La urbanización y reducción del tráfico rodado en torno a La Lonja ha reabierto de nuevo el debate sobre el tipo de ciudad que queremos. Desde luego, sostenible, abierta y próxima. Pero sobre todo nuestra, amable y urbana
La cuestión no sólo consiste en preguntar si urbanizamos o no entornos artísticos o patrimoniales, que también, sino sobre todo tener claro si sabemos qué modelo de ciudad queremos para nuestro tiempo más inmediato y para que las nuevas generaciones la reciban y aprecien como algo propio. La herencia es una obligación jurídica en la que Hacienda siempre sale ganando. Siempre, por desgracia.
La pregunta no es si deseamos que el entorno de La Lonja, un edificio gótico de gran belleza, tradición histórica y símbolo de la ciudad, deba o no gozar de una especial protección con su entorno urbanizado y más o menos peatonal, que también y de forma prioritaria –será, según cuentan, realidad a finales de mes- sino responder si queremos que uno de nuestros edificios emblemáticos, como lo es su entorno con el entramado urbano y el propio Mercado Central, tenga un nuevo atractivo que añadir al histórico, arquitectónico y cultural.
Por ello sorprende que antes de haberse iniciado o cerrado un debate en profundidad, algo que debería de ser casi obligado cuando nos adentramos en asuntos que nos afectan como ciudadanos, ya nos hayamos puesto en la piel de comerciantes, políticos, vecinos, sin más, y de forma ligera, y no tanto en la defensa de nuestro patrimonio histórico/artístico.
¿Tenemos la ciudad qué queremos o mejor aún, sabemos EXACTAMENTE qué ciudad queremos?
Así que lanzo la pregunta que deberíamos contestar como ciudadanos y los políticos y colectivos, realizarnos. ¿Tenemos la ciudad qué queremos o mejor aún, sabemos qué ciudad queremos? ¿Estamos más cerca de una urbe en la que el tráfico rodado nos someta y necesitamos llegar hasta el punto deseado a bordo de un automóvil? ¿Queremos una ciudad más sostenible, más abierta, más plural, más nuestra y ajustada a nuestros intereses como ciudadanos cuando disponemos de un servicio público de transporte impecable, pese a las limitaciones lógicas del momento económico?
Las ciudades, hoy, las determinan mayormente los planes urbanísticos -que son de interrogatorio judicial, por cierto- pero hasta ahora, o mejor dicho desde hace mucho tiempo, nadie nos ha preguntado si son o no los adecuados o los que esperamos. No hace falta recurrir a la historia de la Filosofía –desde los griegos a los movimientos contemporáneos- para que cada uno de los que abordaron este asunto nos explique de nuevo los motivos de su ciudad ideal. Hay que creer en la inteligencia y sensibilidad de la ciudadanía más sensible, aunque hasta ahora las decisiones fueran simples cuestiones de carácter político o económico y actitudes arbitrarias o interesadas.
Recientemente, ponías un icono, esto es, un Palacio de Congresos o de la Música, una Ciudad de las Ciencias, con puentes añadidos, uno o varios centros comerciales, un estadio deportivo, algo que respondiera a un icono y los constructores se ocupaban de hacer el resto sin freno, observación posible ni medida. Tampoco se trata de hablar de Brasilia, pero sí de tener en cuenta a urbanistas y profesionales de la arquitectura y el urbanismo. Cualquier ciudad centroeuropea mantiene una disciplina para conservar su imagen unitaria. E incluso las del norte de España. Pero no aquí, y mucho menos en nuestras costas. Aquí preferimos romper barrios a favor del tráfico, como sucedió en su momento Velluters, o acabar con la trama urbana del Cabanyal para continuar especulando pero sin orden ni control, y menos disciplina.
Tenemos una gran ciudad. En ella las distancias apenas existen y su clima anima a disfrutar de la misma. Simplemente, el falso progreso nos ha impedido descubrirla en toda su extensión. Caminamos con la mirada en el asfalto o en los adoquines, pero dejamos de percibir todo lo que nos rodea. Si efectuáramos un concurso sobre los elementos que esconden algunas de las fachadas de nuestros edificios más significativos pocos sabrían ofrecer respuestas: ni de las gárgolas de la Lonja, ni de la decoración de muchos inmuebles suntuosos que se escapan a nuestra mirada.
Vale, son los planes urbanos los que determinan nuestro crecimiento, pero en las pocas semanas en las que la plaza del Ayuntamiento ha sido peatonalizada en domingo discurrir por ella es un acontecimiento tanto público como de sensaciones.
Por tanto, por qué no abrir de una vez por todas de forma ordenada y tranquila un debate sobre la qué ciudad que queremos al margen de una u otra decisión política momentánea que será modificada seguramente cuando se renueve el arco municipal.
Yo, como otros muchos, sí creo que una ciudad sostenible es aquella en la que el ciudadano participa y disfruta de ella. Eso si el interés no se simplemente económico o comercial.
Hace años, el historiador y académico de San Carlos -alguno con cargo hoy en la Academia de Bellas Artes debería estar algo alterado por el tema de la destrucción de Tabacalera ya que fue firmante del compromiso- Salvador Aldana publicó en el Consell Valencià de Cultura un más que interesante trabajo sobre monumentos desparecidos. En él mostraba los muchos espacios que hoy serían icónicos aunque desmontados por la llamada del progreso. Así nos ha ido y ahora nos arrepentimos, pero los de dos generaciones anteriores pondríamos un ejemplo de lo que había, nos gustaba y nos cargamos.
Mientras las grandes ciudades europeas debaten sobre la necesidad de preservar sus monumentos y centros históricos nosotros nos embelesamos en debates innecesarios ya no sobre el modelo de ciudad que queremos sino en cómo va a afectar a nuestra economía desde el punto de vista turístico que es una forma también de revertir en nuestra economía. No es ese el camino, sino todo lo contrario. Alardeamos de monumentos, espacios históricos y entornos, pero sin entrar a valorar ni analizar su protección. Si así hubiera sido -los referéndums no son malos ni deben dar miedo, por una simple cuestión política- hoy el cauce del Turia no sería un jardín del que disfrutamos abiertamente sino una vía de tráfico rodado y además rápido, al estilo de las freeways que cruzan ciudades como Phoenix o Los Ángeles. Horribles.
hoy el cauce del Turia no sería un jardín del que disfrutamos, sino una vía de tráfico rodado
Durante muchos años, ya teniendo incluso la Ley de Patrimonio en la mano, que casi nadie atiende, por cierto, han sido los constructores quienes han decidido la ciudad que tenemos y hasta las esculturas y monumentos que nos acompañan, muchos de ellos de dudoso gusto; pero como compensaban una urbanización parcial con regalito añadido, pues todos hacían caja.
Ese no es el camino. Al menos, no es el mío. ¿Urbanizar La Lonja, su entorno y muchos más allá?, por supuesto. Y debatir desde la serenidad sobre dónde nos vemos mañana, imprescindible. Pero siempre con ideas de progreso y pensando en un futuro alejado de intereses partidistas y/o particulares. Tenemos una ciudad para soñar y rediseñar, que es lo que toca. Nos jugamos mucho. Es una obligación de presente.