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Valencia es historia

La ciudad ideal del arquitecto Goerlich

El legado de Javier Goerlich en la imagen y el trazado de Valencia es inmenso. Autor de más de seiscientos edificios y de importantes reformas urbanas, su obra cambió para siempre la faz de la ciudad, siguiendo el acusado sentido artístico y estético que siempre reivindicó para la arquitectura

| 26/03/2016 | 11 min, 52 seg

VALENCIA. Es difícil pasear por el centro o el ensanche de la capital valenciana sin cruzarse con un edificio construido por Javier Goerlich Lleó. Su asombroso ritmo de trabajo, primero como arquitecto particular y más tarde como arquitecto municipal, imprimieron su huella por toda la ciudad, durante el primer gran momento de expansión de la urbe en la primera mitad del siglo XX. Venerado por unos, rechazado por otros y admirado por la gran mayoría, su figura aún genera reservas, por haber sido, desde su plaza en el Ayuntamiento, tanto el adalid de la modernidad republicana como el arquitecto de las primeras corporaciones franquistas.

Es, no obstante, una de las figuras más relevantes e influyentes —si no la que más— en la configuración de la Valencia contemporánea. Además de algunas delicatessen desaparecidas, como el Trianon Palace, el Club Náutico, el Frontón Valenciano o el Pabellón de Marruecos, y otras cerradas a cal y canto, como el Cine Metropol o el Colegio Mayor Luis Vives, es el autor de reformas básicas del centro urbano y de todo tipo de edificios emblemáticos, como la Casa del Médico, el Teatro Talía, el Hotel Londres, los Edificios Roig Vives y Patuel-Longás o los mercados de Abastos y de Ruzafa. Una trayectoria puesta recientemente en valor por el libro Javier Goerlich Lleó. Arquitecto valenciano [1886-1914- 1972], impulsado por la propia Fundación Goerlich y escrito por los investigadores Daniel Benito, David Sánchez y Amando Llopis.

Valenciano y austro-húngaro

Nacido en noviembre de 1886 en la popular calle de Zaragoza —hoy en día desaparecida, entre la plaza de Santa Catalina y el Micalet—, su padre era ciudadano del Imperio Austro-Húngaro, originario de un pequeño pueblo de Bohemia, en la región de los Sudetes, en la actual Chequia. Es más, Franz Görlich, Paco el Austríaco, como se le conocía en Valencia, fue el cónsul del Imperio en la ciudad, con las oficinas diplomáticas instaladas bajo el piso en el que la familia residía y sobre El Bazar de Viena, la tienda en la que vendían refinados objetos de importación centroeuropea, ya fueran cerámicas y cristales de Bohemia, complementos de moda o muebles.

Su madre, Asunción Lleó, era hija de uno de los herederos del principal propietario de inmuebles de la Valencia de mediados del siglo XIX, el comerciante e industrial sedero hecho a sí mismo Juan Bautista Romero, marqués de San Juan, fundador del Asilo de San Juan Bautista —que hoy acoge la Universidad Católica, frente al IVAM— y creador de los Jardines de Monforte. De hecho, parte de los recuerdos infantiles del arquitecto Goerlich estaban asociados a la enorme mansión que su abuelo tenía cerca del antiguo convento de San Pío V, entre la calle Alboraya y la posterior estación del Pont de Fusta.


Los Goerlich Lleó constituyeron, por lo tanto, una importante familia burguesa que cuidó con esmero de la educación de sus hijos. Javier estudió con los jesuitas en el Colegio de San José y, después de iniciar los estudios de ingeniería mecánica en Valencia en 1905, se decidió finalmente por las ciencias exactas y la arquitectura, por lo que se tuvo que trasladar a Madrid, a una de las dos escuelas que existían por entonces en España. En última instancia, no obstante, tras estar gravemente enfermo de tifus, acabó los estudios en otra escuela, la de Barcelona, donde recibió clases de Lluís Domènech i Montaner y obtuvo el título a principios de 1914. Iniciaría, a partir de entonces, una carrera incansable e inaccesible al desaliento.

Ya en los períodos vacacionales de la carrera, Goerlich realizó prácticas junto al arquitecto de Xàtiva Lluís Ferreres, autor de joyas como el matadero municipal de La Petxina y el edificio modernista del Hotel Reina Victoria.

Así, inmediatamente después de finalizar la carrera estaba preparado para dirigir obras y sólo en 1914 inició más de una decena de construcciones importantes de estilos diversos, conjugando referentes modernistas, clasicistas, neobarrocos y eclécticos, como en el Edificio Manuel Castelló, en la calle Grabador Esteve 12 —el primero de todos—; el desaparecido Trianon Palace —junto a los actuales cines Lys—, o el Edificio Barona en la Gran Vía Marqués del Turia 70. En ellas, como haría hasta mediados de los años 30, pondría su característica firma en letras de bronce: "J. GOERLICH ARQVITECTO", un apreciado distintivo que con el paso del tiempo ha desaparecido de la mayoría de sus inmuebles.

Una actividad frenética

Por entonces desplegó una fulgurante carrera, a un increíble ritmo de más de cincuenta construcciones al año hasta su nombramiento como Arquitecto Mayor de Valencia en 1931, con 44 años. Así, entre 1914 y aquella fecha presentó en la capital valenciana más de 400 proyectos de obra nueva y casi 450 de reedificación o reforma.

Además, durante dicho intervalo accedió a otros cargos diversos. Trabajó para los Ayuntamientos de Estivella, Beniparrell, Silla y Algemesí; ejerció como arquitecto del Catastro Urbano del Ministerio de Hacienda —lo que le llevó a Huesca y Mallorca— y obtuvo la plaza de arquitecto municipal del distrito norte de Valencia y la de arquitecto de construcciones civiles del Ministerio de Instrucción Pública, lo que le involucró en posteriores trabajos para la Universitat de València.

De hecho, era ya un arquitecto total, que igual ideaba edificios residenciales (como la Casa Niederleytner en Pascual y Genís 22 o la del Cónsul, para su propio padre, en Grabador Esteve 16) y chalets (como la Casa del Médico, en la avenida del Puerto, que actualmente se vende por más de tres millones de euros), como se dedicaba a la arquitectura religiosa (suyos son los campanarios de las iglesias de Santa Mónica y Patraix), la deportiva (como en el desaparecido Stadium Valenciano, en el que jugaba el Gimnástico), la cultural (como en el Teatro Talia y el Cine Metropol) o la obra pública (como en el Ayuntamiento de Buñol, la Feria de Muestras o el proyecto no realizado de Casa del Pueblo, que habría constituido un digno colofón al modernismo valenciano). A todo ello, además, sumaría su faceta de urbanista al llegar al cargo de Arquitecto Mayor de la capital, el mismo año en que se proclamaba la Segunda República.

Durante los veinticinco años en que Javier Goerlich ejerció como máximo funcionario municipal en asuntos urbanísticos y arquitectónicos, hasta su jubilación en 1956, lógicamente su ritmo de proyectos particulares en Valencia disminuyó (184 de obra nueva y 229 de reforma).

No obstante, su influencia sobre el trazado y la imagen del centro urbano se acrecentó todavía más. No en vano fue el gran ejecutor de la transformación de la Bajada de San Francisco en la actual plaza del Ayuntamiento, donde además de los Edificios Balanzá, Oltra, Bianqui, el Banco Vitalicio —hoy en día Generali—, Barceló o el Hotel Londres, construyó la popular tortada o plataforma triangular con un mercado de flores semisubterráneo, combinando la monumentalidad con los lenguajes neobarrocos y eclécticos.

Artífice de la Valencia moderna

Asimismo, abrió la avenida María Cristina, continuó proyectando edificios por todo el centro y el ensanche (en Colón, San Vicente, Serrano Morales, Conde Altea, Cirilo Amorós, Cánovas, General Sanmartín...) y fue el gran impulsor de la avenida del Oeste —hoy Barón de Cárcer—, en la que erigió, ya en los años 40, hermosos ejemplares de la nueva arquitectura moderna, inspirada en la elegante desnudez del racionalismo conjugada con elementos ornamentales del Art Déco, que había adoptado con maestría desde los tiempos de la República. En dicho estilo construyó, por ejemplo, la Casa-barco de los Dinnbier en Rocafort, el tristemente desaparecido Club Náutico de Valencia, el Edificio Valls en el Cabañal, en la calle de la Reina 56, el Roig-Vives en Xàtiva 4, el Patuel-Longás en Ruzafa 29 o el Colegio Mayor Lluís Vives, en el campus universitario de Blasco Ibáñez.

Para la propia Universitat realizó otros edificios, como la Escuela de Magisterio y la Escuela de Altos Estudios Mercantiles, hoy en día Biblioteca de Humanidades. Además, continuó recurriendo a otros estilos de corte más clásico y monumental, como en algunos de sus edificios más conocidos, ya fueran el Mercado de Abastos o la sede central del Banco de Valencia, en la esquina de Don Juan de Austria con Pintor Sorolla, de intensos tintes neobarrocos, a pesar de que su proyecto inicial se correspondía con unas rompedoras líneas racionalistas.


El hombre que salvó la Geperudeta

A pesar de haberse proclamado defensor de la legalidad republicana el 18 de julio de 1936 e incluso haber llegado a diseñar anteriormente un enorme mausoleo para el ídolo de masas republicano Vicente Blasco Ibáñez, Javier Goerlich recuperó su plaza como Arquitecto Mayor de Valencia al finalizar la Guerra Civil. Su posición social y su actuación en defensa del patrimonio eclesiástico influyeron notablemente en ello: en los primeros días del conflicto intervino en la extinción de incendios de algunas iglesias de Valencia y, sobre todo, acudió raudo, con un equipo municipal de bomberos, a defender la Basílica de los Desamparados frente a la incursión de unos exaltados dispuestos a destrozarla.

De hecho, él mismo colaboró junto al alcalde José Cano Coloma en la salvación de la imagen de la Geperudeta, llevándola al Ayuntamiento y ocultándola, tapiada, en una hornacina. A los pocos días le fue incautado el chalet de la Alameda en el que residía y fue invitado a abandonar su cargo municipal. Así, durante la guerra, mientras unos se preguntaban por qué «a este encara no l’han mort», otros consideraban, por el contrario, que «eixe és dels nostres», dado su tradicional comportamiento liberal y sus desvelos en pro de la cultura y el progreso de Valencia.

La misma actitud ambigua mantuvieron hacia él las autoridades franquistas, aunque la construcción del Monumento a los Caídos en la actual plaza de la Porta de la Mar, como jefe del servicio municipal de arquitectura, sea probablemente lo que le ha condenado en muchas de las consideraciones posteriores que se han realizado sobre su figura.

Por otra parte, en los años 50 y 60 tuvo que ver cómo se malograban dos de sus principales proyectos. Por un lado, el del interior de la plaza del Ayuntamiento, que fue reformado por completo para borrar todo rastro de su imagen republicana, y, por otro lado, el de la plaza de la Reina, para la que Goerlich presentó numerosos proyectos que la hacían peatonal y la ampliaban de manera proporcionada, salvando su natal calle de Zaragoza, pero que finalmente se convirtió en una gran plaza abierta hasta la catedral, dominada por el tráfico rodado.

El legado de la ciudad ideal

La refinada modernidad de los edificios racionalistas fue progresivamente sustituida por un estilo más clásico y ordinario, de tonos castizos, a lo largo del franquismo. En esta línea Goerlich realizó numerosos proyectos de vivienda social, con manzanas completas de bloques en torno a patios interiores comunes, entre los que destacan el Grupo Alboraya, con 258 pisos entre las calles Cofrentes, Alboraya y Molinell, o el Grupo Federico Mayo, con 140 pisos entre las calles Industria, Jerónimo Monsoriu y Maestro Valls.

Además, aparte de diseñar la repristinación gótica de la Iglesia de San Agustín y la construcción del Mercado de Ruzafa, una vez jubilado del Ayuntamiento, el incansable arquitecto se dedicó a proyectar escuelas públicas y casas para maestros en más de sesenta localidades de la provincia de Valencia.

Asimismo, durante sus últimos veinticinco años de vida llevó a cabo una intensa actividad cultural, como director del Centro de Cultura Valenciana, fundador del Conferencia Club a imitación del de Barcelona, presidente del Círculo de Bellas Artes, creador de la Fundación Goerlich-Miquel (con su esposa Trinidad Miquel), presidente de la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos y de la Comisión Provincial de Monumentos —a través de la que logró la titularidad municipal de las Atarazanas— o mecenas del Museo San Pío V, al que donó una valiosísima colección artística de más de un centenar de pinturas, esculturas, dibujos y grabados. Incluso en 1964, con casi 78 años de edad, tuvo fuerzas para doctorarse en la ciencia que siempre había sido su gran pasión, la arquitectura.

Su actividad inagotable, que le llevó a proyectar más de seiscientos edificios nuevos sólo en Valencia, más otras tantas obras de reforma, no impidió, evidentemente, su muerte. Su fallecimiento se produjo unos pocos años después, en 1972, habiendo dejado una huella inmensa en la fisonomía de la capital del Turia. Valencia no era entonces, y tampoco lo es ahora, una «ciudad ideal», pero la labor de Goerlich sí que persiguió, por todos los modos artísticos y arquitectónicos, alcanzar dicho objetivo.

Según sus propias palabras, «la ciudad ideal será la que tiene la fortuna de poseer más obras maestras de quienes nos precedieron, sepa conservarlas con más cariño y atención y sepa producir otras que legar». Éste fue, sin duda, su gran legado. Un legado para Valencia, todavía muy desconocido.

(Este artículo fue publicado originalmente en el número de noviembre de 2015 de la revista Plaza).

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