultados, suspensiones orales de heces para tratar las intoxicaciones alimentarias.
La revolución fecal en cápsulas nos recuerda que los verdaderamente insignificantes somos nosotros: hay más bacterias en un gramo de excreción que personas en el mundo, dice la prosa científica sanitaria. Seamos realistas. Corregir el desequilibrio de la microbiota intestinal sale más asequible que corregir el desaguisado humano, ese sobre el que magistralmente nos agitaba en estas páginas mi estimada Fina Cardona Bosch, sustancia única de la València atípica escrita. València, i ciència, quina paciència.
Fina, sempre ens quedarà Bergen.
A la teua memòria, pel teu alè, afecte i amistat.