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La ciencia se moja

21/09/2020 - 

VALÈNCIA. La edición de octubre de Scientific American, un tótem de las revistas de divulgación científica, como publicación decana en los Estados Unidos, hará por primera vez en sus 175 años de historia lo que nunca se había visto en sus páginas, cerrar filas en torno a un candidato presidencial. En un editorial publicado en línea el martes pasado como adelanto, alejado de la fría y aséptica neutralidad habitual respecto al ajetreo político, la junta editorial de la revista ha decidido, de cara a la inminente cita electoral, apoyar por unanimidad y sin ambages a Joe Biden, exvicepresidente de Obama y nominado demócrata a la Casa Blanca, al que consideran el candidato “que ofrece planes basados en hechos para proteger la salud, la economía y el medio ambiente” y que en su panel de asesores de salud pública, “no incluye a los médicos que creen en los extraterrestres y desacreditan las terapias con virus”.

Una tradición de 175 años no es algo que se rompa a la ligera, como ha declarado a los medios una de sus editoras en jefe, Laura Helmuth, que manifestaba que al equipo editorial le hubiera encantado mantenerse al margen de la política, pero que “este presidente ha sido tan anticientífico” que no pueden ignorarlo. El posicionamiento unilateral del equipo directivo de la revista más antigua de los Estados Unidos ha sido sorprendente por inédito --ese adjetivo que tanto gusta al presidente Pedro Sánchez--, respondiendo al rechazo de las pruebas y las medidas de salud pública y la ausencia de una estrategia nacional para dotar de equipos de protección, tests de coronavirus y pautas de salud claras de la administración de Donald Trump que, según la publicación, han resultado ser “catastróficos” en EE. UU., pese a las continuas advertencias de la comunidad científica sobre la covid-19. 

Es por esto por lo que el editorial de más de 1.500 palabras de Scientific American no es solo un respaldo al candidato Biden. Más bien debe leerse como un catálogo que repasa las indecencias del mandato de Trump que ilustran su hostilidad a la ciencia.  “La evidencia y la ciencia muestran que Trump ha dañado gravemente a los EE. UU. y a su gente, porque rechaza la evidencia y la ciencia”, recalca el editorial apuntando a su impulso para eliminar las reglas de salud de la Agencia de Protección Ambiental, su rechazo a medidas más estrictas contra la contaminación del aire, su incesante apoyo al negacionismo del cambio climático y a las teorías de la conspiración contra la ciencia o su deseo de salir de la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Foto: Andrea Hanks/White House

Pero la declaración política de Scientific American también ha reactivado uno de los eternos debates que acompaña al quehacer científico: ¿Debe la ciencia mantenerse en la imparcialidad, en un territorio neutral y tibio consagrado exclusivamente al método y la experimentación? ¿Debe ceñirse a la publicación de resultados objetivos y eludir las interpretaciones de la realidad política? En tiempos excepcionales, ¿las voces científicas han de permanecer más objetivas que nunca o, al contrario, han de posicionarse como un deber de responsabilidad pública cuando la salud de la ciudadanía y la protección del medio ambiente corren peligro?

En el apoyo público a Biden a cargo de una revista prestigiosa de divulgación científica muchos interpretan un paso valiente y necesario que rompe una inútil neutralidad en tiempos donde Trump ha venido a confirmar la muerte de la ideología, pero muchos otros también ven en el respaldo electoral una traición a la ética científica, abrazando los riesgos del partidismo. Lo cierto es que Trump se ha ganado a pulso semejante demoledor editorial con su desprecio a los argumentos científicos sobre el cambio climático y la pandemia del coronavirus. Tampoco debe olvidarse que el editorial de Scientific American se suma a la corriente iniciada de las Marchas por la Ciencia de 2017, movimiento que denunciaba el socavamiento de las instituciones científicas a raíz de los recortes presupuestarios ,y al que también se tachó de avivar el partidismo científico. Y más recientemente, otras revistas científicas se han manifestado contra el presidente de EE. UU. en mayo, el editorial de la revista médica The Lancet criticó de forma directa y clara a Trump por su respuesta al coronavirus "inconsistente e incoherente".

Mojarse, o exponer en público la ideología, en el ámbito científico es muy poco habitual, y cuando se hace se suele interpretar como un paso más en la temida politización de la ciencia. Manifestar la ideología o apoyar a un candidato en un contexto forzado como el actual puede ser también un ejercicio de transparencia. En realidad, politizar la ciencia es lo que ha venido haciendo Trump en su mandato al rechazar la evidencia científica y poner en las agencias de ciencia y salud asesores venidos de la industria.

Foto: Douglas R. Clifford/Tampa Bay Times. Foto: Bob Karp/ZUMA Wire/dpa

No olvidemos que la revista cuenta con una larga vida de 175 años. Puede que, en un futuro, bajo la dirección de otro equipo editorial, llegue a solicitar el voto para un candidato republicano cuando lo exijan las circunstancias. ¿Haría mal por hacerlo? En absoluto. La revista, y la entidad que representa, trasciende sus equipos directivos, las personas. Tampoco hay que olvidar que la ciencia inmaculada y pura, que muchos ahora reclaman a la revista como respuesta a su editorial, no existe. La conveniencia o no de manifestarse políticamente desde la ciencia no implica que la ética científica se despoje de vigilancia y control, debiendo permanecer lo más alejada posible de las interferencias políticas o económicas. La ciencia cura, pero también mata. El conocimiento que aportan los resultados en ciencia se puede aplicar a fines muy dispares. Ahí está la Historia. 

Lo que es preocupante no es que el discurso político llegue al relato de los científicos (tal vez nunca haya estado del todo ausente), como lo es que los políticos monopolicen los mensajes de la ciencia, y que alguien como Trump se convierta en referente científico para una buena parte de la ciudadanía. Porque, legislar sobre ciencia y salud sin el asesoramiento científico requerido, basado en el conocimiento, pone en juego nuestras vidas, como el coronavirus nos lo recuerda todos los días.

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